Es una clara concesión a Barack Obama a quien le resulta imposible conseguir la ratificación del Congreso si se fijan cláusulas específicas con metas de reducción de la contaminación ambiental.
El “favor” al mandatario estadounidense se origina en el anfitrión, Francia, que necesita ahora el respaldo activo de ese país en la guerra contra el ISIS y todo tipo de terrorismo islámico.
Un conflicto éste realmente inoportuno. Sus exigencias perentorias pueden hacer naufragar o atenuar los términos de un acuerdo que, en virtud de los datos climáticos recientes, es imperioso para el futuro del planeta.
Para atenuar el impacto del retroceso, Laurent Fabius, canciller francés y quien presidirá las deliberaciones, advirtió que sí se mantendrán cláusulas de cumplimiento obligatorio. Pero lo cierto es que no habrá metas a cumplir en materia de emisiones de carbono, que es en definitiva el tema central de la reunión internacional.
A diferencia del tratado de Kyoto de 1997 donde había metas expresas de reducción de las emisiones de carbono de cumplimiento obligatorio para los países firmantes. Entonces, Estados Unidos no ratificó el acuerdo (en aquel tiempo, hace 18 años, China y la India advirtieron que no adheriría: los países industrializados querían reducir la contaminación que ellos mismos causaron y de paso impedir la industrialización de potencias emergentes).
La mayoría de los representantes de los 197 países asistentes estarían dispuestos a suscribir compromisos concretos de reducción de carbono, incluso China. No así la India, hasta ahora renuente. Es una excelente oportunidad para avanzar más allá de las pobres noticias sobre crecimiento económico, y sobre lo que comienza a llamarse “episodios de la Tercera Guerra Mundial”.
Es que el cambio climático está ocurriendo de verdad y es ya perceptible para cualquier ciudadano global. Si hoy los refugiados de Medio Oriente y norte de Ãfrica son un problema de extraordinaria magnitud, en 20 años –si no hace lo que hay que hacer- será inmanejable. Como acaba de decir el Primer Ministro de Holanda, Europa toda enfrenta el mismo destino de la Roma imperial de la antigüedad: el colapso total a manos de otros “bárbaros”.
Desde 1880, año en que comenzaron a registrarse los datos del clima en el mundo, el record de temperatura alta fue en 2014. Un record que ya se sabe superará el promedio de 2015. Cada año de esta última década ha sido más caliente que el anterior.
Es cierto que se expande la producción de energía eólica y solar en Europa, América y en China. Pero también lo es que la energía global –en la última década y media- se ha vuelto más carbón intensiva. 49% de la electricidad mundial y 29% del total de energía consumido en el mundo provienen del carbón. La concentración de dióxido de carbón es 40% más alta que lo que era al comienzo de la Revolución Industrial.
La meta del encuentro en París parece poco realista: reducir el aumento de temperatura antes de que el mundo sea 2 grados centígrados más calientes que antes de esa época del nacimiento de la industria. Lo que sí se sabe que si la contaminación sigue al mismo nivel actual, esos 2 grados aumentarán en los próximos 30 años.
Hará falta mucho más que la expansión en el uso de energía renovable. Los gobiernos deberán subsidiar nuevas tecnologías en energía, que transformen a la industria existente; es la meta más sensata a perseguir. Gastar más en esta dirección es, con todo, lo más razonable. La empresa privada puede sumarse: está descubriendo que “ser verde” puede ser también un buen negocio y sustentable.
Habrá que explorar tecnologías que permitan “enfriar el planeta”. El calentamiento – dicen los científicos- puede retardarse con una suerte de “spray”, que lance finas partículas líquidas en la estratosfera, o usar cristales de sal para que las nubes sean más blancas y detengan más los rayos del sol.
Lo que sí es seguro, es que la humanidad deberá adaptarse a un mundo más caliente.