Clima: pobres resultados en Montreal. Ahora, le toca a Clinton

Sólo una hoja de ruta, a última hora, fue el saldo de la conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático (Montreal, 8 a 10 de diciembre). Su objeto: cómo afrontar el efecto invernadero desde 2012. William Clinton, en misión política.

13 diciembre, 2005

Por cierto, esa reunión mantiene grandes incógnitas en pie. En particular una: ¿cómo uniformar e informar esfuerzos creando una base de datos concretos y compatibles entre sí? Tras sesiones febriles, el encuentro (190 países, pero en realidad no más de treinta coprotagonistas, como es común en la ONU y otros entes multilaterales) no convalida en absoluto la calificaciòn de “el más productivo en la historia”, aplicado por Richard Kinley, “secretario para el clima”.

Por supuesto, el clima cambia todo el tiempo. En los últimos dos mil milenios, la temperatura ha oscilando entre extremos, mientras sucesivas eras glaciales alternaban –alternan- con períodos benignos. En tèrminos “históricos”, hace más o menos unos 10.000 años que culminaba el más reciente retiro de hielos en gran escala. Desde entonces, ha habido lapsos más frìos o más cálidos, que duraron décadas y hasta siglos.

En cualquiera de esos aspectos (“macro” o “micro”), la detección de causas resulta fundamental, especialmente hoy, en un contexto por demás inestable. Mal que les pese a las grandes petroleras o a ciertos gobiernos, comenzando por el norteamericano, el ruso y el chino.

Por cierto, la necesidad de políticas realistas y razonables era la meta central de la conferencia. Pero, más que ese encuentro, su verborragia y el juego de intereses en pugna, lo relevante fue una serie de trabajos publicados –en 2004/5-, aptos para ir identificando señales claras y quitarles ruido de fondo. Ese “corpus” servirá de bitácora para la futura hoja de ruta, cuyo timón política queda en manos de Clinton, por claudicación de George W.Bush

La primera señal es que, desde inicios del siglo XX, persiste un recalentamiento en la superficie terrestre. Por ejemplo, un estudio de la universidad de Anglia oriental (Gran Bretaña), el más actualizado, muestra que el lapso 1995-4 ha sido –y continúa siendo- el más cálido desde que existen mediciones fiables. Es decir, principios del siglo XIX. Estimaciones “prehistóricas”, apoyadas en datos menos precisos –casquetes polares, glaciares, anillos de árboles- indican que el actual ciclo puede ser el período más caliente en un milenio.

La segunda conclusión es que el Ártico presenta un gran problema. Se trata de un área donde cualquier tendencia al recalentamiento se amplifica, vía absorción local de calor, a medida como se derriten los hielos. Ahí se exhiben, en efecto, signos de rápida alza en la temperatura media. Un informe también de 2005, que resume trabajos de trescientos investigadores, indica que el hielo marino se ha reducido 8% en el trentenio 1975-2004. Por otra parte, esos expertos han descubierto que el casquete de Groenlandia tiende a licuarse a mayor ritmo que hasta 1974.

El tercer hallazgo consiste en la resolución de una inconsistencia, que ponía en duda el propio proceso de recalentamiento atmosférico. Se trataba de la disparidad entre tendencias de la temperatura en la superficie, que parecía elevarse, y en las capas superiores de la atmósfera, que parecía no hacerlo.
Ahora, se ha comprobado que, en verdad, ambas franjas se calientan en forma paralela.

El cuarto aporte es un estudio preparado por investigadores del instituto oceanográfico Scripps, California. El trabajo analiza alteraciones en el proceso de recalentamiento marino, a profundidades diferentes, durante 65 años hasta 2003. Su perfil coincide, significativamente, con presunciones sobre qué sucede cuando el recalentamiento resulta de gases asociados al efecto invernadero. No con cambios de actividad en la superficie del sol, hipótesis dominante vía el “lobby” petrolero.

En quinto lugar aparece una observación: la realidad de un nexo postulado entre crecientes temperaturas de la superficie oceánica y mayor frecuencia e intensidad de ciclones, huracanes y tifones tropicales. Lo ocurrido desde el maremoto en diciembre de 2004 hasta Katrina ilustra claramente el fenómeno (aunque la Casa Blanca minimice esos vínculos).

Por fin, el sexto factor –bien explicado en el “Economist”, 6 de diciembre- hace al comportamiento de las corrientes noratlánticas. Éstas se debilitan según patrones previstos en proyecciones computadas que describían la potencial reacción al recalentamiento global.

