China e India son dos desafíos enormes, pero muy diferentes

Sin duda, China e India son líderes en desarrollo. Pero parten de premisas muy distintas: Beijing se apoya en infraestructura e industria, Delhi en servicios. Ambas plantean tipos de globalización riesgosos para el resto del mundo.

2 septiembre, 2004

En síntesis, así opina Stephen Roach, analista jefe de Morgan Stanley (Nueva York), cuyo pensamiento influye en Wall Street y otras bolsas. “El ímpetu industrial chino es asombroso. El sector –puntualiza- ha subido de 41,6% del producto bruto interno en 1990 a 52,3% en 2003; por ende, ha aportado 54% a la expansión acumulada por el PBI en esos trece años”.

A la inversa, el sector terciario (servicios, aun los que está de moda llamar “industrias”) es clave del desarrollo indio. Su parte en el PBI ha ido subiendo de 40,6% (1990) a 50,8% en 2003. Por ende, ha aportado 62% a la expansión acumulada en la economía.

No obstante, “los puntos fuertes de ambas ocultan vulnerabilidades. El sector secundario del PBI indio continúa estancada desde 19990 en alrededor de 27,2% del PBI”. Por consiguiente, la industria ha aportado apenas 27% del aumento acumulado por el PBI en trece años (la mitad de China). Al mismo tiempo, el sector terciario chino apenas avanzó de 31,3 a 33,1% del PBI en el lapso 1990-2003 y aportó sólo 33% a su expansión acumulada.

Por otra parte, “China –señala el analista- no ha seguido las pautas clásicas de un desarrollo orientado por la industria. Cuatro factores esenciales caracterizan su fórmula: alta tasa de ahorro interno (43%), énfasis en la infraestructura, inversión externa directa (IED) y mano de obra masiva, barata, eficiente y educada”. Al revés, la tasa india de ahorro interno es apenas 24%, la infraestructura es un desastre y su capacidad de atraer IED –US$ 4.000 millones en 2003- es mínima en relación con China: el año pasado, ésta sumó US$ 53.000 millones, igual que en 2002.

Tanta desventaja no ha detenido a India. Al optar por un desarrollo basado en servicios, el país ha eludido en parte las restricciones en materia de ahorro interno, IED e infraestructura que obstruyen su industria. “Los servicios –apunta Roach- aprovechan al máximo tres ventajas comparativas: fuerza laboral capacidad, competencia de tecnología informática y uso fluido del inglés” (lengua común en todo el país, Pakistán, Ceilán y Bangladesh).

De hecho, cada factor depende del previo. Su combinación ha estimulado la TI y servicios derivados tales como software, tercerización, gestión de redes, integración de sistemas y, ahora, también hardware e Internet. Por supuesto, China comparte las dos primeras ventajas comparativas, pero muestra dispersión lingüística. Mejor dicho, pero carece –salvo en la escritura- de un idioma común. Un cuarto elemento es que, sin llegar a la planificación centralizada china, India (detalle que omiten los fundamentalistas de ambos modelos en Latinoamérica) tiene un estado proactivo.

China, claro, “padece de serias deficiencias en servicios privados. Especialmente comercio minorista –punto fuerte de la diáspora china-, distribución y profesiones liberales como contabilidad, consultoría técnica, medicina y derecho. Aerotransporte y telecomunicaciones son casos excepcionales”. En cinco a diez años –cree Roach- esa brecha deparará notables oportunidades, inclusive para los hindúes”.

En las economías centrales, los servicios representan no menos de 65% de cada PBI, el doble que la China actual. Expandir localmente los más intensivos en mano de obra ayudará a reducir el desempleo o frenarlo, a medida como los trabajadores rurales emigran a las ciudades (lo hacen 30 millones por año) y las reformas en las empresas estatales eliminan siete a nueve millones de puestos laborales cada año.

