“Es preciso salir ya de esta crisis y fijar una hoja de ruta”, repetía en Bruselas la canciller conservadora germana. Este encuentro parece decisivo desde que, en 2005, Francia y Holanda rechazaron en plebiscitos la adopción del tratado. Luego, Gran Bretaña, Dinamarca y otras tres suspendieron sus propias consultas.
Ahora, Antony Blair, primer ministro saliente, sale con un domingo siete: trata de frenar la marcha de la UE al rango de potencia y defender su alianza casi personal con George W.Bush. Pese al desbande de funcionarios ultraconservadores alrededor del presidente norteamericano, éste y Blair insisten en un “siglo anglosajón” y en el eje EE.UU.-Gran Bretaña.
No obstante, dieciocho miembros han adherido al proyecto de carta constitucional. Rumania y Bulgaria, ingresados este año, no deben pronunciarse. Igual sucederá con potenciales socios como Croacia, Macedonia o Turquía. Ahora, un grupo importante de países trata de simplificar el texto, un mamotreto de 6.000 páginas, típico producto de burócratas.
Esa idea y otras fueron discutidas días atrás por los ministros exteriores, que no lograron esbozar un informe ante los jefes de gobierno (deliberan el 21 y el22). Hay una traba perfectamente previsible: los mellizos Lech y Jaroslav Kaczynski, amos de Polonia, amenazan con un veto. Merkel desperdició el martes otras cuatro horas con Lech, presidente polaco.
Hace pocos meses, a la sazón, Varsovia corría riesgo de ser suspendida por la UE, debido a excesos autoritarios. Esto beneficiaría a Angora. En ese momento, Bruselas resolvió reabrir negociaciones con los turcos en tres meses; o sea, ahora. Por entonces, los contactos con Turquía estaban interrumpidos desde en junio de 2006. En aquel momento, el motivo era la negativa otomana a abrir aeropuertos a vuelos comerciales chipriotas. O sea, los dos tercios helenos de la isla incorporados, con llamativo apuro, a la UE.
A partir de abril, la CE examinaba la propuesta turca sobre política industrial y empresaria, una de las 35 que deben aprobarse antes de que Angora ingrese a la UE. Ahora, los miembros de la comunidad han de decidir si ese texto pasa, en cuyo caso después las ulteriores tratativas podrán abrirse, pero no ya suspenderse.
En realidad, en abril se aprobó el capítulo sobre ciencia, investigación y desarrollo tecnológico. La entrada de Rumania y Bulgaria, en cierto modo, facilita las cosas: son dos votos más en favor de Turquía, por razone de conveniencia (aparte, ambos países son mayormente católicos de rito bizantino, no romano).
“La apertura del nuevo ciclo demuestra que el proceso vuelve al buen camino. Alemania, a cargo de la presidencia, nos aseguró que, en junio, se abrirán otros tres capítulos”, señalaba Ali Babaçan, ministro de economía. No por casualidad, Berlín –aliada de Angora- es la más inquieta por las tendencias xenófobas, ultramontanas y antijudías del régimen polaco: 70 millones de musulmanes pesan más que 40 millones de fundamentalistas polacos.
Este fin de semana, esos temas volvieron al tapete. Pero el tenaz presidente Lech polaco podría tener un aliado en la sombra, al menos en cuanto al asunto turco. Nadie menos que Nicolas Sarkozy, su colega francés de origen húngaro (Budapest tampoco ama a Estambul), para quien “Turquía está en Asia menor, no en Europa”.
Más allá del problema otomano, Varsovia no acepta el régimen de decisiones por “mayoría calificada”, incluido en el proyecto constitucional. El mecanismo permitiría adoptar medidas con 55% de los socios, o sea quince de los veintisiete miembros, si representan 65% de la población de la UE. Naturalmente, los países más poblados ganarían influencia. En ese grupo figuran Alemania (80 millones), Gran Bretaña, Francia (60 millones cada uno) e Italia (55 millones). España, Polonia (40 millones en cada caso) y Rumania (35 millones) quedarán algo atrás. Acá resurge el espectro musulmán: Turquía (70 millones) aparecerá eventualmente entre Alemania y Francia-Gran Bretaña.
Pero, inesperadamente, el jueves Polonia formuló un planteo absurdo: exigió nuevas indemnizaciones por perjuicios derivados de la II guerra mundial. Varsovia sostiene que “sin los seis millones de víctimas que sufrimos, nuestra población actual –entonces llegaba a 27 millones- sería de 66 millones, no de 38.500.000”. O sea, el potencial poder de voto superaría a los de Gran Bretaña y Francia. Por supuesto, dos razones desvirtúan la exigencia: entre 1939 y 1945, Polonia se redujo de 390.000 a 315.000 km2 y, en cuanto a muertos, la entonces URSS tuvo veinte millones. ¿Qué de indemnización adicional podrían pedir hoy Rusia, Bielorrusia y Ucrania?
