De la Rúa al rescate de su liderazgo

Desde Balcarce 50 se procura levantar un dique que contenga el arrollador torrente desatado por Cavallo. De la Rúa quiere rescatar un liderazgo que se escurrió entre sus dedos. Todos los ojos apuntan a 2003. Por Sergio Cerón

30 marzo, 2001

Mientras Domingo Cavallo consolidó públicamente su imagen de poder político y económico, con una frenética actividad en todos los terrenos y niveles, desde la Casa Rosada Fernando de la Rúa comenzó un despliegue de gestos destinado a recomponer el liderazgo presidencial.

No la resulta cómodo el papel de Jefe de Estado, con un rol casi protocolar al que la opinión pública se acostumbró en pocas jornadas a relegarlo, a despecho de que nuestro régimen presidencialista otorga al primer mandatario la condición de prácticamente un monarca democrático.

Así como la naturaleza y la política abominan del vacío, la historia de la humanidad demuestra que el poder se recibe para ejercerlo en plenitud; se lo tiene o no, no existen medias tintas.

Un pensador político dijo del poder que es como la virginidad; no se puede ser ligeramente virgen, tampoco se ejerce el poder a medias.

Si algo demostró Domingo Cavallo en esta crisis es que tiene clara comprensión de que ésta es la coyuntura en la que se juega su destino político y ha transmitido una incuestionable imagen de hombre que tiene un claro sentido del poder.

Para la sabiduría china el signo de crisis equivale al de oportunidad; el técnico indiscutido en su capacidad en el interior y en el exterior del país comprendió que había llegado el momento de demostrar su envergadura de político.

Y hasta ahora, cuando es prematura hacer pronósticos sobre su éxito o fracaso, no le ha ido nada mal; los analistas coinciden en señalar que al borde del abismo económico y social, la Argentina era terreno propicio para aceptar la presencia de la figura del viejo dictador romano: el hombre convocado en casos de emergencia, con el visto bueno del Senado por un lapso determinado, para salvar a la república y volver luego a su vida habitual.

El dilema es si Cavallo acepta esas limitaciones o seguirá avanzando en el camino que puede, eventualmente, llevarlo en 2003 a la Presidencia.

El jefe de Acción por la República, por su heterodoxia e impetuosidad, aceptará las reglas de juego, no del todo explicitadas, que deberían condicionarlo a su papel, en todo caso, de una suerte de superministro cuya suerte, en definitiva, puede depender de la voluntad y las atribuciones del presidente de la Nación.

Los ministros no son el Poder Ejecutivo; en la Argentina lo es exclusivamente del Presidente; los miembros del Gabinete son sus secretarios, colaboradores que se nombran y se deponen con la simple firma de un decreto.

Fue sugestivo el esfuerzo realizado por voceros oficiosos del Presidente, de insistir ante los periodistas de confianza en el argumento de que las facultades otorgadas por la Legislatura le han sido conferidas al Poder Ejecutivo, es decir a Fernando de la Rúa, y no a uno de sus ministros, por importantes que pueda parecer.

El entorno presidencial se movilizara para reconquistar para su jefe el centro de la atención pública y retrotraer lo más posible los índices de su popularidad a los que marcaron su paso ascendente al sillón de Rivadavia.

De ahí la convocatoria a la unidad nacional y la sucesión de reuniones programadas con la dirigencia política partidaria, los gobernadores, las representaciones empresariales y las organizaciones obreras.

Las entrevistas con Menem y Alfonsín restauran la imagen de los tiempos del Pacto de Olivos, en que los dos ex mandatarios armaron un compromiso de gobernabilidad que de alguna manera tendía a asegurar la vigencia de las dos expresiones mayoritarias.

Se buscaba una suerte de bipartidismo que se alternaba en el poder, con la consigna de que “el que gana gobierno, el que pierde, acompaña”; la que se ha cumplido desde l994 con enfrentamientos parciales y desprolijidades, sin que jamás llegar la sangre al río.

Como los paciente holandeses que armaron sus diques durante siglos, desde la Casa Rosada se intenta la “polderización” de la realidad política para frenar el avance del torrente representado por el protagonismo del ministro de Economía.

Los materiales que se pretende acumular son heterogéneos y de una solidez que debe someterse a la prueba de los hechos, también es cierto que Cavallo no ha vacilado en arremeter con vehemencia contra el sistema institucional y los poderes financieros internacionales.

La urgencia de los acontecimientos lo han llevado a olvidar la prudencia del estratega que procura dividir al enemigo, para librar batallas parciales, siempre menos costosas que una ofensiva frontal.

Fernando de la Rúa no puede volver a cometer el error de creer que la simple difusiòn de imágenes constituye una expresión de poder, sería apenas un poder virtual, mediático, que los vientos de la realidad concreta y palpitante puede disipar en un segundo.

No será fácil que la ciudadanía vuelva a entusiasmarse con los cortos publicitarios que lo mostraban decidido e impetuoso, seguido por una cohorte de partisanos dispuestos a acompañarlo en la lucha por el poder.

Un poder que obtuvo en las urnas y fue perdiendo a jirones desde el Gobierno, entre errores y vacilaciones; deberá demostrar que está en condiciones de tomar el timón del barco y que el capitán no ha delegado funciones en el primer oficial de a bordo.