“Si se mantiene el crecimiento industrial chino e India saca del sombrero una estrategia de desarrollo integral apoyada en servicios, los países centrales afrontarán un doble desafío”, anticipa la neurona de Morgan Stanley. “Según las teorías convencionales sobre derregulación y globalización, no habría motivos para preocuparse. En el largo plazo, se supone, mayores salarios se traducirán en más poder adquisitivo y generarán consumidores cuya demanda beneficiará a proveedores en sus propias economías”.

Tal vez no sea tan fácil. “El problema -nota Roach- es que ese tipo de presunciones es cuestionable- En su forma más simple, los modelos ‘abiertos’ involucraban sectores transables y no transables. Para las economías prósperas, la pérdida de participación en mercados industriales, a manos de países cuyos costos sean menores, era aceptable sólo si se compensaba vía no transables. Justamente, éstos forman el sector comercialmente más protegido de la competencia internacional”.

Pero, ahora, entra a terciar el valor agregado intelectual, “exportable” haciendo clic con un ratón. En una creciente gama de componente informáticos, por cierto, han cambiado las reglas de juego. “Muchos servicios se tornan transables no sólo en los segmentos de menor valor agregado –centros de llamadas y procesadores de datos, expuestos a la gleba-, sino también en el otro extremo de la cadena. Por ejemplo –cita el analista-, programadores, ingenieros de sistemas, abogados, contadores, consultores, médico y científicos en general”.

Los modelos de desarrollo apoyado en servicios, como el de India, amplían la competencia en escala global. Por consiguiente, surgen nuevas presiones en la demanda laboral y salarios en el mundo emergentes y periférico. Esta clase de presiones se vincula con las “reactivaciones sin recreación de empleo” que sufren Estados Unidos –agravado allí por el déficit de ahorro interno- y otros países centrales cuyos costos laborales son altos.

En síntesis, Roach sostiene que modelos como India (servicio) o China (infraestructura e industria) plantean disyuntivas de dos clases. A las economías centrales, qué hacer con su mano de obra cara. A las periféricas, cómo competir con fuerzas laborales más eficientes y mejor preparadas. Sobre todo, en países dominados por sectores primarios o reprimarizados: con granos, carnes o productos primarios, ya no alcanzará.

En síntesis, así opina Stephen Roach, analista jefe de Morgan Stanley (Nueva York), cuyo pensamiento influye en Wall Street y otras bolsas. “El ímpetu industrial chino es asombroso. El sector –puntualiza- ha subido de 41,6% del producto bruto interno en 1990 a 52,3% en 2003; por ende, ha aportado 54% a la expansión acumulada por el PBI en esos trece años”.

A la inversa, el sector terciario (servicios, aun los que está de moda llamar “industrias”) es clave del desarrollo indio. Su parte en el PBI ha ido subiendo de 40,6% (1990) a 50,8% en 2003. Por ende, ha aportado 62% a la expansión acumulada en la economía.

No obstante, “los puntos fuertes de ambas ocultan vulnerabilidades. El sector secundario del PBI indio continúa estancada desde 19990 en alrededor de 27,2% del PBI”. Por consiguiente, la industria ha aportado apenas 27% del aumento acumulado por el PBI en trece años (la mitad de China). Al mismo tiempo, el sector terciario chino apenas avanzó de 31,3 a 33,1% del PBI en el lapso 1990-2003 y aportó sólo 33% a su expansión acumulada.

Por otra parte, “China –señala el analista- no ha seguido las pautas clásicas de un desarrollo orientado por la industria. Cuatro factores esenciales caracterizan su fórmula: alta tasa de ahorro interno (43%), énfasis en la infraestructura, inversión externa directa (IED) y mano de obra masiva, barata, eficiente y educada”. Al revés, la tasa india de ahorro interno es apenas 24%, la infraestructura es un desastre y su capacidad de atraer IED –US$ 4.000 millones en 2003- es mínima en relación con China: el año pasado, ésta sumó US$ 53.000 millones, igual que en 2002.

