China da crédito regional con criterios geopolíticos

En Kampuchea, Shanghai Construction Group tiende un puente sobre un afluente del Mekong. Creará una ruta de casi 2.000 kilómetros entre Künming, China meridional, y Sihanoukville, golfo de Siam. Se trata de una operación estratégica.

30 septiembre, 2006

Ésta es una de las señales de penetración en Indochina y otros puntos en la periferia del Reino del Medio, en forma de asistencia integral a países menos prósperos. La receta es simple: obras dificultosas en zonas remotas, que hacen prosperar a sus beneficiarios… y la propia China.

Con casi un billón de dólares en reservas y ansiosa de ganar amigos fiables en el sudeste asiático, Beijing presta grandes sumas destinadas a vastos proyectos en un área otrora coto del Banco mundial, el Banco asiático de desarrollo (BAD), Japón y Estados Unidos. En Kampuchea, Laos, Birmania o Filipinas, esos créditos son más atractivos, pues no se atan a esquemas occidentales.

Los fondos chinos generalmente carecen de condicionamientos ambientales, exigencias de mudar comunidades o represalias por corrupción. Justamente, mientras Paul Wolfowitz, presidente del BM, se endurece al respecto como truco para prestar menos. Ni hablar del “peaje adicional” en forma de costosas consultorías, una forma sutil de corrupción común al BM, el BAD o su colega latinoamericano (el BID).

China no hace esto de puro desinteresada. Ese tipo de obras añade infraestructura a economías subdesarrolladas pero, al mismo tiempo, ayuda a aumentar corrientes comerciales. También moviliza recursos desde la periferia hacia las grandes ciudades del este y el noreste.

Liqun Jin, vicepresidente del BAD y ex viceministro de Hacienda, señalaba en Singapur que Beijing ha estudiado cuidadosamente cómo aprovechar su creciente riqueza financiera. “Atraemos capitales externos y, como contrapartida, aspiramos a promover desarrollo en los estados de la región solventándoles proyectos infraestructurales”. Los efectos de esa política pueden ser gigantescos. Thomas Grouch, director en el BAD, advierte que “llega un nuevo, enorme operador. Beijing tiene potencial para modificar el escenario del crédito internacional en el este y el sudeste de Asia”. En años recientes, por de pronto, China ya asistía a países africanos que la proveen de petróleo y gas natural. Inclusive a gobiernos tan represivos o inestables como los de Sudán, Angola y Nigeria.

En Kampuchea, el primer ministro Hun Sen resalta una oferta crediticia por US$ 600 millones, hecha en julio durante una visita de su colega Wen Jiabao. Los fondos se destinarán a dos grandes puentes que, a su vez, formarán parte de un sistema caminero y un proyecto ómnibus que incluye una usina hidroeléctrica y una red de fibra óptica con conexiones a Vietnam y Tailandia.

Como contraste, las fuentes crediticias tradicionales, juntas, prometieron apenas un millón de dólares más que China. Ese dinero venía cargado de condiciones, en particular cláusulas anticorrupción impuestas por Wolfowitz (BM). Por cierto cuatro líneas de crédito a Kampuchea, por un total de US$ 70 millones, acaban de ser suspendidas porque el banco había detectado venalidad de funcionarios locales a cargo de compras.

La dadivosidad china llamó la atención en Washington. En un gesto típico de George W.Bush, la marina planea una “visita de buena voluntad” a Sihanoukville. Será la primera desde que los Jmer rojos coparon el poder en 1975, mientras EE.UU. abandonaba su último enclave en la vecina Vietnam.

También en Filipinas los chinos causaron una fuerte impresión, ofreciendo un paquete crediticio de US$ 2.000 millones anuales durante 2007-9, aportado por su propio Banco de exportación e importación. La suma puso en el ridículo los magros US$ 200 millones prometidos por el BM y el BAD, así como los mil millones que Manila negocia con Japón.

En general, la asistencia de Beijing privilegia la infraestructura y la integración comercial con los países menos prósperos de la región. Aparte, quienes administran la ayuda occidental o japonesa tienen una queja: la falta de transparencia y el grado de secreto (dos defectos de cualquier régimen con veleidades comunistas). Verbigracia, los chinos no asisten a las asambleas donde el BM coordina la asistencia a economías pobres.

Rómulo Neri, secretario general de la agencia filipina para el desarrollo, comparó la oferta china con otras. Resaltó la ausencia de costosas consultorías privadas, inevitables en cualquier crédito del BM o el BAD. Algún argentino pudo haberlo ilustrado al respecto: desde los años 60, el BID, el BM y la Cepal financiaron proyectos donde sólo ganaba un puñado de consultores con excelentes contactos, especialmente en lapsos de regímenes militares.

En casos como Kampuchea, los proyectos chinos tienden a asegurarles el acceso a recursos naturales. A tal punto que, según versiones circulantes en Occidente, Phnom Penh ha concedido recientemente –en secreto- derechos de exploración y explotación sobre una de las cinco petroleras mar adentro en el golfo de Siam. En conjunto, esos yacimientos podrían significar ingresos anuales por US$ 700 a 1.000 millones. Chevron opera en una zona contigua.

A Washington le gustaría saber si Beijing planea ofrecer fondos para desarrollar un puerto de aguas profundas en Sihanoukville. El esquema, discutido durante años, le daría a China un punto clave para importar crudos desde Levante y transportarlos aguas arriba por el Mekong. Similar destino, pero en dirección inversa, aguarda al Irrawaddi en Birmania. Ahí, sólo India puede competir con China en materia de asistencia. Por de pronto, Beijing ha construido represas y caminos que acercan el área –parte del célebre “triángulo del opio”, que se desborda sobre Laos y Tailandia- al flanco sur de China misma. Se sabe que Beijing está trabajando ya en un puerto de aguas profundas, en la costa sudoccidental, sobre el golfo de Bengala.

