<p>El consumo aumenta a razón de 7,5% anual, siete veces más rápido que el de Estados Unidos, impulsado por una vasta transición de la bicicleta urbana a los transportes masivos y los automóviles. Por consiguiente, hacia 2010 por el gigante oriental circularán noventa veces más vehículos que en 1991 y, hacia 2020, tendrá más coches que las dos primeras economías mundiales (Unión Europea, EE.UU.), tomadas por separado.</p>
<p>Otro factor que promueve la venta de automotores son los combustibles en extremo baratos. Los precios chinos están entre los más bajos de países importadores. Representan un tercio de los niveles minoristas prevalentes en la Eurozona y Japón, que aplican fuertes gravámenes para que se consuma menos.</p>
<p>Las posibilidades chinas de autosuficiencia se frustran porque las reservas conocidas son exiguas en relación con la demanda y no podrán aguantar más de unos veinte años. Exactamente lo que les ocurre a varios grandes exportadores tradicionales. Si bien en los años 70 y 80 Beijing era exportador neto, para 1993 era importador neto. La Agencia Internacional de Energía y Combustibles cree que, hacia 2030, las importaciones chinas igualarán las norteamericanas de 2008.</p>
<p>Esa creciente dependencia induce a los chinos a interesarse en lugares como Kazajstán, Rusia, Venezuela, Sudán, África occidental, Saudiarabia, Canadá o, aun antes de los hallazgos actuales, Brasil. No obstante, 58% de sus compras todavía provienen del golfo Pérsico. Esto es una pesadilla para el Pentágono, el gobierno federal saliente y sus aliados ultraconservadores, inclusive en el congreso. Aunque los chinos quisieran mantener buen clima con Estados Unidos, Beijing cree que Washington insistirá en controlar el petróleo del golfo y sus alrededores. Como lo hacía Gran Bretaña hasta la II guerra mundial. Por ende, esta política constituye –no sin fundamentos- una amenaza para China.</p>
<p>La tendencia a vínculos estratégicos con países que EE.UU. considera hostiles provoca sobreactuaciones a este lado del Pacífico. En particular, el vicepresidente Richard Cheney –cerebro geopolítico de Bush- ve con inquietud la venta de armamento y el apoyo el “empleo dual” (civil, bélico) de tecnología nuclear por parte de Iran u otros socios de Beijing.</p>
<p>En verdad, China es el máximo importador de hidrocarburos iraníes y ha cerrado acuerdos por unos US$ 120.000 millones. Precisamente mientras Washington sigue intentando, en vano, imponer a la UE tácticas más duras contra el programa atómico persa (sus metas militares parecen tan fantasiosas como el arsenal químico-nuclear de Saddam Huséin, usado como excusa para invadir Irak). En realidad, lo que desvela a Cheney son las ventas de cruceros ofensivos chinos a Tehrán, presuntamente para amenazar el tráfico petrolero o los barcos de guerra en el golfo. Por supuesto, ese peligro se esfumará con la retirada de Bagdad.</p>
<p>Fuera de Levante, las necesidades petroleras chinas podrían afectar lo que los militares estadounidenses creen sus intereses globales de seguridad. Esta recidiva imperial abarca todos los mares que dan a China, Indochina y el archipiélago malayo. Otro motivo de preocupación estratégica es el acceso a los hidrocarburos rusos, aunque éstos los controle Gazprom, el mayor monopolio estatal del género. Como es evidente, la dirigencia moscovita ya no toma en serio las veleidades del Pentágono ni de la Otán. Mucho menos, las idea de Washington sobre sus acuerdos petroleros con China, Japón, etc.</p>
<p>En el hemisferio occidental, China ha suscripto pactos con Brasil, Argentina, Ecuador (ninguno de ellos muy allegado a Geroge W.Bush y su equipo) y Perú. Pero su interés clave reside en Venezuela, cuarto exportador de crudos a EE.UU. y una obsesión del Pentágono (acaba de reinventar la IV flota para patrullar Sudamérica y el Caribe). Washington se muestra preocupado, esencialmente, por una serie de acuerdos chinovenezolanos para explorar, explotar y refinar hidrocarburos.</p>
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