De pronto, Alan Greenspan vuelve a ser pesimista

El jefe del SRF advirtió que el déficit comercial -marcó otro récord nominal en septiembre: más de US$ 66.000 millones- acabará por implosionar. Pero “hará falta mucha flexibilidad para afrontar el sismo que eso causará en el mundo”.

16 noviembre, 2005

Durante años, afirmó, “la economía estadounidense ha vivido de la buena voluntad de inversores públicos y privados”. Ambos grupos compraban alegremente acciones, bonos y otros papeles, con lo cual financiaban dos de los cuatro déficit sistémicos: el de pagos externos y el comercial. “El segundo pasa ya el 6,3% del producto bruto interno y no podrá subir indefinidamente”.

Muchos economistas y analistas financieros han venido sosteniendo, durante largo tiempo, que este estado de cosas no será eterno, ni mucho menos. Eventualmente, el resto del planeta se hartará de prestarle a EE.UU. para que los norteamericanos más prósperos derrochen en sectores que no promueven productividad ni mejoran la capacidad nacional de repago de deudas. Más bien al revés, como sucede con la burbuja inmobiliaria.

Otros expertos, en general vinculados a Wall Street, creen que esta situación puede durar quizá por siempre. A su juicio, la economía estadounidense es la más fuerte del mundo (aunque hoy su PBI sea superado por el de la Unión Europea). Con los “mercados más seguros del globo” –suele decir la Casa Blanca, como si no existiesen violentas ondas especulativas-, los inversores del exterior se colocan en dólares, acciones y bonos. No les importa, pues, el volumen del endeudamiento norteamericano. Desde las vísperas reelectorales (2003), Greenspan y su futuro sucesor, Benjamin Bernanke, adherían a esa especie de “optimismo fundamentalista”, sin asidero en la literatura económica seria.

Ahora, empero, el presidente del Sistema de Reserva Federal vuele al campo
Pesimista, mientras Bernanke mantiene cauto silencio. “En algún momento, los inversores ya no querrán seguir financiándonos”, señaló Greenspan. Pero, no siendo un macroeconomista, el futuro jubilado no ofrece soluciones al dilema. Por el contrario, descarta remedios tales como aumentar tasas –aunque esté haciéndolo desde julio de 2004-, eliminar el déficit fiscal o tener una política cambiaria flexible.

Ante esa actitud ambivalente, Stephen Roach –analista jefe en Morgan Stanley- insiste en que el “reajuste global” es una quimera. “Greenspan y otros responsables de políticas confían demasiado en la magia de la flexibilidad. Pero ésta en realidad nuna ha generado inmunidad frente a cimbronazos macroeconómicos”.

Durante años, afirmó, “la economía estadounidense ha vivido de la buena voluntad de inversores públicos y privados”. Ambos grupos compraban alegremente acciones, bonos y otros papeles, con lo cual financiaban dos de los cuatro déficit sistémicos: el de pagos externos y el comercial. “El segundo pasa ya el 6,3% del producto bruto interno y no podrá subir indefinidamente”.

Muchos economistas y analistas financieros han venido sosteniendo, durante largo tiempo, que este estado de cosas no será eterno, ni mucho menos. Eventualmente, el resto del planeta se hartará de prestarle a EE.UU. para que los norteamericanos más prósperos derrochen en sectores que no promueven productividad ni mejoran la capacidad nacional de repago de deudas. Más bien al revés, como sucede con la burbuja inmobiliaria.

Otros expertos, en general vinculados a Wall Street, creen que esta situación puede durar quizá por siempre. A su juicio, la economía estadounidense es la más fuerte del mundo (aunque hoy su PBI sea superado por el de la Unión Europea). Con los “mercados más seguros del globo” –suele decir la Casa Blanca, como si no existiesen violentas ondas especulativas-, los inversores del exterior se colocan en dólares, acciones y bonos. No les importa, pues, el volumen del endeudamiento norteamericano. Desde las vísperas reelectorales (2003), Greenspan y su futuro sucesor, Benjamin Bernanke, adherían a esa especie de “optimismo fundamentalista”, sin asidero en la literatura económica seria.

Ahora, empero, el presidente del Sistema de Reserva Federal vuele al campo
Pesimista, mientras Bernanke mantiene cauto silencio. “En algún momento, los inversores ya no querrán seguir financiándonos”, señaló Greenspan. Pero, no siendo un macroeconomista, el futuro jubilado no ofrece soluciones al dilema. Por el contrario, descarta remedios tales como aumentar tasas –aunque esté haciéndolo desde julio de 2004-, eliminar el déficit fiscal o tener una política cambiaria flexible.

Ante esa actitud ambivalente, Stephen Roach –analista jefe en Morgan Stanley- insiste en que el “reajuste global” es una quimera. “Greenspan y otros responsables de políticas confían demasiado en la magia de la flexibilidad. Pero ésta en realidad nuna ha generado inmunidad frente a cimbronazos macroeconómicos”.

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