En síntesis, las señales son fuertes y no pueden tergiversarse. Pero subsisten varias incertidumbres. Por ejemplo, la hipótesis solar no ha sido aventada totalmente. Un grupo de investigadores, datos en mano, admite que existe una tendencia al recalentamiento, pero insiste en que tal vez no sea obra del hombre, sino de la naturaleza. Por ende, ajena a las empresas predadoras del ambiente.

Por cierto, el “lobby” anti Kyoto planteó en Montreal otra tesis original: ciertas áreas del mundo podrían beneficiarse con un aumento de la temperatura media. Sobre todo, el Ártico, donde el fenómeno abriría vía navegables que los europeos buscaron durante siglos. La eliminación de hielos marinos, de paso, facilitaría la actividad petrolera en lugares hasta ahora inaccesibles y tornaría arable la tundra en Rusia y Canadá.

Estos planteos fueron tachados de “desvaríos”. Dejando de lado la extinción de especies terrestres y marinas, un incremento de temperaturas arrasará cultivos en el cinturón templado –eso incluye vastos campos en Canadá, Rusia, Ucrania o Polonia, incidentalmente- y elevará el nivel del mar hasta cubrir ciudades enteras. Maremotos como el de 2004 serían corriente, en los huracanes tripolaes alcanzarían Nueva Inglaterra o las estribaciones del Himalaya.

En un plano más racional, las reuniones canadienses dejaron en claro que un recalentamiento rápido o pronunciado involucrará severos riesgos o cambios a menudo irreversibles. Verbigracia, el derretimiento de casquetes en Antártida y Groenlandia. El encuentro, pese a sus escasos resultados concretos, sincerò un duro debate en cuanto hasta dónde puede llegar el actual proceso antes de causar desastres irreversibles.

Por desgracia, los modelos disponibles no son todavía tan precisos como quisieran muchos países y las organizaciones ecológicas. Ello fevorece intereses creados, particulamente los que se apoyen en Estados Unidos, Rusia, China, India, Japón y el bloque petrolero. Por ende, restringir emisiones de gases tipo invernadero exige una combinaciòn de ciencia, tecnología y política. En este último plano, los factores de poder y su presumible voluntad, o noluntad, fueron objeto de encendidos debates en Montreal.

Por cierto, esa reunión mantiene grandes incógnitas en pie. En particular una: ¿cómo uniformar e informar esfuerzos creando una base de datos concretos y compatibles entre sí? Tras sesiones febriles, el encuentro (190 países, pero en realidad no más de treinta coprotagonistas, como es común en la ONU y otros entes multilaterales) no convalida en absoluto la calificaciòn de “el más productivo en la historia”, aplicado por Richard Kinley, “secretario para el clima”.

Por supuesto, el clima cambia todo el tiempo. En los últimos dos mil milenios, la temperatura ha oscilando entre extremos, mientras sucesivas eras glaciales alternaban –alternan- con períodos benignos. En tèrminos “históricos”, hace más o menos unos 10.000 años que culminaba el más reciente retiro de hielos en gran escala. Desde entonces, ha habido lapsos más frìos o más cálidos, que duraron décadas y hasta siglos.

En cualquiera de esos aspectos (“macro” o “micro”), la detección de causas resulta fundamental, especialmente hoy, en un contexto por demás inestable. Mal que les pese a las grandes petroleras o a ciertos gobiernos, comenzando por el norteamericano, el ruso y el chino.

Por cierto, la necesidad de políticas realistas y razonables era la meta central de la conferencia. Pero, más que ese encuentro, su verborragia y el juego de intereses en pugna, lo relevante fue una serie de trabajos publicados –en 2004/5-, aptos para ir identificando señales claras y quitarles ruido de fondo. Ese “corpus” servirá de bitácora para la futura hoja de ruta, cuyo timón política queda en manos de Clinton, por claudicación de George W.Bush

La primera señal es que, desde inicios del siglo XX, persiste un recalentamiento en la superficie terrestre. Por ejemplo, un estudio de la universidad de Anglia oriental (Gran Bretaña), el más actualizado, muestra que el lapso 1995-4 ha sido –y continúa siendo- el más cálido desde que existen mediciones fiables. Es decir, principios del siglo XIX. Estimaciones “prehistóricas”, apoyadas en datos menos precisos –casquetes polares, glaciares, anillos de árboles- indican que el actual ciclo puede ser el período más caliente en un milenio.

