EE.UU.: ¿aumentar impuestos no sería la gran solución?

“En vez de palabras que nadie cree, John Snow –secretario norteamericano de Hacienda- debiera tomar el toro por los cuernos y dar un giro de 180 grados en política tributaria” ¿Cómo? Pues “volviendo a subir impuestos”.

24 noviembre, 2004

Eso afirma en un periódico económico londinense Stephen Cecchetti, analista asociado al National Bureau of Economic Research. No es el único en pensar así pero, hasta ahora, es el más terminante. En verdad, sólo profundiza reciente observaciones de Paul Volcker (ex presidente de la Reserva Federal) y Alan Greenspan, su sucesor.

Mientras se derrumbaba en 1971 el sistema de paridades fijas creado en Bretton Woods (1944), John Connally –lejano antecesor de Snow en el cargo-, se hizo célebre con una sola frase: “el dólar es nuestra moneda, pero sus problemas son de otros”. En los 34 años siguientes, “muchas cosas han cambiado y ésa es una ellas. Hoy (señala el experto), también es un problema para Estados Unidos”.

Para entender las fuentes del lío y concebir soluciones, “debe empezarse con la política de dólar fuerte practicada en los 90. Pero la moneda no subía sólo por lo que dijera Robert Rubin –otro antecesor de Snow-, sino por las políticas de William J.Clinton y su gobierno”. Poco antes de asumir George W.Bush, “Wall Street vivía un auge y había superávit fiscal. Por entonces, el déficit de pagos externos en cuenta corriente reflejaba la afluencia de inversión externa directa (IED), porque el país era atractivo para colocarse”.

Allá por 1999, reducir ese rojo habría tenido efectos negativos en la IED. “Probablemente, es lo que ha ocurrido en los últimos cuatro años ya que la demanda de activos en dólares ha ido agotándose –apunta Cecchetti-. Pero igual aquel déficit continuó subiendo. Lo sorprendente ahora no es que descienda el dólar, sino que casi no asciendan las tasas, pese a cuatro ajustes hacia arriba en las básicas”.

El misterio se resuelve “observando a otros bancos centrales, especialmemnte los de Asia-Pacífico. Según el Banco de Ajustes Internacionales (BAI, Basilea), en 2003 los emisores añadieron US$ 440.000 millones a sus reservas en dólares, o sea 83% del actual déficit norteamericano en cuenta corriente. Dado que la Eurozona no fue vendedora neta de tenencias en dólares, queda claro que Japón y China –en particular- han sido compradores netos de deuda titulizada”.

Quizá sea una coincidencia, pero “el alza de reservas extranjeras en dólares equivale, con latitud, al déficit fiscal federal. Dicho de otro modo, japoneses, chinos y otros vienen financiando los rojos del gobierno Bush desde hace años. Tal vez (ironiza el técnico), sea ésa su contribucióin a los US$ 2.000 millones semanales que cuesta la ocupación de Irak”.

Es útil analizar por qué esos gobiernos se comportan así y cuáles son las eventuales consecuencias. En la mayoría de los países, las reservas en divisas no figuran en los libros del banco central, sino en las cuentas fiscales o, inclusive, en las de alguna entidad completamente separada. Estas intancias publican balances periódicos y se les requiere, normalmente, hacerlo según el valor en mercado de los activos. Eso significa que una insolvencia técnica sería detectada casi de inmediato.

Por ende, concluye Cecchetti, “se comprende por qué los estados con grandes reservas en dólares intentan impedir su depreciación. Por lo mismo, tampoco les conviene que los bonos de la Tesorería federal se desvaloricen. Como le ocurriría a cualquier inversor, afrontarían pérdidas del capital colocado. Puesto que se trata de tenencias considerables –más de US$ 800.000 en Japón o 500.000 millones en China-, los quebrantos potenciales serían enormes. También lo sería el papelón”.

