La respuesta de Beijing fue cuidadosamente estudiada. La que le siguió, desde la Casa Blanca, no. El gobierno estadounidense, ahora plagado de funcionarios solo leales a Donald Trump, dio a conocer la semana pasada su decisión de imponer aranceles punitorios sobre US$ 50 mil millones de importaciones chinas.
Durante varios días, la potencia asiática –que sabe lo que está en juego en una guerra comercial y sus efectos imprevisibles- estudió la respuesta. Cuando la dio, fue fácil apreciar su inteligencia. Apunta a imponer aranceles equivalentes a importaciones provenientes de Estados Unidos por la misma cifra en juego: US$ 50 mil millones. Afectará a automóviles, aviones y porotos de soja, entre otros bienes.
Pero lo interesante, cuando se analizan las medidas, es que afecta únicamente a las economías de los estados de la Unión que votaron por Trump. Lo que podría resentir su base electoral. Algo que el Partido Republicano ve con evidente alarma.
Pero en la Casa Blanca no importó que los mercados financieros (a la baja) reaccionaran con alarma, o que todas las asociaciones de productores agrícolas o de industriales hayan reclamado un paso atrás.
En su primer tweet sobre el tema, el argumento presidencial fue que “cuando uno está US$ 500 mil millones abajo, no se puede perder”. Se refería al déficit de la balanza comercial estadounidense que es de US$ 566 mil millones, entre bienes y servicios.
En cambio, Wall Street no mostró el menor entusiasmo por esa respuesta. El índice industrial (el Dow Jones) cayó en 500 puntos al inicio de las operaciones, para recuperar parte de lo perdido a mediodía. La soja cayó en 5%. China importó la mitad de la soja estadounidense el año pasado.
Las medidas proteccionistas de Estados Unidos (y también las de China) estarían vigentes a finales de mayo. En ese tiempo se espera que funcionarios de ambas potencias se sienten a la mesa de negociaciones.
