Se suponía que la globalización traería paz, prosperidad y estabilidad, y que los avances tecnológicos y la competencia internacional, moldearían al mundo por el camino señalado.
Sin embargo, cuando la globalización ha permitido un alto nivel de integración económica, aparecen factores perturbadores que inciden en la creciente disrupción política.
Un reciente estudio revela que 39% de los inversionistas encuentra que el mayor riesgo para inversiones extranjeras en Europa, es la inestabilidad geopolítica. Otro sondeo encuentra que 62% de los ejecutivos de Estados Unidos sostiene que una guerra comercial puede desembocar en abierta recesión.
La globalización se hizo sentir a gran escala, y dejó huellas de efectos positivos en mercados emergentes –especialmente de Asia donde hizo surgir una importante clase media-. Pero en las economías más avanzadas, se tradujo también en pérdida de empleos, desigualdad en el ingreso, mayor descontento social y un populismo rampante en lo político.
En muchos países se percibe que el avance de la automatización y robotización amenaza empleos existentes y tal vez, el surgimiento de nuevas posiciones laborales. Lo que implica mayor desigualdad en la distribución de los ingresos y en el nivel de bienestar de la gente. Lo que moviliza a muchos afectados, especialmente de los sectores medios, a ponerse en campaña contra las empresas y el mundo de los negocios.
En el terreno geopolítico, el tema de fondo es cuáles serán los países que estarán a la cabeza de la innovación tecnológica y que impondrán nuevos estándares globales en ese campo.
Pero también aparece con nitidez la fragmentación política internacional, como lo revela la política exterior de Donald Trump – contra el acuerdo Trans Pacífico y opuesta a la convención del clima suscripto por muchos países en París-. Lo que parecía hace pocos años un sólido escenario se ha transformado en una fragmentación política global. Las reglas de un orden multilateral –efectivo y cooperador- implican un rebalanceo total del poder político como se presentaba a finales del sigl0 20. Ahora hay una nueva realidad.
Un buen ejemplo es la Organización Mundial de Comercio, que permitía armonizar disensos y evitar conflictos. Hoy mientras el escenario está ocupado –en apariencia- por la guerra comercial entre China y Estados Unidos (y su impacto sobre los demás bloques comerciales), el organismo ha pasado a ser un sello irrelevante, una burocracia internacional inoperante, sin ningún atenuante.
La novedad es que la vieja realidad dominada por el protagonismo –excesivo dirían algunos críticos- de la estrategia global de Estados Unidos, fue dando paso a otro esquema donde lo que está en juego es un rebalanceo integral del poder. Ya no es definitivo que se puedan hacer negocios globales con el paquete de reglas establecido por las potencias occidentales. Ahora aparecen nuevos focos de poder con vocación por hacerse un lugar en este concierto.
El nuevo comercio mundial
Lo interesante es que, en el trasfondo, cierto grado de globalización y de integración económica, continúa. A pesar de brechas y fisuras en el campo geopolítico, y de las tremendas disputas por obtener la hegemonía tecnológica. El comercio mundial empieza a estar totalmente digitalizado. Una peligrosa combinación que impulsa la disrupción política e impide el planeamiento de largo plazo en términos de estabilidad.
El hecho sobresaliente de esta década es la rivalidad y frecuentes conflictos entre Estados Unidos y China, economías que, a la postre, son totalmente interdependientes.
En un momento el mercado chino beneficiaba a empresas estadounidenses porque ofrecían salarios bajos y mantenían en funcionamiento la cadena de valor. Mientras, China comenzó a exportar cada vez más, de mejor calidad, y fue aprendiendo el uso y manejo de tecnologías que se convertían en práctica cotidiana por obra de esas empresas extranjeras con operaciones dentro de China.
Esta realidad cambió. Muchas firmas estadounidenses ahora prefieren Vietnam y otros focos asiáticos para trasladar allí la cadena de valor que tanto tiempo creció en el interior de China. Una prueba: según una reciente encuesta de Bain, 60% de los directivos de empresas con operaciones en China, planean revisar su localización dentro del próximo año.
La nueva actividad de las empresas estadounidenses con inversiones en China y en otras partes de Asia, es ahora pensar estrategias para atenuar el riesgo.