Ésta es una de las señales de penetración en Indochina y otros puntos en la periferia del Reino del Medio, en forma de asistencia integral a países menos prósperos. La receta es simple: obras dificultosas en zonas remotas, que hacen prosperar a sus beneficiarios… y la propia China.

Con casi un billón de dólares en reservas y ansiosa de ganar amigos fiables en el sudeste asiático, Beijing presta grandes sumas destinadas a vastos proyectos en un área otrora coto del Banco mundial, el Banco asiático de desarrollo (BAD), Japón y Estados Unidos. En Kampuchea, Laos, Birmania o Filipinas, esos créditos son más atractivos, pues no se atan a esquemas occidentales.

Los fondos chinos generalmente carecen de condicionamientos ambientales, exigencias de mudar comunidades o represalias por corrupción. Justamente, mientras Paul Wolfowitz, presidente del BM, se endurece al respecto como truco para prestar menos. Ni hablar del “peaje adicional” en forma de costosas consultorías, una forma sutil de corrupción común al BM, el BAD o su colega latinoamericano (el BID).

China no hace esto de puro desinteresada. Ese tipo de obras añade infraestructura a economías subdesarrolladas pero, al mismo tiempo, ayuda a aumentar corrientes comerciales. También moviliza recursos desde la periferia hacia las grandes ciudades del este y el noreste.

Liqun Jin, vicepresidente del BAD y ex viceministro de Hacienda, señalaba en Singapur que Beijing ha estudiado cuidadosamente cómo aprovechar su creciente riqueza financiera. “Atraemos capitales externos y, como contrapartida, aspiramos a promover desarrollo en los estados de la región solventándoles proyectos infraestructurales”. Los efectos de esa política pueden ser gigantescos. Thomas Grouch, director en el BAD, advierte que “llega un nuevo, enorme operador. Beijing tiene potencial para modificar el escenario del crédito internacional en el este y el sudeste de Asia”. En años recientes, por de pronto, China ya asistía a países africanos que la proveen de petróleo y gas natural. Inclusive a gobiernos tan represivos o inestables como los de Sudán, Angola y Nigeria.

En Kampuchea, el primer ministro Hun Sen resalta una oferta crediticia por US$ 600 millones, hecha en julio durante una visita de su colega Wen Jiabao. Los fondos se destinarán a dos grandes puentes que, a su vez, formarán parte de un sistema caminero y un proyecto ómnibus que incluye una usina hidroeléctrica y una red de fibra óptica con conexiones a Vietnam y Tailandia.

Como contraste, las fuentes crediticias tradicionales, juntas, prometieron apenas un millón de dólares más que China. Ese dinero venía cargado de condiciones, en particular cláusulas anticorrupción impuestas por Wolfowitz (BM). Por cierto cuatro líneas de crédito a Kampuchea, por un total de US$ 70 millones, acaban de ser suspendidas porque el banco había detectado venalidad de funcionarios locales a cargo de compras.

La dadivosidad china llamó la atención en Washington. En un gesto típico de George W.Bush, la marina planea una “visita de buena voluntad” a Sihanoukville. Será la primera desde que los Jmer rojos coparon el poder en 1975, mientras EE.UU. abandonaba su último enclave en la vecina Vietnam.

También en Filipinas los chinos causaron una fuerte impresión, ofreciendo un paquete crediticio de US$ 2.000 millones anuales durante 2007-9, aportado por su propio Banco de exportación e importación. La suma puso en el ridículo los magros US$ 200 millones prometidos por el BM y el BAD, así como los mil millones que Manila negocia con Japón.

En general, la asistencia de Beijing privilegia la infraestructura y la integración comercial con los países menos prósperos de la región. Aparte, quienes administran la ayuda occidental o japonesa tienen una queja: la falta de transparencia y el grado de secreto (dos defectos de cualquier régimen con veleidades comunistas). Verbigracia, los chinos no asisten a las asambleas donde el BM coordina la asistencia a economías pobres.

Rómulo Neri, secretario general de la agencia filipina para el desarrollo, comparó la oferta china con otras. Resaltó la ausencia de costosas consultorías privadas, inevitables en cualquier crédito del BM o el BAD. Algún argentino pudo haberlo ilustrado al respecto: desde los años 60, el BID, el BM y la Cepal financiaron proyectos donde sólo ganaba un puñado de consultores con excelentes contactos, especialmente en lapsos de regímenes militares.

En casos como Kampuchea, los proyectos chinos tienden a asegurarles el acceso a recursos naturales. A tal punto que, según versiones circulantes en Occidente, Phnom Penh ha concedido recientemente –en secreto- derechos de exploración y explotación sobre una de las cinco petroleras mar adentro en el golfo de Siam. En conjunto, esos yacimientos podrían significar ingresos anuales por US$ 700 a 1.000 millones. Chevron opera en una zona contigua.

A Washington le gustaría saber si Beijing planea ofrecer fondos para desarrollar un puerto de aguas profundas en Sihanoukville. El esquema, discutido durante años, le daría a China un punto clave para importar crudos desde Levante y transportarlos aguas arriba por el Mekong. Similar destino, pero en dirección inversa, aguarda al Irrawaddi en Birmania. Ahí, sólo India puede competir con China en materia de asistencia. Por de pronto, Beijing ha construido represas y caminos que acercan el área –parte del célebre “triángulo del opio”, que se desborda sobre Laos y Tailandia- al flanco sur de China misma. Se sabe que Beijing está trabajando ya en un puerto de aguas profundas, en la costa sudoccidental, sobre el golfo de Bengala.

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