<p>Por el momento, mientras se limpia Tripolitania de ghadafistas, en Bengasi mandan cinco personajes claves. El primero es Mahmud Dyibril, jefe de gobierno, un liberal otrora hombre de Muammar Ghadafi. Segundo está Mustafá Abdel Dyalili, presidente del Consejo Nacional de Transición, ex ministro de justicia y musulmán moderado.<br />
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Después viene el vice Abdel Hafiz Ghoga, exponente de la izquierda, su influyente vocero y defensor de derechos civiles. Un cargo decisivo, la cartera de hacienda y petróleo, le cabe a Alí Tarhuní, economista formado en Estados Unidos y muy respetado en Occidente.<br />
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En el nivel militar, Suleimán Mahmud nuevo comandante de las fuerzas armadas disidentes, fue uno de los primeros en alejarse de los Ghadaffi y ocupa interinamente el ministerio de guerra. Su antecesor, Adbel Fattah Yunís, fue titular de interior en Trípoli y murió a manos rebeldes, circunstancia que pone en tela de juicio la cadena de mandos.<br />
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Este variopinto gabinete transicional genera dudas sobre su cohesión. Pero, en especial, arriesga roces entre moderados (tolerantes, proclives al perdón) y tradicionalistas (creyentes en la ley del talión). En una dimensión “internacionalista”, operan todavía desde Dubai –Unión de Emiratos Árabes- sesenta expertos convocados por la Liga Árabe.</p>
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¿Cuán fiables son los líderes de Bengasi?
En cierto modo, encarnan desde células islámicas hasta una compleja trama de tribus árabes y bereberes. No están pues exentos de sospechas ni de ataduras a menudo difíciles de quebrar, en un país que oscila entre dos leyes: el talión y el perdón.