Constitución europea: ¿muerta, pero aún sin enterrar?

Los duros rechazos en Francia y Holanda, más la suspensión del referendo británico, virtualmente abortan el tratado constitucional de 2004. Al menos, en su forma inicial. Aunque dirigentes y burócratas de la Unión Europea no lo admiten.

8 junio, 2005

La cuestión, ahora, es cómo salen del brete los 25 socios del club. De ellos, como subrayan dos periódicos londineses, “diez entraron de apuro y con fórceps”. También sucedió el año pasado, mientras se pergeñaba un proyecto constitucional en 480 artículos, tan farragoso como indigesto para el público y los medios. “Es un código napoléonico, pero sin el pragmatismo de Fouché”, apuntaba Le Figaro.

En Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo, los capitostes de la UE reaccionaron como esos alcaldes de pueblo chico estadounidense, en las películas de catástrofes. Patético, Jean-Claude Junker, primer ministro del medio ducado -el otro medio lo tiene Bélgica- y presidente de turno en la UE, afirmó: “La constitución no ha muerto”. Lo mismo dijeron el portugués José Manoel Durão Barroso y el catalán Josep Borrell, cabezas de la Comisión y el Parlamento europeos.

Dado que sus bien remunerados cargos serán indirectamente afectados por el congelamiento del proyecto, sus reacciones espontáneas son comprensibles. Otros altos personajes de la UE insistieron en que la ratificación prosiga normalmente. Pero ya Gran Bretaña había suspendido el plebiscito y, promediando la semana, Dinamarca, Polonia, la República Checa y el propio Luxemburgo barajaban posibilidades de acompañar a Londres.

Los NO francés y holandés propinaron un duro golpe a los creyentes en la unión política, a cuyos ojos era históricamente inevitable y ha dejado de serlo. Ante el grado de compromiso de gente como Junker, Barroso o Borrell, no sorprende que sus gestos iniciales hayan sido airados o desafiantes. Pero sus argumentos para continuar con el proceso suenan surrealistas. Eso sostienen, con inocultable satisfacción, representantes del pensamiento anglosajón. Por ejemplo Economist, Financial Times o algunos medios estadounidenses (Wall Street Journal, Boston Globe, etc.).

El contexto legal es bastante claro: para que el tratado –no la constitución propiamente dicha- entre en vigencia, deben ratificarlo los 25 socios. Al firmarse el acuerdo (Roma, octubre), se le añadió una cláusula: si en dos años, cuatro quintos de los países (20) han ratificado y los otros han tenido dificultades (como las actuales), un plenario de la UE deberá analizar la situación.

En esa enmienda se fundamentan los “europeístas” para insistir en que continúe el proceso. Puesto que nueve países ya han ratificado (aunque sólo España lo hizo vía referendo, con alta abstinencia) su voluntad, no puede ignorarse sólo porque franceses, holandeses y británicos hayan tenido “dificultades”.

Aun así, existen serios riesgos de que la ronda de consultas quede interrumpida por tiempo indeterminado, aun en Luxemburgo (que debiera votar el 10 de julio). De cualquier manera, parece difícil que la gente quiera pronunciarse por un texto cuyo destino está en el limbo. Por ende, la próxima cumbre de la UE (16 y 17 de este mes) posiblemente secunde la iniciativa británica y suspenda el procedimiento por lo menos durante dos años.

Reiniciar las ratificaciones desde cero, pero sobre un proyecto más simple y menos farragoso, parecería una salida. Pero, ¿cómo impedir que los votantes vuelvan a decir NO? Además, las modificaciones podrían –verbigracia- permitir a Francia ampliar a toda la UE su sistema de seguridad social (perspectiva que horroriza al Economist y otros herederos de Mr. Scrooge).

