¿Cómo se las arreglará Bernanke para capear crisis?

Para varios analistas, Benjamin Bernanke es demasiado académico, al revés de Alan Greenspan o Paul Volcker, productos de la banca privada. Tampoco entiende los mercados de materias primas. ¿Será así?

31 mayo, 2006

De vez en cuando, las fuerzas económicas y los mercados especulativos chocan. Esos momentos se caracterizan por borrascas y volatilidad. Así sucedió en el derrumbe bursátil de 1987, el cese de pagos mejicano de 1994, la crisis iniciada en el sudeste asiático (1997), que culminó en Rusia (1998) y con el colapso de la burbuja puntocom en 2000/1. Ahora, 2006, presente algunos ingredientes alarmantes.

El dólar zozobra. Las bolsas son inestables. Precios de bonos norteamericanos y sus contrapartidas, tasas largas, se balancean en un tándem favorable a éstas. Los hidrocarburoas estan muy caros. El oro marca picos de los últimos 25 años, pero aún puede llegar –a juicio de algunos expertos- a más de US$ 2.200 la onza en mediano plazo.

Mientras tanto, el proteccionismo campea… entre las economías centrales. General Motors es candidato para la bancarrota. Rusia ataca a este y oeste con su ingente “poder petrolero”. Irán pone histérico a George W.Bush, aunque –a diferencia de Norcorea- carezca de armas nucleares. Irak y Afganbistán se sumen cada días más en la guerra civil. Todo durante un año electoral difícil para la Casa Blanca y, claro, también para el presidente del Sistema de Reserva Federal.

Hasta hace pocos meses, la economía norteamericana parecía sacarse de encima los efectos de Catalina, otros huracanes y los combustibles caros. Por primera vez en años, surgían signos reactivantes en Japón y cierto optimismo en la Eurozona. Algunos mercados emergentes y secundarios estaban subiendo. En ese punto, la Organización de cooperación y desarrollo económico (OCDE, en realidad un “lobby” hipermonetarista) afirmó que la economía global refirmaba nuevamente su capacidad de soportan choques y mantener impulso. Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs y otros se rieron, con razón.

Desde principios de mayo, en efecto, los vientos se han dado vuelta en forma abrupta. El Dow Jones llegó a ceder hasta 5% en un par de semanas, pero los mercados indios cayeron 16% y San Pablo (única plaza sudamericana de tamaño global) llegó a perder casi 20%. Parte del fenómeno tiene una vieja explicación; loa mercados especulativos se comportan como timbas que oscilan de la euforia a la desesperanza más negra. Pero, en esta oportunidad, hay factores que dependen de cómo se mueva el nuevo jefe del Sistema de Reserva Federal, que maneja la política monetarias, pero no ¡ay! la económica.

Sin duda, un largo período de plata fácil y tasas en extremo bajas –necesarias para eludir la deflación sufrida por Tokio- fomentaron tomar crédito y especular en todo tipo de franjas. Desde la burbuja inmobiliaria norteamericana (iniciada en 2001, con la bendición de Bush y Greenspan) hasta la loca alza actual del oro, la plata o el cobre. Salvo el caso de los metales preciosos e industriales, el resto es ya historia. La “nueva” amenaza se llama estanflación, el fantasma que Volcker aventó a principios de los años 80. Por ende, el SRF y otros bancos centrales elevan tasas básicas para pinchar varias burbujas de activos.

No obstante, los mercados y sus inefables gurúes parecen persuadidos de dos cosas contradictorias entre sí: Bernanke se preocupa mucho de la inflación y aumentará intereses hasta ahogar el moderado crecimiento o, alternativamente, se preocupa muy poco. Por tanto, tendrá una política monetaria vacilante y afectará la estabilidad de precios lograda en estos años. Ahí aparece el miedo de los operadores ante un académico que no entiende bien los mercados financiero y de materia primas.

Según cree Richard Berner (Morgan Stanley), “empeiza a olerse una escenario parecido al de 1987, con inflación y estancamiento en avance, dólar débil y funcionario del SRF más desvelados por riesgos al crecimiento que por el peligro inflacionario. En un mundo de vastos movimiento de capital y comunicación al instante, demasiado parece dependerr todavía de unas pocas personas en los bancos centrales”.

Claro, el analista pertenece a la escuela que no confía en Bernanke, su colega europeo Jean-Claude Trichet ni el resto de ellos. Decenios atrás, en tiempo de la “gran inflación”, los banqueros centrales eran como hoy: no parecían astutos ni poderosos. Arthur Burns, presidente del SRF en 1970/8, no abrigaba esperanzas: fuerzas geopolíticas, sociales y económicas les habían cortado las uñas a los emisores, inanes ante una inflación crónica. Entre las preocupaciones del momento (1979) figuraban convulsiones políticas en Irán –luego, una guerra con Irak-, espectaculares aumentos en hidrocarburos y metales preciosos, junto con la imposibilidad de Estados Unidos para desarrollar políticas efectivas en energía y combustibles fósiles (especialmente, formas substitutas). Suena familiar ¿no?

Volcker, sucesdor en Burns, se había preparado secretamente a hacer lo que éste creía imposible: quebrar las bases de inflación, al precio de una recesión devastadora. Elevando tipo referenciales a más de 10% anual. Esta brural política restauró el temor a los banqueros centrales, aunque tornándolos impopulares hasta para sus propios gobiernos.

En la actualidad, esperan algunos expertos, Bernanke y sus colegas no entrarán en pánico, aumentarán tasas hasta niveles de hace veinte años ni desatarán una recesión –para liquidar la estanflación, curiosamente- sólo porque las materias primas se han disparado. Así suponen la OCDE y oteros cenáculos ortodoxos. Pero ¿que ocurrirá si el oro se acerca a US$ 2.200 –el precio en enero de 1980 a valores actuales- o los crudos pasan de US$ 100 el barril?

