jueves, 26 de diciembre de 2024

EE.UU. ya no puede moldear el escenario geopolítico del siglo

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Se terminó el siglo de la superpotencia, dice M. Lind en su libro Land of Promise. Para el académico J. Nye pasarán muchos años antes de que su país ceda su rol de nación más poderosa de la tierra. Así debe leerse el desencuentro entre Washington y Londres.

El conflicto se hizo evidente a comienzos del año 2017. El ministro de Economía (Chancellor of the Exchequer) de Gran Bretaña, George Osborne, anunció el pasado 12 de marzo que su país ha decidido convertirse en miembro fundador del Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB). Con ese paso, Gran Bretaña es el primer país importante del mundo occidental en unirse al AIIB y desaira a Estados Unidos.

Es que esta disputa entre Estados Unidos y Gran Bretaña en torno a la membresía de Londres en un banco de desarrollo chino (otra versión del Banco Mundial) es uno de los primeros capítulos en el enfrentamiento entre dos superpoderes que aspiran a definir las reglas que fijarán la marcha de la economía y política globales durante este siglo.
Gran Bretaña es la primera economía del G7 en sumarse al Asian Infraestructure Investment Bank, primer paso de Beijing para crear una nueva generación de instituciones financieras y económicas globales, que le dará más poder en la región Asia-Pacífico, pero también en otras partes del globo.
Además, China lidera el banco de desarrollo de los Brics y anunció el Fondo de la Ruta de la Seda, para respaldar proyectos en Asia Central. Es un abierto desafío al Banco Mundial y al FMI, donde Estados Unidos mantiene una posición hegemónica.
Es también la respuesta a la iniciativa estadounidense de la Alianza Transpacífica, acuerdo comercial que nuclea a 12 países y excluye a China. La decisión de Londres puede cambiar la negativa a participar del Banco auspiciado por Beijing, de parte de otros países como Australia y Corea del Sur.
La noticia cayó muy mal en la Casa Blanca, donde se considera que el AIIB puede convertirse en rival del Banco Mundial. Esta es una rara jugada inglesa, uno de los aliados más incondicionales de Estados Unidos.
La “relación especial” entre Estados Unidos y Gran Bretaña ha sido la columna vertebral de la política occidental durante muchos años.


La presunta hegemonía

Consultados el año pasado los ciudadanos de Estados Unidos si creían que su país “está por encima de los demás”, solo 28% contestó que sí, 10% menos que hace tres años. Como explica el profesor Joseph Nye en su flamante libro Is the American Century Over?, los estadounidenses no están solos con su duda. “En años recientes, las encuestas mostraron que en 15 de 22 países consultados, la mayoría de los respondentes dijo que China o reemplazará o ya ha reemplazado a Estados Unidos como potencia líder del mundo”, dice. 
Los que así opinan se basan en razones económicas más que militares o diplomáticas. Las fuerzas armadas norteamericanas siguen siendo primeras en el mundo y los estadounidenses gastan cuatro veces más que China en el sector militar. Además, China no puede competir con Estados Unidos en cuanto a presencia en el mundo con bases militares instaladas en muchos países.
Pero en términos económicos, el rival es más competitivo. El PBI chino ya superó al norteamericano y la población china conforma el mercado más grande del planeta para ciertos productos.
Michael Lind cree que a Estados Unidos se le acabó el siglo. En 1914 comenzó el siglo americano y en 2014 llegó a su fin, dice el autor de Land of Promise. La política exterior estadounidense está colapsando, la economía no funciona bien y la democracia está partida, sentencia. Los días en que otros países miraban a Estados Unidos como modelo exitoso de prudencia en política exterior, capitalismo democrático y democracia liberal se acabaron.
Cien años atrás, la Primera Guerra Mundial marcó el surgimiento de Estados Unidos como la potencia mundial dominante. Ya para finales del siglo 19, Estados Unidos tenía la economía más grande del mundo. Pero hizo falta la Primera Guerra Mundial para catalizar el surgimiento del país como el jugador más importante en el terreno de la geopolítica. Estados Unidos fue el país que inclinó la balanza contra la Alemania imperial, primero con préstamos a sus enemigos después de 1914 y luego entrando directamente a la guerra en 1917.
Dos veces más en el siglo 20 el gran país de América intervino para impedir que una potencia hostil dominara Europa y el mundo, en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Fría. Luego del final de la Guerra Fría, la élite bipartidaria del país proyectó la creación de la hegemonía global de Estados Unidos. La base de ese proyecto hegemónico fue un acuerdo con las dos grandes potencias de Europa, Alemania y Rusia y las dos grandes potencias de Asia, Japón y China. Estados Unidos propuso convertir a Rusia y China en protectorados militares perpetuos, como ya lo había hecho durante la Guerra Fría con Alemania y Japón. A cambio, el país americano mantendría sus mercados abiertos a las exportaciones de ambos países y velaría por sus intereses de seguridad internacional. 
Esta visión de Estados Unidos como policía solitario vigilando el mundo en nombre de otras grandes potencias que voluntariamente abandonan el militarismo por el comercio fue compartida por los Gobiernos de Clinton, los Bush y Obama. Pero para 2014 la gran estrategia de Estados Unidos para la post Guerra Fría había colapsado. 
China y Rusia rechazaron el ofrecimiento estadounidense de convertirlas en satélites militares subordinados, como Japón y Alemania. China se dedicó a crear sus propias fuerzas armadas, lanzó ciber ataques sobre Estados Unidos e intimidó a sus vecinos para fomentar el fin de la hegemonía militar norteamericana en Asia Oriental.
Mientras tanto, Rusia respondió a la expansión de la OTAN (liderada por EE.UU.) hasta sus propias fronteras librando una guerra con Georgia en 2008 para impedir que esta entrara a la OTAN y luego, en 2014, apoderándose de Crimea desde Ucrania, después de que Washington fomentara una rebelión contra el presidente ucraniano pro Rusia.


