viernes, 27 de diciembre de 2024

China y el Vaticano brindan con pinot noir

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El Bentley del barón Jean-Christophe von Pfetten guiaba una delegación especial por los campos de Charolais rumbo a su castillo. En kanji, un estandarte rojo y amarillo rezaba “viva el partido Comunista chino”. Adentro, esperaba el champagne.

<p>Culminando a&ntilde;os de discreta diplomacia, este arist&oacute;crata franc&eacute;s de cu&ntilde;o alsaciano se ha convertido en el primer extranjero nombrado proveedor del senado chino. Pero la comitiva real inclu&iacute;a tres altos dignatarios, encabezados por el cardenal Ettore Balestrero, vicecanciller del Vaticano. <br />
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A fines de marzo, en efecto, culminaban dos jornadas de conversaciones, catas y banquetes en el coraz&oacute;n de Borgo&ntilde;a. En su curso, las partes encararon un cometido que las ven&iacute;a eludiendo durante sesenta a&ntilde;os: establecer relaciones formales entre Beijing y Roma. Respectivamente, el pa&iacute;s m&aacute;s poblado del mundo y el estado m&aacute;s diminuto.<br />
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Nadie apostaba a lo espectacular. No obstante, era el primer encuentro entre jerarcas chinos y cat&oacute;licos romanos, tras quince a&ntilde;os de contactos espor&aacute;dicos de menor nivel. Para von Pfetten, bastaba que su mediaci&oacute;n &ndash;con luz verde de ambos lados- se tradujese en una invitaci&oacute;n a los legados papales a seguir conversando en Beijing.<br />
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Credenciales le sobran al bar&oacute;n en ambos &aacute;mbitos. Su abuelo, fundador de las bodegas, hab&iacute;a empleado al joven Deng Xiaoping &ndash;antecesor de Hu Jintao- durante los a&ntilde;os 20 en la sede francesa de su firma. Despu&eacute;s de la Segunda guerra mundial, el nieto hizo una fortuna asesorando multinacionales para invertir en China.<br />
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En cuanto a la familia von Pfetten, un santo ancestral y su legado religioso aportaban los nexos vaticanos. El primer v&iacute;nculo remite al jesuita italiano que, en el siglo XVI, tradujo los evangelios al mandar&iacute;n, instalado en la corte de los Ming. El segundo fue el champagne con el cual se brind&oacute; al final. Pero todav&iacute;a en ese punto la palabra Vaticano no se hab&iacute;a pronunciado en voz alta. <br />
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A media tarde del segundo d&iacute;a, el tab&uacute; a&uacute;n no se hab&iacute;a roto. Toc&oacute; hacerlo a Balestrero, que defini&oacute; las condiciones de Roma (o sea del papa Benedicto XVI) para cortar lazos diplom&aacute;ticos con Formosa y reconocer a China. En particular, pesaba un objetivo caro a Juan Pablo II y su sucesor apost&oacute;lico: los obispos debe escogerlos Roma, no Beijing. El propio emisario sugiri&oacute; una transacci&oacute;n: abrir un di&aacute;logo que eventualmente produzca candidatos aceptables para ambas partes. Por supuesto, los chinos propusieron &ldquo;mantenerse firmes en principio aunque flexibles en la pr&aacute;ctica&rdquo;. <br />
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Pero muchos observadores y expertos independientes ven un obst&aacute;culo fenomenal: Beijing no puede admitir la demanda vaticana de libertad religiosa, algo ex&oacute;tico en el Reino del Medio. Por ejemplo, el partido teme una &ldquo;revoluci&oacute;n de los jazmines&rdquo;, donde disidentes tibetanos y musulmanes se combinen con cat&oacute;licos y protestantes. Ah&iacute; no habr&aacute; borgo&ntilde;a ni barones que valgan.<br />
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