Tanta desventaja no ha detenido a India. Al optar por un desarrollo basado en servicios, el país ha eludido en parte las restricciones en materia de ahorro interno, IED e infraestructura que obstruyen su industria. “Los servicios –apunta Roach- aprovechan al máximo tres ventajas comparativas: fuerza laboral capacidad, competencia de tecnología informática y uso fluido del inglés” (lengua común en todo el país, Pakistán, Ceilán y Bangladesh).

De hecho, cada factor depende del previo. Su combinación ha estimulado la TI y servicios derivados tales como software, tercerización, gestión de redes, integración de sistemas y, ahora, también hardware e Internet. Por supuesto, China comparte las dos primeras ventajas comparativas, pero muestra dispersión lingüística. Mejor dicho, pero carece –salvo en la escritura- de un idioma común. Un cuarto elemento es que, sin llegar a la planificación centralizada china, India (detalle que omiten los fundamentalistas de ambos modelos en Latinoamérica) tiene un estado proactivo.

China, claro, “padece de serias deficiencias en servicios privados. Especialmente comercio minorista –punto fuerte de la diáspora china-, distribución y profesiones liberales como contabilidad, consultoría técnica, medicina y derecho. Aerotransporte y telecomunicaciones son casos excepcionales”. En cinco a diez años –cree Roach- esa brecha deparará notables oportunidades, inclusive para los hindúes”.

En las economías centrales, los servicios representan no menos de 65% de cada PBI, el doble que la China actual. Expandir localmente los más intensivos en mano de obra ayudará a reducir el desempleo o frenarlo, a medida como los trabajadores rurales emigran a las ciudades (lo hacen 30 millones por año) y las reformas en las empresas estatales eliminan siete a nueve millones de puestos laborales cada año.

“Si se mantiene el crecimiento industrial chino e India saca del sombrero una estrategia de desarrollo integral apoyada en servicios, los países centrales afrontarán un doble desafío”, anticipa la neurona de Morgan Stanley. “Según las teorías convencionales sobre derregulación y globalización, no habría motivos para preocuparse. En el largo plazo, se supone, mayores salarios se traducirán en más poder adquisitivo y generarán consumidores cuya demanda beneficiará a proveedores en sus propias economías”.

Tal vez no sea tan fácil. “El problema -nota Roach- es que ese tipo de presunciones es cuestionable- En su forma más simple, los modelos ‘abiertos’ involucraban sectores transables y no transables. Para las economías prósperas, la pérdida de participación en mercados industriales, a manos de países cuyos costos sean menores, era aceptable sólo si se compensaba vía no transables. Justamente, éstos forman el sector comercialmente más protegido de la competencia internacional”.

Pero, ahora, entra a terciar el valor agregado intelectual, “exportable” haciendo clic con un ratón. En una creciente gama de componente informáticos, por cierto, han cambiado las reglas de juego. “Muchos servicios se tornan transables no sólo en los segmentos de menor valor agregado –centros de llamadas y procesadores de datos, expuestos a la gleba-, sino también en el otro extremo de la cadena. Por ejemplo –cita el analista-, programadores, ingenieros de sistemas, abogados, contadores, consultores, médico y científicos en general”.

Los modelos de desarrollo apoyado en servicios, como el de India, amplían la competencia en escala global. Por consiguiente, surgen nuevas presiones en la demanda laboral y salarios en el mundo emergentes y periférico. Esta clase de presiones se vincula con las “reactivaciones sin recreación de empleo” que sufren Estados Unidos –agravado allí por el déficit de ahorro interno- y otros países centrales cuyos costos laborales son altos.

En síntesis, Roach sostiene que modelos como India (servicio) o China (infraestructura e industria) plantean disyuntivas de dos clases. A las economías centrales, qué hacer con su mano de obra cara. A las periféricas, cómo competir con fuerzas laborales más eficientes y mejor preparadas. Sobre todo, en países dominados por sectores primarios o reprimarizados: con granos, carnes o productos primarios, ya no alcanzará.

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