De vez en cuando, las fuerzas económicas y los mercados especulativos chocan. Esos momentos se caracterizan por borrascas y volatilidad. Así sucedió en el derrumbe bursátil de 1987, el cese de pagos mejicano de 1994, la crisis iniciada en el sudeste asiático (1997), que culminó en Rusia (1998) y con el colapso de la burbuja puntocom en 2000/1. Ahora, 2006, presente algunos ingredientes alarmantes.

El dólar zozobra. Las bolsas son inestables. Precios de bonos norteamericanos y sus contrapartidas, tasas largas, se balancean en un tándem favorable a éstas. Los hidrocarburoas estan muy caros. El oro marca picos de los últimos 25 años, pero aún puede llegar –a juicio de algunos expertos- a más de US$ 2.200 la onza en mediano plazo.

Mientras tanto, el proteccionismo campea… entre las economías centrales. General Motors es candidato para la bancarrota. Rusia ataca a este y oeste con su ingente “poder petrolero”. Irán pone histérico a George W.Bush, aunque –a diferencia de Norcorea- carezca de armas nucleares. Irak y Afganbistán se sumen cada días más en la guerra civil. Todo durante un año electoral difícil para la Casa Blanca y, claro, también para el presidente del Sistema de Reserva Federal.

Hasta hace pocos meses, la economía norteamericana parecía sacarse de encima los efectos de Catalina, otros huracanes y los combustibles caros. Por primera vez en años, surgían signos reactivantes en Japón y cierto optimismo en la Eurozona. Algunos mercados emergentes y secundarios estaban subiendo. En ese punto, la Organización de cooperación y desarrollo económico (OCDE, en realidad un “lobby” hipermonetarista) afirmó que la economía global refirmaba nuevamente su capacidad de soportan choques y mantener impulso. Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs y otros se rieron, con razón.

Desde principios de mayo, en efecto, los vientos se han dado vuelta en forma abrupta. El Dow Jones llegó a ceder hasta 5% en un par de semanas, pero los mercados indios cayeron 16% y San Pablo (única plaza sudamericana de tamaño global) llegó a perder casi 20%. Parte del fenómeno tiene una vieja explicación; loa mercados especulativos se comportan como timbas que oscilan de la euforia a la desesperanza más negra. Pero, en esta oportunidad, hay factores que dependen de cómo se mueva el nuevo jefe del Sistema de Reserva Federal, que maneja la política monetarias, pero no ¡ay! la económica.

Sin duda, un largo período de plata fácil y tasas en extremo bajas –necesarias para eludir la deflación sufrida por Tokio- fomentaron tomar crédito y especular en todo tipo de franjas. Desde la burbuja inmobiliaria norteamericana (iniciada en 2001, con la bendición de Bush y Greenspan) hasta la loca alza actual del oro, la plata o el cobre. Salvo el caso de los metales preciosos e industriales, el resto es ya historia. La “nueva” amenaza se llama estanflación, el fantasma que Volcker aventó a principios de los años 80. Por ende, el SRF y otros bancos centrales elevan tasas básicas para pinchar varias burbujas de activos.

No obstante, los mercados y sus inefables gurúes parecen persuadidos de dos cosas contradictorias entre sí: Bernanke se preocupa mucho de la inflación y aumentará intereses hasta ahogar el moderado crecimiento o, alternativamente, se preocupa muy poco. Por tanto, tendrá una política monetaria vacilante y afectará la estabilidad de precios lograda en estos años. Ahí aparece el miedo de los operadores ante un académico que no entiende bien los mercados financiero y de materia primas.

Según cree Richard Berner (Morgan Stanley), “empeiza a olerse una escenario parecido al de 1987, con inflación y estancamiento en avance, dólar débil y funcionario del SRF más desvelados por riesgos al crecimiento que por el peligro inflacionario. En un mundo de vastos movimiento de capital y comunicación al instante, demasiado parece dependerr todavía de unas pocas personas en los bancos centrales”.

Claro, el analista pertenece a la escuela que no confía en Bernanke, su colega europeo Jean-Claude Trichet ni el resto de ellos. Decenios atrás, en tiempo de la “gran inflación”, los banqueros centrales eran como hoy: no parecían astutos ni poderosos. Arthur Burns, presidente del SRF en 1970/8, no abrigaba esperanzas: fuerzas geopolíticas, sociales y económicas les habían cortado las uñas a los emisores, inanes ante una inflación crónica. Entre las preocupaciones del momento (1979) figuraban convulsiones políticas en Irán –luego, una guerra con Irak-, espectaculares aumentos en hidrocarburos y metales preciosos, junto con la imposibilidad de Estados Unidos para desarrollar políticas efectivas en energía y combustibles fósiles (especialmente, formas substitutas). Suena familiar ¿no?

Volcker, sucesdor en Burns, se había preparado secretamente a hacer lo que éste creía imposible: quebrar las bases de inflación, al precio de una recesión devastadora. Elevando tipo referenciales a más de 10% anual. Esta brural política restauró el temor a los banqueros centrales, aunque tornándolos impopulares hasta para sus propios gobiernos.

En la actualidad, esperan algunos expertos, Bernanke y sus colegas no entrarán en pánico, aumentarán tasas hasta niveles de hace veinte años ni desatarán una recesión –para liquidar la estanflación, curiosamente- sólo porque las materias primas se han disparado. Así suponen la OCDE y oteros cenáculos ortodoxos. Pero ¿que ocurrirá si el oro se acerca a US$ 2.200 –el precio en enero de 1980 a valores actuales- o los crudos pasan de US$ 100 el barril?

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