Donald Trump y Xi Jinping son dos presidentes que llevan a sus respectivos países en direcciones muy diferentes. Xi surgió del último Congreso del Partido Comunista como el dirigente indiscutido del Imperio del Centro. Se le concedieron honores sólo antes otorgados a Mao Tse Tung y a Deng Xiaoping. Rompiendo con la tradición, Xi no nombró sucesor, una clara señal de que se siente envalentonado como para extender su mandato más allá del segundo período de gobierno que acaba de empezar.
Trump, por su parte, tiene índices de aprobación históricamente bajos, su credibilidad en el mundo es ínfima y hay una generalizada caída de la confianza en el liderazgo de Estados Unidos.
Así como son divergentes las trayectorias de Trump y Xi, también lo es el foco de sus liderazgos. Mientras Trump se obsesiona con levantar muros, Xi se afana en construir puentes.
En el Foro Económico Mundial celebrado en enero Xi proclamó a China como el nuevo campeón del libre comercio y la globalización. Su iniciativa “One Belt, One Road” — con financiamiento del Banco de Inversiones para Infraestructura fundado en Beijing – invertirá US$ 1 billón (billón: millón de millones) para conectar Asia con Europa a través de una red de rutas marinas, autopistas, ferrrocarriles y también puentes. China logrará acceso a recursos, exportará el excedente de su capacidad industrial y pacíficamente asegurará posiciones estratégicas desde las cuales proyectar su poder.
Mientras Donald Trump rehúye el multilateralismo y el gobierno global, Xi los acepta cada vez más.
La Administración Trump ha menospreciado a las Naciones Unidas, se ha retirado de la Alianza Trans Pacífico, se deshizo del compromiso de Estados Unidos con el Acuerdo de París por el clima. Intentó incumplir el acuerdo nuclear con Irán, cuestionó las principales alianzas de su país en Europa y Asia, denigró los acuedos comerciales multinacionales de la Organización Mundial del Comercio y buscó cerrarle la puerta a los inmigrantes.
¿Y qué ha hecho Xi? Se adueñó del liderazgo de la agenda del cambio climático, aceptó el sistema de resolución de disputas de la Organización Mundial del Comercio y aumentó la proporción de votos que tiene su país en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Beijing está avanzando con un pacto comercial que incluiría a las principales economías asiáticas más Australia y Nueva Zelanda, pero no Esados Unidos. China es ahora uno de los principales contribuyentes al presupuesto de las Naciones Unidas y las operaciones de paz.Y está haciendo un gran esfuerzo por traer a los científicos más avanzados del mundo.
En el plano nacional, Xi está haciendo inversiones estratégicas que podrían permitirle al país dominar la economía global del siglo 21, incluida la infotecnología y la inteligencia artificial. No es impensable que en la próxima década logre superar a Estados Unidos en robótica, tecnología aeroespacial, trenes de alta velocidad, vehículos con energías nuevas y productos médicos de avanzada.
En cambio, las inversiones “estratégicas” de Trump – en carbón y en un esfuerzo quijotesco por recuperar la manufactura que se perdió con la automatización, convertirían a Estados Unidos en el campeón de la economía del siglo XX.
Todo esto deja a China en posición de convertirse en — según las propias palabras de Xi – “una nueva opción para otros países” y en el principal árbitro de algo que desde hace mucho tiempo se asocia con Estados Unidos: el orden internacional.