Ahora bien, Washington y algunos aliados europeos (Alemania, Holanda) presionan para que China revalúe el yüan. Pero “un alza de 10% en su moneda representará US$ 50.000 millones en pérdidas de capital para Beijing. Presumiendo que letras y bonos en su carteras maduren en tres a cinco años, un alza de 2% en tasas estadounidenses implicará pérdidas adicionales de US$ 30.000 a 50.000 millones”.

Parece difícil que China o Japón salgan del brete sin asistencia norteamericana. Pero las habituales declaciones de Snow no sirven para nada. Una intervención en mercados cambiarios del exterior tampoco surtirá efecto, a menos que sea señal de reformas drásticas en EE.UU.

Por ende, para que los operadores dejen de castigar al dólar, “el gobierno debe emitir –y pronto- signos creíbles de cambio en sus políticas fiscales. Pero Bush empeora las cosas insistiendo en convertir las rebajas tributarias de su primer mandato en permanentes, añadirles nuevos descuentos a los contribuyentes y modificar el sistema de seguridad social. Juntas, esas medidas agregarán unos US$ 3.000 millones anuales a la deuda acumulada. ¿De dónde saldrán los recursos adicionales?”.

Como han subrayado Volcker y Greenspan, existen límites para la disposición mundial de financiar el consumo y el gasto norteamericanos. La caída del dólar es un primer síntoma de eso. “Aunque el presidente y su equipo la hallen muy difícil de tragar, la solución –sostiene el experto- es volver a elevar impuestos. Esto reducirá el consumo y, así, irán disminuyendo el déficit en cuenta corriente y la emisión de deuda (bonos). Sólo de esa forma se estabilizará el dólar y desaparecerá el peligro de una explosiva alza de intereses”.

Los norteamericanos son generalmente los primeros en proclamar las virtudes de los mercados de capital, en cuanto a disciplinar gobiernos que aplican políticas fiscales insostenibles. Muchos países periféricos demuestran que, cuando los déficit de presupuesto y cuenta corriente se disparan, los capitales abandonan la plaza y las tasas se van a las nubes. Algo similar puede pasarle a EE.UU. Si Washington no reacciona pronto, terminará pareciéndose a ciertos países latinoamericanos.

Eso afirma en un periódico económico londinense Stephen Cecchetti, analista asociado al National Bureau of Economic Research. No es el único en pensar así pero, hasta ahora, es el más terminante. En verdad, sólo profundiza reciente observaciones de Paul Volcker (ex presidente de la Reserva Federal) y Alan Greenspan, su sucesor.

Mientras se derrumbaba en 1971 el sistema de paridades fijas creado en Bretton Woods (1944), John Connally –lejano antecesor de Snow en el cargo-, se hizo célebre con una sola frase: “el dólar es nuestra moneda, pero sus problemas son de otros”. En los 34 años siguientes, “muchas cosas han cambiado y ésa es una ellas. Hoy (señala el experto), también es un problema para Estados Unidos”.

Para entender las fuentes del lío y concebir soluciones, “debe empezarse con la política de dólar fuerte practicada en los 90. Pero la moneda no subía sólo por lo que dijera Robert Rubin –otro antecesor de Snow-, sino por las políticas de William J.Clinton y su gobierno”. Poco antes de asumir George W.Bush, “Wall Street vivía un auge y había superávit fiscal. Por entonces, el déficit de pagos externos en cuenta corriente reflejaba la afluencia de inversión externa directa (IED), porque el país era atractivo para colocarse”.

Allá por 1999, reducir ese rojo habría tenido efectos negativos en la IED. “Probablemente, es lo que ha ocurrido en los últimos cuatro años ya que la demanda de activos en dólares ha ido agotándose –apunta Cecchetti-. Pero igual aquel déficit continuó subiendo. Lo sorprendente ahora no es que descienda el dólar, sino que casi no asciendan las tasas, pese a cuatro ajustes hacia arriba en las básicas”.

