<p>Culminando años de discreta diplomacia, este aristócrata francés de cuño alsaciano se ha convertido en el primer extranjero nombrado proveedor del senado chino. Pero la comitiva real incluía tres altos dignatarios, encabezados por el cardenal Ettore Balestrero, vicecanciller del Vaticano. <br />
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A fines de marzo, en efecto, culminaban dos jornadas de conversaciones, catas y banquetes en el corazón de Borgoña. En su curso, las partes encararon un cometido que las venía eludiendo durante sesenta años: establecer relaciones formales entre Beijing y Roma. Respectivamente, el país más poblado del mundo y el estado más diminuto.<br />
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Nadie apostaba a lo espectacular. No obstante, era el primer encuentro entre jerarcas chinos y católicos romanos, tras quince años de contactos esporádicos de menor nivel. Para von Pfetten, bastaba que su mediación –con luz verde de ambos lados- se tradujese en una invitación a los legados papales a seguir conversando en Beijing.<br />
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Credenciales le sobran al barón en ambos ámbitos. Su abuelo, fundador de las bodegas, había empleado al joven Deng Xiaoping –antecesor de Hu Jintao- durante los años 20 en la sede francesa de su firma. Después de la Segunda guerra mundial, el nieto hizo una fortuna asesorando multinacionales para invertir en China.<br />
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En cuanto a la familia von Pfetten, un santo ancestral y su legado religioso aportaban los nexos vaticanos. El primer vínculo remite al jesuita italiano que, en el siglo XVI, tradujo los evangelios al mandarín, instalado en la corte de los Ming. El segundo fue el champagne con el cual se brindó al final. Pero todavía en ese punto la palabra Vaticano no se había pronunciado en voz alta. <br />
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A media tarde del segundo día, el tabú aún no se había roto. Tocó hacerlo a Balestrero, que definió las condiciones de Roma (o sea del papa Benedicto XVI) para cortar lazos diplomáticos con Formosa y reconocer a China. En particular, pesaba un objetivo caro a Juan Pablo II y su sucesor apostólico: los obispos debe escogerlos Roma, no Beijing. El propio emisario sugirió una transacción: abrir un diálogo que eventualmente produzca candidatos aceptables para ambas partes. Por supuesto, los chinos propusieron “mantenerse firmes en principio aunque flexibles en la práctica”. <br />
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Pero muchos observadores y expertos independientes ven un obstáculo fenomenal: Beijing no puede admitir la demanda vaticana de libertad religiosa, algo exótico en el Reino del Medio. Por ejemplo, el partido teme una “revolución de los jazmines”, donde disidentes tibetanos y musulmanes se combinen con católicos y protestantes. Ahí no habrá borgoña ni barones que valgan.<br />
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China y el Vaticano brindan con pinot noir
El Bentley del barón Jean-Christophe von Pfetten guiaba una delegación especial por los campos de Charolais rumbo a su castillo. En kanji, un estandarte rojo y amarillo rezaba viva el partido Comunista chino. Adentro, esperaba el champagne.