Para lo cual quienes la acompañan en la travesía quieren conocer el rumbo propuesto y el destino final al que apunta; la incógnita planteada es si el Presidente tiene la capacidad y la decisión necesarias para reunir en un haz a partidarios y aliados y lograr que Cavallo sea acompañante y no primera figura en un proyecto nacional.

Mientras Domingo Cavallo consolidó públicamente su imagen de poder político y económico, con una frenética actividad en todos los terrenos y niveles, desde la Casa Rosada Fernando de la Rúa comenzó un despliegue de gestos destinado a recomponer el liderazgo presidencial.

No la resulta cómodo el papel de Jefe de Estado, con un rol casi protocolar al que la opinión pública se acostumbró en pocas jornadas a relegarlo, a despecho de que nuestro régimen presidencialista otorga al primer mandatario la condición de prácticamente un monarca democrático.

Así como la naturaleza y la política abominan del vacío, la historia de la humanidad demuestra que el poder se recibe para ejercerlo en plenitud; se lo tiene o no, no existen medias tintas.

Un pensador político dijo del poder que es como la virginidad; no se puede ser ligeramente virgen, tampoco se ejerce el poder a medias.

Si algo demostró Domingo Cavallo en esta crisis es que tiene clara comprensión de que ésta es la coyuntura en la que se juega su destino político y ha transmitido una incuestionable imagen de hombre que tiene un claro sentido del poder.

Para la sabiduría china el signo de crisis equivale al de oportunidad; el técnico indiscutido en su capacidad en el interior y en el exterior del país comprendió que había llegado el momento de demostrar su envergadura de político.

Y hasta ahora, cuando es prematura hacer pronósticos sobre su éxito o fracaso, no le ha ido nada mal; los analistas coinciden en señalar que al borde del abismo económico y social, la Argentina era terreno propicio para aceptar la presencia de la figura del viejo dictador romano: el hombre convocado en casos de emergencia, con el visto bueno del Senado por un lapso determinado, para salvar a la república y volver luego a su vida habitual.

El dilema es si Cavallo acepta esas limitaciones o seguirá avanzando en el camino que puede, eventualmente, llevarlo en 2003 a la Presidencia.

El jefe de Acción por la República, por su heterodoxia e impetuosidad, aceptará las reglas de juego, no del todo explicitadas, que deberían condicionarlo a su papel, en todo caso, de una suerte de superministro cuya suerte, en definitiva, puede depender de la voluntad y las atribuciones del presidente de la Nación.

Los ministros no son el Poder Ejecutivo; en la Argentina lo es exclusivamente del Presidente; los miembros del Gabinete son sus secretarios, colaboradores que se nombran y se deponen con la simple firma de un decreto.

Fue sugestivo el esfuerzo realizado por voceros oficiosos del Presidente, de insistir ante los periodistas de confianza en el argumento de que las facultades otorgadas por la Legislatura le han sido conferidas al Poder Ejecutivo, es decir a Fernando de la Rúa, y no a uno de sus ministros, por importantes que pueda parecer.

El entorno presidencial se movilizara para reconquistar para su jefe el centro de la atención pública y retrotraer lo más posible los índices de su popularidad a los que marcaron su paso ascendente al sillón de Rivadavia.

De ahí la convocatoria a la unidad nacional y la sucesión de reuniones programadas con la dirigencia política partidaria, los gobernadores, las representaciones empresariales y las organizaciones obreras.

Las entrevistas con Menem y Alfonsín restauran la imagen de los tiempos del Pacto de Olivos, en que los dos ex mandatarios armaron un compromiso de gobernabilidad que de alguna manera tendía a asegurar la vigencia de las dos expresiones mayoritarias.

Se buscaba una suerte de bipartidismo que se alternaba en el poder, con la consigna de que “el que gana gobierno, el que pierde, acompaña”; la que se ha cumplido desde l994 con enfrentamientos parciales y desprolijidades, sin que jamás llegar la sangre al río.

Como los paciente holandeses que armaron sus diques durante siglos, desde la Casa Rosada se intenta la “polderización” de la realidad política para frenar el avance del torrente representado por el protagonismo del ministro de Economía.

Los materiales que se pretende acumular son heterogéneos y de una solidez que debe someterse a la prueba de los hechos, también es cierto que Cavallo no ha vacilado en arremeter con vehemencia contra el sistema institucional y los poderes financieros internacionales.

La urgencia de los acontecimientos lo han llevado a olvidar la prudencia del estratega que procura dividir al enemigo, para librar batallas parciales, siempre menos costosas que una ofensiva frontal.

Fernando de la Rúa no puede volver a cometer el error de creer que la simple difusiòn de imágenes constituye una expresión de poder, sería apenas un poder virtual, mediático, que los vientos de la realidad concreta y palpitante puede disipar en un segundo.

No será fácil que la ciudadanía vuelva a entusiasmarse con los cortos publicitarios que lo mostraban decidido e impetuoso, seguido por una cohorte de partisanos dispuestos a acompañarlo en la lucha por el poder.

Un poder que obtuvo en las urnas y fue perdiendo a jirones desde el Gobierno, entre errores y vacilaciones; deberá demostrar que está en condiciones de tomar el timón del barco y que el capitán no ha delegado funciones en el primer oficial de a bordo.

Para lo cual quienes la acompañan en la travesía quieren conocer el rumbo propuesto y el destino final al que apunta; la incógnita planteada es si el Presidente tiene la capacidad y la decisión necesarias para reunir en un haz a partidarios y aliados y lograr que Cavallo sea acompañante y no primera figura en un proyecto nacional.

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