“Es preciso salir ya de esta crisis y fijar una hoja de ruta”, repetía en Bruselas la canciller conservadora germana. Este encuentro parece decisivo desde que, en 2005, Francia y Holanda rechazaron en plebiscitos la adopción del tratado. Luego, Gran Bretaña, Dinamarca y otras tres suspendieron sus propias consultas.
Ahora, Antony Blair, primer ministro saliente, sale con un domingo siete: trata de frenar la marcha de la UE al rango de potencia y defender su alianza casi personal con George W.Bush. Pese al desbande de funcionarios ultraconservadores alrededor del presidente norteamericano, éste y Blair insisten en un “siglo anglosajón” y en el eje EE.UU.-Gran Bretaña.
No obstante, dieciocho miembros han adherido al proyecto de carta constitucional. Rumania y Bulgaria, ingresados este año, no deben pronunciarse. Igual sucederá con potenciales socios como Croacia, Macedonia o Turquía. Ahora, un grupo importante de países trata de simplificar el texto, un mamotreto de 6.000 páginas, típico producto de burócratas.
Esa idea y otras fueron discutidas días atrás por los ministros exteriores, que no lograron esbozar un informe ante los jefes de gobierno (deliberan el 21 y el22). Hay una traba perfectamente previsible: los mellizos Lech y Jaroslav Kaczynski, amos de Polonia, amenazan con un veto. Merkel desperdició el martes otras cuatro horas con Lech, presidente polaco.
Hace pocos meses, a la sazón, Varsovia corría riesgo de ser suspendida por la UE, debido a excesos autoritarios. Esto beneficiaría a Angora. En ese momento, Bruselas resolvió reabrir negociaciones con los turcos en tres meses; o sea, ahora. Por entonces, los contactos con Turquía estaban interrumpidos desde en junio de 2006. En aquel momento, el motivo era la negativa otomana a abrir aeropuertos a vuelos comerciales chipriotas. O sea, los dos tercios helenos de la isla incorporados, con llamativo apuro, a la UE.
A partir de abril, la CE examinaba la propuesta turca sobre política industrial y empresaria, una de las 35 que deben aprobarse antes de que Angora ingrese a la UE. Ahora, los miembros de la comunidad han de decidir si ese texto pasa, en cuyo caso después las ulteriores tratativas podrán abrirse, pero no ya suspenderse.
En realidad, en abril se aprobó el capítulo sobre ciencia, investigación y desarrollo tecnológico. La entrada de Rumania y Bulgaria, en cierto modo, facilita las cosas: son dos votos más en favor de Turquía, por razone de conveniencia (aparte, ambos países son mayormente católicos de rito bizantino, no romano).
“La apertura del nuevo ciclo demuestra que el proceso vuelve al buen camino. Alemania, a cargo de la presidencia, nos aseguró que, en junio, se abrirán otros tres capítulos”, señalaba Ali Babaçan, ministro de economía. No por casualidad, Berlín –aliada de Angora- es la más inquieta por las tendencias xenófobas, ultramontanas y antijudías del régimen polaco: 70 millones de musulmanes pesan más que 40 millones de fundamentalistas polacos.
Este fin de semana, esos temas volvieron al tapete. Pero el tenaz presidente Lech polaco podría tener un aliado en la sombra, al menos en cuanto al asunto turco. Nadie menos que Nicolas Sarkozy, su colega francés de origen húngaro (Budapest tampoco ama a Estambul), para quien “Turquía está en Asia menor, no en Europa”.
Más allá del problema otomano, Varsovia no acepta el régimen de decisiones por “mayoría calificada”, incluido en el proyecto constitucional. El mecanismo permitiría adoptar medidas con 55% de los socios, o sea quince de los veintisiete miembros, si representan 65% de la población de la UE. Naturalmente, los países más poblados ganarían influencia. En ese grupo figuran Alemania (80 millones), Gran Bretaña, Francia (60 millones cada uno) e Italia (55 millones). España, Polonia (40 millones en cada caso) y Rumania (35 millones) quedarán algo atrás. Acá resurge el espectro musulmán: Turquía (70 millones) aparecerá eventualmente entre Alemania y Francia-Gran Bretaña.
Pero, inesperadamente, el jueves Polonia formuló un planteo absurdo: exigió nuevas indemnizaciones por perjuicios derivados de la II guerra mundial. Varsovia sostiene que “sin los seis millones de víctimas que sufrimos, nuestra población actual –entonces llegaba a 27 millones- sería de 66 millones, no de 38.500.000”. O sea, el potencial poder de voto superaría a los de Gran Bretaña y Francia. Por supuesto, dos razones desvirtúan la exigencia: entre 1939 y 1945, Polonia se redujo de 390.000 a 315.000 km2 y, en cuanto a muertos, la entonces URSS tuvo veinte millones. ¿Qué de indemnización adicional podrían pedir hoy Rusia, Bielorrusia y Ucrania?