Tampoco es posible, claro, dejar fuera a Francia. A diferencia de Gran Bretaña, ese país siempre ha sido (junto con Alemania) centro geopolítico de Europa al oeste de Rusia y los Balcanes. Debe ser lo único que resta del ensayo imperial carolingio. Una UE sin cualquiera de ellos es inconcebible.

Entonces, ¿cómo superar esta crisis? Los burócratas de Bruselas hablan ya de “dorar la píldora” flexilizando aspectos del proyecto constitucional. Pero sin alterar los pactos preexistentes, incluso el de 2004. Esa estrategia no explica, empero, qué hacer con los plebiscitos ya efectuados. Hay otra dificultad: ciertas cláusulas básicas –cambios al sistema de votación, abolición de ciertos vetos, carta de derechos fundamentales- exigen, sin duda, enmendar el acuerdo suscripto en 2004.

“Dorar la píldora” tampoco responde a la crisis de legitimidad creada por ambos NO y el congelamiento británico. Por eso, los “europeístas duros” sugieren una “unión medular” orientada por Francia y Alemania. Por de pronto, hay un factor común a ambas, compartido por el Benelux: las inquietudes ligadas a las ampliaciones de la UE. La actual y la venidera.

Sin embargo, resulta muy difícil que Jacques Chirac y Gerhard Schröder puedan ponerse al frente de semejante solución. El francés ha sido humillado por el NO. El alemán viene de perder comicios locales claves y puede ser derrotado en las elecciones generales de septiembre. Alguien le oyó decir a Nicolas Sarkozy –rival de Chirac, nuevamente en el Ministerio de Interior- que “juntarlos a ambos sería como juntar un ciego con un manco”.

Si Francia no puede recobrar la iniciativa europea vía una alianza con Alemania, probablemente se ponga cada vez más mañosa en sus tratos con la UE. Esto sería pésima noticia para los aspirantes a ingresar en el club. Aun Rumania y Bulgaria, que han firmado preacuerdos de acceso, podrían ver que las puertas se cierran a último momento, pues el parlamento galo aún debe ratificar las negociaciones. Mayores riesgos afronta Turquía, que debiera iniciar conversaciones en octubre. Por de prono, ambos NO trasuntaban resistencias a la presencia turca –e islámica- en la UE.

La cuestión, ahora, es cómo salen del brete los 25 socios del club. De ellos, como subrayan dos periódicos londineses, “diez entraron de apuro y con fórceps”. También sucedió el año pasado, mientras se pergeñaba un proyecto constitucional en 480 artículos, tan farragoso como indigesto para el público y los medios. “Es un código napoléonico, pero sin el pragmatismo de Fouché”, apuntaba Le Figaro.

En Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo, los capitostes de la UE reaccionaron como esos alcaldes de pueblo chico estadounidense, en las películas de catástrofes. Patético, Jean-Claude Junker, primer ministro del medio ducado -el otro medio lo tiene Bélgica- y presidente de turno en la UE, afirmó: “La constitución no ha muerto”. Lo mismo dijeron el portugués José Manoel Durão Barroso y el catalán Josep Borrell, cabezas de la Comisión y el Parlamento europeos.

Dado que sus bien remunerados cargos serán indirectamente afectados por el congelamiento del proyecto, sus reacciones espontáneas son comprensibles. Otros altos personajes de la UE insistieron en que la ratificación prosiga normalmente. Pero ya Gran Bretaña había suspendido el plebiscito y, promediando la semana, Dinamarca, Polonia, la República Checa y el propio Luxemburgo barajaban posibilidades de acompañar a Londres.

Los NO francés y holandés propinaron un duro golpe a los creyentes en la unión política, a cuyos ojos era históricamente inevitable y ha dejado de serlo. Ante el grado de compromiso de gente como Junker, Barroso o Borrell, no sorprende que sus gestos iniciales hayan sido airados o desafiantes. Pero sus argumentos para continuar con el proceso suenan surrealistas. Eso sostienen, con inocultable satisfacción, representantes del pensamiento anglosajón. Por ejemplo Economist, Financial Times o algunos medios estadounidenses (Wall Street Journal, Boston Globe, etc.).

