<p>El fin del régimen autocrático fundado en 1956 por Gamal Abdel Nasser, continuado por Anwar al-Sadat y Hosni Mubarak, “confirió amplias libertades a todos –señala Sabrín-, inclusive extremistas religiosos. Los salafíes son un caso especial, pero no ameritan un tratamiento distinto al de otras formas de fundamentalismo islámico”.<br />
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Muy bien ¿y quienes son? El término salafí remite al árabe <em>salaf</em>, esto es antecesor, progenitor. La secta aboga por la vuelta a la Umma (comunidad) primigenia, vale decir a Mahoma y sus sucesores iniciales. El grupo fue establecido por el místico egipcio Muhammad Abdú (1849-1905), quien acuñó el derivado “salafiyya”.<br />
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Surgido como corriente reformista –igual que los senusíes libios- no necesariamente antioccidental, el movimiento se radicalizó recién durante los años 70. Después acabó a la cabeza del fundamentalismo, como ariete contra el régimen autocrático de al-Sadat y Mubarak. Fuera de la ley desde 1982, ahora sale a la luz sin haber cambiado los hábitos ni su hostilidad hacia musulmanes moderados y coptos.<br />
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Su intransigencia cerril acerca el salafismo a al-Qaeda, con quien empero no tiene nexos. Tampoco se lleva bien con la Hermandad Musulmana, que la supera en el plano electoral: 20 a 10% del caudal de votos. No obstante, varios expertos sospechan que la fraternidad, pragmática y oportunista, podrían usar a los salafíes como espantajo. Luego, la HM se presentaría como “cara civil” del Islam. Similar tipo de maniobra, pero desde afuera, se sospecha que urde Saudiarabia, puntal de otra ortodoxia intolerante, la wahhabí, un siglo anterior a la salafí.<br />
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Egipto: la violencia salafí es un riesgo
Mohammed Sabrín, vicedirector del diario Al Ahram muy influyente en el mundo árabe, pese a su semioficialismo-, asocia el problema copto con el problema salafí. Subraya, de paso, la mejor relación actual entre musulmanes liberales y cristianos.