A principios de su mandato, Trump definió a cuatro rivales en el plano geopolítico y económico, denunció de qué manera afectaban los intereses de Estados Unidos, y adelantó algunas precisiones sobre su futura política. En ese momento definió a estos adversarios ordenados por este ranking de importancia: China, Japón, Alemania, y México.
El país latinoamericano, el más débil de todo, recibió los principales golpes. La construcción de un muro fronterizo, las deportaciones masivas, y sobre todo un cambio sustancial en el acuerdo comercial NAFTA. Todo indica que se avanza en esa dirección con pocos cambios.
Con Japón fue distinto. La visita del primer ministro Shinzo Abe, también en el reducto de Miami, terminó en un buen entendimiento, y Washington no se apartará de sus compromisos militares con su socio asiático.
Este viernes se reunirá Trump con la Primer Ministro de Alemania, Ãngela Merkel. Los supuestos agravios aquí son enorme superávit comercial alemán, competencia entre divisas, y políticas de inmigración y de integración continental europea, con las que para nada coincide Trump. Sin embargo, los analistas prevén algunos escarceos pero ninguna ruptura inmediata. La declamada política externa de la Casa Blanca es ahora menos estridente.
La incógnita es China. Es la única potencia gigantesca capaz de enfrentar el poderío estadounidense. Hoy puede ser la segunda, pero en 20 años –o antes, ayudada por Trump- puede ser la primera.
China tiene un enorme superávit comercial con Estados Unidos, algo que EE.UU quiere revertir. No es fácil. Si se le deja de comprar a los chinos, éstos buscarán de inmediato otras salidas que pueden generar una enorme crisis en los flujos del comercio global, con serias repercusiones para los estadounidenses.
El primer anuncio de Trump como presidente electo fue anunciar que se abandonaba una creación estadounidense diseñada para contener y aislar a China: el Tratado Transpacífico con los países ribereños de ese océano. Xi Jinping aceptó el regalo de inmediato, mandó mensajes alentadores a los socios del TPP que quedaron colgados del pincel, reactualizó su propio tratado comercial para la zona e invitó a todos estos países a participar de ese acuerdo.
De modo pertinaz ha seguido avanzando. Delegados chinos asisten como invitados a la reunión del TPP que se está celebrando ahora en Santiago de Chile. Lo que no quiere decir que Beijing busque integrar el acuerdo que considera caído. Solo aprovecha para llevar agua para su molino (o para su versión de un acuerdo comercial).
La otra gran diferencia está en el plano militar. China quiere impedir que le cierren el paso y ratifica su hegemonía sobre el llamado “mar de la China”, e incluso más allá. Algo que preocupa a Japón y a otros países del sudeste asiático.
Estados Unidos, contra lo que se esperaba de Trump, ha prometido que seguirá teniendo importante presencia en la zona, lo que supone un virtual conflicto con China. Japón está mandando un buque de guerra a recorrer el área, lo que para los chinos es una agresión que habrá que contestar.
Sin embargo, la situación de enfrentamiento con Estados Unidos, registra un cambio reciente. Washington está seriamente preocupado por la agresividad e imprevisibilidad del extraño régimen de Corea del Norte. Para enfrentar este desafío, requiere de la colaboración activa de China.
Esta razón es seguramente la que explica la cumbre entre ambos presidentes de EE.UU y China. Un elemento novedoso en la relación bilateral.