jueves, 26 de diciembre de 2024

EE.UU. en una cruzada sobre el orden internacional

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Trump no acepta los preceptos fijados en 1950 por Truman sobre liderazgo global. 

Los lineamientos de la política exterior norteamericana fueron fundados en un documento escrito en 1950 por el presidente Harry Truman. Como el documento fue preparado por el National Security Council se lo conoce como el NSC–68. Era la respuesta de Washington al comunismo soviético.

 En su centro estaba el convencimiento de que la mejor manera de preservar los intereses nacionales de Estados Unidos era a través del liderazgo internacional. Esta es la piedra basal que Donald Trump está golpeando con una maza. Gran parte del NSC–68 se proponía contrarrestar la amenaza militar de la Unión Soviética. Firmado por Truman al comienzo de la guerra de Corea, fue la base para el rápido crecimiento del gasto norteamericano en defensa.

Pero consciente de que el humor nacional podía virar hacia el aislacionismo, también se propuso invalidar la idea de que Estados Unidos pudiera replegarse otra vez en su propio hemisferio.  Entonces decía: “En el momento actual podría decirse que nuestra política general está diseñada a fomentar un entorno mundial en el cual el sistema estadounidense puede sobrevivir y fortalecerse. Por lo tanto, rechaza el concepto de aislamiento y afirma la necesidad de nuestra participación positiva en la comunidad mundial

Allí estaba la lógica estratégica, que duró hasta pasada la guerra fría, que enredaba a Estados Unidos en el tejido de lo que llamamos Occidente.  El presidente, ahora, decidió reunirse en Helsinki con Vladimir Putin inmediatamente después de la reunión con la Unión Europea en Bruselas. Trump ha dado claras muestras de su desdén por la OTAN. Dice que los europeos armaron la Unión Europea como parte de una conspiración económica contra Estados Unidos. 

Su respuesta a la miríada de acusaciones sobre la interferencia rusa en la campaña presidencial de 2016 fue redoblar su manifiesta admiración por Putin. El error que cometió mucha gente fue imaginar que la ignorancia y el prejuicio que informan su visión del mundo podrían luego ser neutralizados.  Con la suficiente tolerancia y adulación –se pensaba– el presidente podría ser mantenido dentro de sus propios límites.

Se sabía que su idea era sacudir el estado de las cosas, pero para volcarlo en favor de Estados Unidos, no para tirar abajo la casa. La evidencia está mostrando, cada vez más, lo contrario.  La explicación más convincente de la conducta del Presidente de Estados Unidos es que no acepta los preceptos fijados por los autores del NSC–68 sobre liderazgo global, alianzas e instituciones internacionales. En cambio sus instintos le dicen que, como la nación más poderosa del mundo, a Estados Unidos le irá mejor fijando sus propios términos en acuerdos bilaterales con aliados y adversarios por igual.  Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo ha dicho que “Trump tiene un plan y encara seriamente su misión contra el orden internacional.

Está en una cruzada contra todo lo que nosotros representamos”. Vista a través de esta lente, la admiración de Trump por Putin es fácilmente explicable. Ambos de autodefinen hombres fuertes. Comparten una visión según la cual los premios deben ser para los poderosos, que las instituciones multilaterales y las reglas están pensadas para maniatarlos y que las normas, valores y lo que ellos llaman moralidad (sistema de valores), no tienen cabida en la conducción de las relaciones entre los estados.

Una mentalidad y sus consecuencias Los débiles no le interesan en absoluto. Esta es la mentalidad que lleva a Trump a romper el acuerdo nuclear con Irán, a sugerir que Putin tiene razón al pretender manejar a las repúblicas que antes integraban la Unión Soviética, a decirle al presidente francés Emmanuel Macron que Francia debería abandonar la Unión Europea para firmar un acuerdo comercial con Washington y a indicar que está dispuesto a renunciar a sus compromisos de seguridad con los países del sudeste asiático si con eso logra concesiones comerciales de la China de Xi Jinping. 

Lo que alienta todo esto es una poderosa incapacidad para ver la realidad. Así, contra toda la evidencia, Trump puede realmente creer que después de la cumbre en Singapur con Kim Jong Un de Norcorea, este mandatario va a abandonar su programa de armas nucleares. En el actual camino que transita Trump –que asusta al mismísimo John Bolton, su asesor en seguridad nacional y fervoroso defensor de la política “America First”– el concepto de orden occidental será vaciado de sustancia y significado. Los aliados de Estados Unidos, en Asia tanto como en Europa, tendrán que encontrar otras formas de salvaguardar su seguridad. 

Algunos mirarán a China; otros pueden pensar en una disuasión nuclear; Europa puede entender que tiene que poder defenderse sola. Los grandes ganadores serán Putin y Xi. La meta estratégica que comparten siempre ha sido poner fin al orden encabezado por Estados Unidos y que diseñó Truman. China resintió siempre la presencia de Estados Unidos en Asia; Rusia quiere que Europa retorne al equilibrio de poderes del siglo 19. Nunca podrían haber imaginado que sería un presidente norteamericano quien les entregaría semejante premio.

 

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