El misterio se resuelve “observando a otros bancos centrales, especialmemnte los de Asia-Pacífico. Según el Banco de Ajustes Internacionales (BAI, Basilea), en 2003 los emisores añadieron US$ 440.000 millones a sus reservas en dólares, o sea 83% del actual déficit norteamericano en cuenta corriente. Dado que la Eurozona no fue vendedora neta de tenencias en dólares, queda claro que Japón y China –en particular- han sido compradores netos de deuda titulizada”.

Quizá sea una coincidencia, pero “el alza de reservas extranjeras en dólares equivale, con latitud, al déficit fiscal federal. Dicho de otro modo, japoneses, chinos y otros vienen financiando los rojos del gobierno Bush desde hace años. Tal vez (ironiza el técnico), sea ésa su contribucióin a los US$ 2.000 millones semanales que cuesta la ocupación de Irak”.

Es útil analizar por qué esos gobiernos se comportan así y cuáles son las eventuales consecuencias. En la mayoría de los países, las reservas en divisas no figuran en los libros del banco central, sino en las cuentas fiscales o, inclusive, en las de alguna entidad completamente separada. Estas intancias publican balances periódicos y se les requiere, normalmente, hacerlo según el valor en mercado de los activos. Eso significa que una insolvencia técnica sería detectada casi de inmediato.

Por ende, concluye Cecchetti, “se comprende por qué los estados con grandes reservas en dólares intentan impedir su depreciación. Por lo mismo, tampoco les conviene que los bonos de la Tesorería federal se desvaloricen. Como le ocurriría a cualquier inversor, afrontarían pérdidas del capital colocado. Puesto que se trata de tenencias considerables –más de US$ 800.000 en Japón o 500.000 millones en China-, los quebrantos potenciales serían enormes. También lo sería el papelón”.

Ahora bien, Washington y algunos aliados europeos (Alemania, Holanda) presionan para que China revalúe el yüan. Pero “un alza de 10% en su moneda representará US$ 50.000 millones en pérdidas de capital para Beijing. Presumiendo que letras y bonos en su carteras maduren en tres a cinco años, un alza de 2% en tasas estadounidenses implicará pérdidas adicionales de US$ 30.000 a 50.000 millones”.

Parece difícil que China o Japón salgan del brete sin asistencia norteamericana. Pero las habituales declaciones de Snow no sirven para nada. Una intervención en mercados cambiarios del exterior tampoco surtirá efecto, a menos que sea señal de reformas drásticas en EE.UU.

Por ende, para que los operadores dejen de castigar al dólar, “el gobierno debe emitir –y pronto- signos creíbles de cambio en sus políticas fiscales. Pero Bush empeora las cosas insistiendo en convertir las rebajas tributarias de su primer mandato en permanentes, añadirles nuevos descuentos a los contribuyentes y modificar el sistema de seguridad social. Juntas, esas medidas agregarán unos US$ 3.000 millones anuales a la deuda acumulada. ¿De dónde saldrán los recursos adicionales?”.

Como han subrayado Volcker y Greenspan, existen límites para la disposición mundial de financiar el consumo y el gasto norteamericanos. La caída del dólar es un primer síntoma de eso. “Aunque el presidente y su equipo la hallen muy difícil de tragar, la solución –sostiene el experto- es volver a elevar impuestos. Esto reducirá el consumo y, así, irán disminuyendo el déficit en cuenta corriente y la emisión de deuda (bonos). Sólo de esa forma se estabilizará el dólar y desaparecerá el peligro de una explosiva alza de intereses”.

Los norteamericanos son generalmente los primeros en proclamar las virtudes de los mercados de capital, en cuanto a disciplinar gobiernos que aplican políticas fiscales insostenibles. Muchos países periféricos demuestran que, cuando los déficit de presupuesto y cuenta corriente se disparan, los capitales abandonan la plaza y las tasas se van a las nubes. Algo similar puede pasarle a EE.UU. Si Washington no reacciona pronto, terminará pareciéndose a ciertos países latinoamericanos.

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