Alianza sino-rusa

Hubo también señales de una alianza sino-rusa contra Estados Unidos. La perspectiva entusiasma a algunos neoconservadores y halcones neoliberales que siguieron en silencio los desastres militares estadounidenses en Irak y Afganistán. Pero en una segunda Guerra Fría contra un eje sino-ruso, la Unión Europea, con su economía comparable a la de Estados Unidos, no va a dar un apoyo confiable. Rusia es una molestia, no una amenaza para Europa. China no amenaza a Europa y los europeos están muy interesados en el comercio y la inversión china. En Asia, solo un tonto apostaría por la capacidad de una desvencijada alianza entre Estados Unidos, Japón, Filipinas, Vietnam y Australia para “contener” a China. 
Estados Unidos todavía tiene, por lejos, el ejército más poderoso y sofisticado del mundo, pero ¿para qué le sirve? Rusia sabe que Estados Unidos no va a ir a la guerra por Ucrania. China sabe que Estados Unidos no va a ir a la guerra por un puñado de islas en el Mar de la China. Como habría dicho Mao, América es un tigre de papel.
El ejército estadounidense pudo destruir los Gobiernos autocráticos de Afganistán, Irak y Libia, pero todas las acciones de política exterior fueron incapaces de contribuir a crear estados que funcionen en su reemplazo Desde 2003, el Tío Sam aprendió que es más fácil patear hormigueros que construirlos.
Además de tener un inmenso ejército que, en gran medida no puede ni intimidar a adversarios poderosos ni pacificar a los débiles, Estados Unidos tiene una economía que desde hace décadas no logra generar un crecimiento sostenido que sea compartido ampliamente. 
Además de una recuperación en la producción de petróleo y gas, la principal área de fortaleza comparativa en la economía ha sido la innovación tecnológica. El surgimiento de los autos autónomos e Internet de las Cosas son desarrollos prometedores, pero casi siempre eso implica la extensión de la actual tecnología de la información a sectores nuevos. La economía tecnológica estadounidense ha estado viviendo del capital intelectual acumulado antes de 1980, cuando el Departamento de Defensa financiaba los primeros grandes hallazgos en tecnología informática. Comparadas con hallazgos anteriores como los transistores y los satélites, muchas de las innovaciones de hoy son triviales y aportan poco o nada al nivel de vida o al poder industrial de la nación.
El panorama es más sombrío todavía cuando se salta de Silicon Valley al resto de la economía estadounidense. El sector manufacturero ha sido diezmado por importaciones subsidiadas de China, Japón y otros mercados y por la decisión de muchas multinacionales estadounidenses de cerrar fábricas en el país para aprovechar la mano de obra barata y subsidios en otros países. La infraestructura nacional está decrépita pero el Congreso no puede siquiera acordar cómo financiar el anticuado sistema de autopistas, mucho menos invertir en sistemas de comunicaciones y transporte del siglo 21. La mayor parte de los empleos que se crean en Estados Unidos son en el sector servicios, con bajos sueldos, sin beneficios y sin la protección de un sindicato, donde hay millones atrapados en el estatus de “pobre con trabajo”.
El país sufre una crisis triple: una crisis de política exterior, una crisis de economía y una crisis de democracia. Pero si en el pasado supo renovarse y reconstruirse luego de crisis peores, lo puede hacer otra vez.

