viernes, 27 de diciembre de 2024

Croacia entra en una UE sumida en el desencanto

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Veinte años después de que el mundo asistiera casi en directo a la cruenta guerra de los Balcanes, la más reciente que ha vivido Europa, la capital de Croacia, Zagreb, se incorporó desde ayer con plenos derechos al proyecto comunitario.

La actual debilidad económica, unida a una cierta indigestión provocada por las últimas ampliaciones, ensombrece las celebraciones por la incorporación del miembro número 28 del club comunitario, Croacia, a la Unión Europea.
Vista con perspectiva histórica, la bienvenida resulta un éxito, mucho más si se suman las expectativas de que en unos años comparta mesa de negociación con su antigua enemiga Serbia, desde el pasado viernes candidata firme a anexionarse a la UE. 
Pero hasta los dirigentes comunitarios son conscientes de que el euroentusiasmo de otras ocasiones se ha desvanecido. 
Tras reconocer el valor de la reconciliación, el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, reconocía ayer en un comunicado: “La recesión golpea duro a Croacia y a muchos otros países europeos. La pertenencia a la UE no supondrá una solución mágica a la crisis, pero ayudará a sacar a mucha gente de la pobreza y a modernizar la economía”.
“Hay que destacar el poder transformador de este proceso de adhesión. Ya desde que Croacia pidió ingresar en la UE, en 2003, el país ha cambiado por completo”, destaca un portavoz de la Comisión Europea. 
Pese a todo, el propio Ejecutivo comunitario reconoce que este territorio de 4,4 millones de habitantes tiene mucho por hacer en la lucha contra la corrupción y la mejora del Estado de derecho.
En el debate sobre la ampliación europea, la llegada de Croacia ha servido para romper un tabú en las instituciones comunitarias: el de que algunos de los últimos procesos se hicieron demasiado rápido y sin todas las garantías. 
“Croacia está más preparada que ningún país antes porque después de ampliaciones anteriores —sobre todo la de Rumanía y Bulgaria— se dijo que nunca más se volvería a hacer así. Esos países no estaban listos para entrar en 2007”, admite en conversación telefónica desde Croacia Doris Pack, eurodiputada alemana del Partido Popular.
Sin micrófonos delante, la Comisión Europea también concede que hay lecciones que aprender de esa última ampliación. También del proceso masivo que integró en 2004 a países hoy foco de preocupación para Bruselas como Hungría y Chipre. 
El Ejecutivo comunitario sigue defendiendo que la mejor opción era acogerlos en el seno de la UE, pero la deriva autoritaria que se ha producido en Budapest, sin que Bruselas pueda hacer mucho por evitarlo, y el reciente desenmascaramiento de Chipre como paraíso fiscal revelan errores de base.
Tanja Fajon, parlamentaria eslovena del grupo de los socialdemócratas, lo explica con franqueza. “Bulgaria [un caso que ha estudiado especialmente] es un buen ejemplo. Ya hemos visto las dificultades de ampliaciones que se adoptaron por motivos políticos; Rumanía y Bulgaria no estaban bien preparadas. Ahora somos mucho más cuidadosos”, asegura. Las negociaciones para el ingreso de esos dos países fueron inusualmente rápidas —se abrieron en 2000 para integrarse en 2007— tratándose de territorios con unos estándares muy alejados de lo que era entonces la media comunitaria.
Sobre Croacia, en cambio, Tajon se muestra entusiasta, un signo más de la reconciliación europea, pues Eslovenia y Croacia mantuvieron hasta hace unos meses un conflicto de fronteras.
Además de explorar su propio camino, Croacia anticipa la previsiblemente integración futura del país más asociado con la crueldad de la guerra balcánica: Serbia. 
Porque además de hablar de crecimiento y empleo, los líderes europeos acordaron el pasado viernes iniciar en enero de 2014 las conversaciones formales para la entrada serbia en la UE. 
Nadie cree que pueda acceder antes de 2020, pero el mero horizonte suscita un debate inquietante para algunos socios comunitarios.
A la cabeza de esas preocupaciones figura Alemania. Sus dirigentes “han intentado maniobras dilatorias para el inicio de las conversaciones con Serbia”, explican fuentes diplomáticas. 
Al final, los recelos se han resuelto con una salvaguarda que permite a los Veintisiete definir el marco político de la negociación con Serbia de aquí a final de año y poder votar en contra si no satisface a los Estados miembros. 
“Algunos piensan que el ritmo es precipitado”, confirman esas fuentes.
Alemania es quizás el país que mejor encarna esos recelos europeos a la expansión exterior. Hace apenas dos semanas puso el freno al diálogo con Turquía —negocia con Bruselas desde 2005, aunque a ritmo muy lento— y finalmente ha logrado retrasar el calendario al menos cuatro meses, hasta después de las elecciones en Berlín.
Contra esas reticencias se expresa Shada Islam, de Friends of Europe, un instituto de análisis bruselense. “¿Se va a convertir la Unión Europea en un club de países pequeños?”, se pregunta esta experta, que, frente a las últimas ampliaciones comunitarias, aboga por abrazar a países grandes que den valor estratégico a la UE. Como Turquía, una potencia con casi 80 millones de habitantes, a la altura de Alemania.
Por encima de todas las cautelas, los expertos consultados resaltan la importancia de cerrar las heridas e integrar a los Balcanes, un territorio en medio del continente con capacidad para desestabilizarlo, como demuestra la historia. 
“Tenemos que cumplir nuestras promesas. Los problemas de Europa no vienen de la ampliación”, asegura la diputada Doris Pack. “Olvidamos el éxito esencial de la UE: un proceso de paz y de reconciliación entre enemigos”, cierra Shada Islam.

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