La segunda conclusión es que el Ártico presenta un gran problema. Se trata de un área donde cualquier tendencia al recalentamiento se amplifica, vía absorción local de calor, a medida como se derriten los hielos. Ahí se exhiben, en efecto, signos de rápida alza en la temperatura media. Un informe también de 2005, que resume trabajos de trescientos investigadores, indica que el hielo marino se ha reducido 8% en el trentenio 1975-2004. Por otra parte, esos expertos han descubierto que el casquete de Groenlandia tiende a licuarse a mayor ritmo que hasta 1974.

El tercer hallazgo consiste en la resolución de una inconsistencia, que ponía en duda el propio proceso de recalentamiento atmosférico. Se trataba de la disparidad entre tendencias de la temperatura en la superficie, que parecía elevarse, y en las capas superiores de la atmósfera, que parecía no hacerlo.
Ahora, se ha comprobado que, en verdad, ambas franjas se calientan en forma paralela.

El cuarto aporte es un estudio preparado por investigadores del instituto oceanográfico Scripps, California. El trabajo analiza alteraciones en el proceso de recalentamiento marino, a profundidades diferentes, durante 65 años hasta 2003. Su perfil coincide, significativamente, con presunciones sobre qué sucede cuando el recalentamiento resulta de gases asociados al efecto invernadero. No con cambios de actividad en la superficie del sol, hipótesis dominante vía el “lobby” petrolero.

En quinto lugar aparece una observación: la realidad de un nexo postulado entre crecientes temperaturas de la superficie oceánica y mayor frecuencia e intensidad de ciclones, huracanes y tifones tropicales. Lo ocurrido desde el maremoto en diciembre de 2004 hasta Katrina ilustra claramente el fenómeno (aunque la Casa Blanca minimice esos vínculos).

Por fin, el sexto factor –bien explicado en el “Economist”, 6 de diciembre- hace al comportamiento de las corrientes noratlánticas. Éstas se debilitan según patrones previstos en proyecciones computadas que describían la potencial reacción al recalentamiento global.

En síntesis, las señales son fuertes y no pueden tergiversarse. Pero subsisten varias incertidumbres. Por ejemplo, la hipótesis solar no ha sido aventada totalmente. Un grupo de investigadores, datos en mano, admite que existe una tendencia al recalentamiento, pero insiste en que tal vez no sea obra del hombre, sino de la naturaleza. Por ende, ajena a las empresas predadoras del ambiente.

Por cierto, el “lobby” anti Kyoto planteó en Montreal otra tesis original: ciertas áreas del mundo podrían beneficiarse con un aumento de la temperatura media. Sobre todo, el Ártico, donde el fenómeno abriría vía navegables que los europeos buscaron durante siglos. La eliminación de hielos marinos, de paso, facilitaría la actividad petrolera en lugares hasta ahora inaccesibles y tornaría arable la tundra en Rusia y Canadá.

Estos planteos fueron tachados de “desvaríos”. Dejando de lado la extinción de especies terrestres y marinas, un incremento de temperaturas arrasará cultivos en el cinturón templado –eso incluye vastos campos en Canadá, Rusia, Ucrania o Polonia, incidentalmente- y elevará el nivel del mar hasta cubrir ciudades enteras. Maremotos como el de 2004 serían corriente, en los huracanes tripolaes alcanzarían Nueva Inglaterra o las estribaciones del Himalaya.

En un plano más racional, las reuniones canadienses dejaron en claro que un recalentamiento rápido o pronunciado involucrará severos riesgos o cambios a menudo irreversibles. Verbigracia, el derretimiento de casquetes en Antártida y Groenlandia. El encuentro, pese a sus escasos resultados concretos, sincerò un duro debate en cuanto hasta dónde puede llegar el actual proceso antes de causar desastres irreversibles.

Por desgracia, los modelos disponibles no son todavía tan precisos como quisieran muchos países y las organizaciones ecológicas. Ello fevorece intereses creados, particulamente los que se apoyen en Estados Unidos, Rusia, China, India, Japón y el bloque petrolero. Por ende, restringir emisiones de gases tipo invernadero exige una combinaciòn de ciencia, tecnología y política. En este último plano, los factores de poder y su presumible voluntad, o noluntad, fueron objeto de encendidos debates en Montreal.

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