Una visión más optimista

Durante el siglo pasado, los estadounidenses vivieron siempre temerosos ante los peligros que se cernían sobre la preeminencia del país. En los años 50 la Unión soviética parecía lista a enterrar a Estados Unidos; en los 80 eran los japoneses que iban a desbancar a los perezosos estadounidenses. 
Hoy el gran rival es China. Ante esos temores el profesor Nye dice: “No se apresuren”. Nye, decano de los cientistas políticos, sabe mucho de geopolítica. En su nuevo libro Is the American Century Over? dice con firmeza que la superioridad geopolítica estadounidense, lejos de estar eclipsada, sigue firmemente en pie y con un destino manifiesto. Sostiene además que el mayor peligro no es China, ni India ni Rusia. El mayor peligro es Estados Unidos. 
Es fácil olvidar, dice allí, qué gigantesco sigue siendo Estados Unidos hoy. Menciona el poder militar: Estados Unidos no solo gasta cuatro veces más en defensa que el segundo país, China, sino que también gasta más que los siguientes ocho países todos juntos. La marina estadounidense controla los mares y el ejército tiene tropas en todos los continentes habitados. Las fuerzas armadas estadounidenses se convirtieron en dominantes desde el principio mismo del siglo de Estados Unidos. Durante casi 50 años después de la Segunda Guerra Mundial el poder estadounidense fue controlado por la Unión Soviética. Ya no más.
La relativa declinación de la influencia económica podría parecer obvia. Desde una perspectiva China ya pasó a Estados Unidos y se convirtió en la economía más grande del mundo. Pero esa es, en parte, una perspectiva tramposa. En 1945, en gran medida gracias a la devastación dejada por la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos produjo la mitad del PBI mundial. Para 1970 esa proporción había caído a casi un cuarto, pero, dice Nye, eso no se debió tanto a una declinación por parte de Estados Unidos sino a que el mundo retornó a la normalidad. Casi la mitad de las 500 compañías internacionales líderes son propiedad de ciudadanos estadounidenses y 19 de las primeras 25 marcas globales son estadounidenses. 
Pero lo más importante para explicar por qué Estados Unidos seguirá dominando es la falta de un rival viable. Nye descarta uno por uno: la Unión Europea está demasiado fragmentada, Japón es demasiado viejo, Rusia es demasiado corrupta, India es demasiado pobre y Brasil es demasiado improductivo. 
En cuanto a China, Nye espera que a medida que el país siga creciendo, vaya ocupando más espacio en el escenario internacional. Pero Beijing tiene grandes problemas internos que podrían frustrar su ascenso: mucha contaminación, población vieja e industrias estatales ineficientes. Más importante, China carece del ingrediente que hizo único a Estados Unidos: puertas abiertas a los inmigrantes.
Lo que sí le preocupa a Nye es la posible pérdida de esa apertura. Si Estados Unidos decidiera cerrar sus fronteras o dar la espalda a los asuntos internacionales, si la paralización política se vuelve permanente o la inequidad de ingresos sigue creciendo, eso también podría amenazar la supremacía estadounidense. “La pregunta es si seguimos haciendo honor a nuestro potencial”, dice.

 

 

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