La contundente victoria de Juan Pablo Valdés en Corrientes confirmó dos tendencias. Por un lado, la capacidad del radicalismo de retener territorios donde gobierna con coaliciones amplias. Por otro, el límite de La Libertad Avanza (LLA) cuando decide competir sin acuerdos locales. Con el peronismo lejos de la disputa principal, emergió con nitidez un escenario tripolar que desborda la vieja dicotomía peronismo–no peronismo. Según los datos Valdés superó con holgura la mitad de los votos; LLA quedó cuarta, debajo del 10%.
Corrientes como bisagra
La elección correntina funcionó como un plebiscito provincial sobre la eficacia de las alianzas. El radicalismo evitó un acuerdo con LLA —tras contactos iniciales sin resultados— y sostuvo la identidad de su frente local. La campaña estuvo marcada por incidentes: el cierre libertario con Karina Milei debió interrumpirse por enfrentamientos en la capital provincial, episodio que reforzó la idea de una contienda nacionalizada y crispada.
El mensaje político fue doble. Primero, que un oficialismo provincial cohesionado es competitivo aun en un clima nacional de desgaste social. Segundo, que la marca presidencial de LLA, sin tejido territorial, no basta para disputar gobernaciones. Ese rendimiento “puro” ya había encendido alertas en la Casa Rosada tras episodios de conflictividad en el conurbano bonaerense y denuncias cruzadas de corrupción, que tensionaron la narrativa oficialista en la recta final hacia las legislativas.
Tres polos en formación
El resultado correntino cristaliza un triángulo con perfiles definidos: la ultraderecha de LLA (ajuste acelerado y liderazgo personalista), el kirchnerismo como núcleo del peronismo opositor, y un centro republicano que busca diferenciarse de ambos. Este último no es un invento teórico: tomó cuerpo en las últimas semanas bajo la etiqueta Provincias Unidas, impulsada por gobernadores de Córdoba, Santa Fe, Chubut, Jujuy y Santa Cruz, con el exgobernador Juan Schiaretti como articulador. Su plataforma combina equilibrio fiscal y reclamos de federalismo económico, con énfasis productivo.
En ese marco, Corrientes operó como victoria simbólica de ese espacio emergente: gobernadores del bloque respaldaron públicamente el acto final y la consagración de Valdés, proyectando una narrativa de “interior productivo” y coordinación entre pares. La señal es clara: disputar la oposición a Milei sin volver al kirchnerismo, e intentar ser la segunda minoría legislativa.
Mendoza, Chaco, Jujuy y Santa Fe: cuatro caminos
El nuevo mapa no es uniforme. Mendoza ensayó una fórmula pragmática: UCR y LLA oficializaron listas comunes, con el ministro de Defensa Luis Petri encabezando por Mendoza tras afiliarse a LLA. Cornejo preserva el mando provincial, Milei suma estructura, y el PRO local quedó partido entre el cornejismo y la disidencia. Es una alianza de conveniencia que difiere del modelo Corrientes.
Chaco siguió una lógica similar a Mendoza en clave legislativa: el gobernador radical Leandro Zdero amplió su frente incorporando a LLA y sostuvo al PRO dentro de la coalición, pero cuidó el sello propio en campaña para no diluir liderazgo. Es la realpolitik del norte: sumar a Milei sin ceder el timón. (Información de contexto aportada por coberturas locales y declaraciones públicas en campaña.)
En Jujuy, la estrategia fue la inversa: continuidad radical con Carlos Sadir, distancia de LLA y alineamiento con la mesa de gobernadores. Allí el PRO carece de masa crítica fuera de la alianza tradicional, y el kirchnerismo conserva minorías intensas. El objetivo es anclar el “centro republicano” en gestión y orden institucional.
Santa Fe expresa el laboratorio del nuevo frente: Pullaro integró UCR, PRO y fuerzas aliadas bajo Provincias Unidas para competir sin Milei ni kirchnerismo. El PRO es socio pleno —la vicegobernadora Gisela Scaglia lo acredita— y LLA irá por afuera. El ensayo santafesino muestra que el centro puede retener volumen electoral sin la marca presidencial libertaria.
El PRO en la encrucijada
El PRO dejó de ser un bloque homogéneo. En distritos como Mendoza confluye con LLA; en Santa Fe se encolumnó detrás del armado provincial; en Corrientes acompaña al radicalismo. La decisión nacional de Mauricio Macri de pactar con Milei en plazas clave convive con liderazgos subnacionales que priorizan gobernabilidad y federalismo antes que la organicidad partidaria. El resultado es un PRO “bisagra”, que según la provincia refuerza la ultraderecha o nutre el centro republicano.
Lo que Corrientes podría anticipar
La elección correntina acelera la transición desde el bipartidismo imperfecto hacia un trípode inestable. Para LLA, confirma que sin alianzas territoriales la expansión se frena. Para el kirchnerismo, reafirma que fuera de sus bastiones el techo es bajo. Para el centro republicano, valida que una marca federal, con gobernadores y balance fiscal, puede competir como segunda fuerza. El desenlace de octubre dependerá de dos ecuaciones: si LLA consigue socios sin perder identidad y si Provincias Unidas traslada su coordinación a votos concretos en Córdoba y Santa Fe, entre otras. Corrientes, con su continuidad radical y el tropiezo libertario, ya inclinó la primera ficha.
Aunque la incógnita a despejar en estos tiempos es la forma en que ultraderecha procesará un resultado electoral incómodo. Sus principales aliados globales no son una referencia buena para copiar.