El contexto legal es bastante claro: para que el tratado –no la constitución propiamente dicha- entre en vigencia, deben ratificarlo los 25 socios. Al firmarse el acuerdo (Roma, octubre), se le añadió una cláusula: si en dos años, cuatro quintos de los países (20) han ratificado y los otros han tenido dificultades (como las actuales), un plenario de la UE deberá analizar la situación.

En esa enmienda se fundamentan los “europeístas” para insistir en que continúe el proceso. Puesto que nueve países ya han ratificado (aunque sólo España lo hizo vía referendo, con alta abstinencia) su voluntad, no puede ignorarse sólo porque franceses, holandeses y británicos hayan tenido “dificultades”.

Aun así, existen serios riesgos de que la ronda de consultas quede interrumpida por tiempo indeterminado, aun en Luxemburgo (que debiera votar el 10 de julio). De cualquier manera, parece difícil que la gente quiera pronunciarse por un texto cuyo destino está en el limbo. Por ende, la próxima cumbre de la UE (16 y 17 de este mes) posiblemente secunde la iniciativa británica y suspenda el procedimiento por lo menos durante dos años.

Reiniciar las ratificaciones desde cero, pero sobre un proyecto más simple y menos farragoso, parecería una salida. Pero, ¿cómo impedir que los votantes vuelvan a decir NO? Además, las modificaciones podrían –verbigracia- permitir a Francia ampliar a toda la UE su sistema de seguridad social (perspectiva que horroriza al Economist y otros herederos de Mr. Scrooge).

Tampoco es posible, claro, dejar fuera a Francia. A diferencia de Gran Bretaña, ese país siempre ha sido (junto con Alemania) centro geopolítico de Europa al oeste de Rusia y los Balcanes. Debe ser lo único que resta del ensayo imperial carolingio. Una UE sin cualquiera de ellos es inconcebible.

Entonces, ¿cómo superar esta crisis? Los burócratas de Bruselas hablan ya de “dorar la píldora” flexilizando aspectos del proyecto constitucional. Pero sin alterar los pactos preexistentes, incluso el de 2004. Esa estrategia no explica, empero, qué hacer con los plebiscitos ya efectuados. Hay otra dificultad: ciertas cláusulas básicas –cambios al sistema de votación, abolición de ciertos vetos, carta de derechos fundamentales- exigen, sin duda, enmendar el acuerdo suscripto en 2004.

“Dorar la píldora” tampoco responde a la crisis de legitimidad creada por ambos NO y el congelamiento británico. Por eso, los “europeístas duros” sugieren una “unión medular” orientada por Francia y Alemania. Por de pronto, hay un factor común a ambas, compartido por el Benelux: las inquietudes ligadas a las ampliaciones de la UE. La actual y la venidera.

Sin embargo, resulta muy difícil que Jacques Chirac y Gerhard Schröder puedan ponerse al frente de semejante solución. El francés ha sido humillado por el NO. El alemán viene de perder comicios locales claves y puede ser derrotado en las elecciones generales de septiembre. Alguien le oyó decir a Nicolas Sarkozy –rival de Chirac, nuevamente en el Ministerio de Interior- que “juntarlos a ambos sería como juntar un ciego con un manco”.

Si Francia no puede recobrar la iniciativa europea vía una alianza con Alemania, probablemente se ponga cada vez más mañosa en sus tratos con la UE. Esto sería pésima noticia para los aspirantes a ingresar en el club. Aun Rumania y Bulgaria, que han firmado preacuerdos de acceso, podrían ver que las puertas se cierran a último momento, pues el parlamento galo aún debe ratificar las negociaciones. Mayores riesgos afronta Turquía, que debiera iniciar conversaciones en octubre. Por de prono, ambos NO trasuntaban resistencias a la presencia turca –e islámica- en la UE.

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