China está creciendo menos y muchos observadores dicen que ha caído en la trampa del ingreso medio. Su economía, que muchos tachaban de milagrosa, lucha ahora contra los rápidos aumentos de salarios y la caída de la productividad.
Necesita una reforma estructural, más automatización, más innovación y más eficiencia, dicen los informes oficiales.
El crecimiento del último año, sin embargo, lo envidiarían muchos países: 7,4% pero está muy lejano de los dos dígitos que eran el promedio anual durante sus décadas de expansión. La menor velocidad de crecimiento pone de manifiesto la vulnerabilidad del sistema financiero chino. Luego de la crisis financiera global, el crédito interno tomó un importante dinamismo porque fue una forma de apoyar el crecimiento de la actividad a través de la inversión. Para fomentar el crédito se relajaron las condiciones de otorgamiento y aumentó el volumen de financiamiento disponible. Como elemento preocupante, aumentó la intermediación de fondos fuera del sistema bancario, una actividad conocida como “Shadow Banking”.
Se teme, entonces, que esta desaceleración del crecimiento podría generar el desmantelamiento desordenado de las vulnerabilidades financieras, especialmente concentradas a nivel de gobiernos locales. Ese proceso, sin duda, tendría consecuencias para la economía global.