Bush se endurece y se repliega a su entorno ultraconservador

Reacercándose al vicepresidente Richard Cheney y al predicador fundamentalista Karl Rove, el presidente parece a punto de desechar el informe Baker-Hamilton. Contra la opinión pública, ahora proyecta enviar más tropas a Irak.

14 diciembre, 2006

“Sin posibilidades constitucionales de reelección, Bush se abroquelará en sus posturas más extremas, no hará caso a la mayoría de norteamericanos que quiere salir de Bagdad y tratará de manejarse al margen del futuro congreso, controlado por la oposición”. Así temen columnistas como Paul Krugman, Niall Ferguson o Jeffrey Sachs.

En otras palabras, la Casa Blanca piensa tirar al cesto el documento del panel bipartidario conducido por James Baker y Lee Hamilton (en realidad, dirigido al congreso). Su nueva idea es elevar considerablemente el número de tropas y atacar directamente a las milicias majdí de Mohámmed as-Sadr. Vale decir, terciar en la guerra civil sosteniendo a la minoría sunní.

Existe un obstáculo: como ha señalado Hamilton, “prolongar o intensificar el compromiso militar puede costarnos casi un billón de dólares, que el fisco no tiene”. Esta perspectiva aterra a los republicanos moderados y podría trabar todo intento del presidente por obtener legalmente fondos adicional o, en la eventualidad, hacer aprobar el presupuesto 2008 dentro de poco meses.

“La violencia es horrenda, pero me niego a aceptar la derrota y pretendo completar mi misión. Daré a los comandantes todos los medios necesarios y este empeño es inamovible”. Así sostuvo públicamente Bush el miércoles, lo cual genera especulaciones sobre la renuncia de Robert Gates como secretario de defensa, dada su oposición a esa tesitura. Ello provocaría una crisis de gabinete que pondría en delicada posición a los titulares de hacienda (Henry Paulson, de visita en China) y estado, Condoleezza Rice. En particular si, como suponen algunos en Washington, Rove pasa a defensa.

Previsto ahora para nochevieja, el “paquete heroico” de Bush (definición de Thomas Friedman) será inaceptable inclusive para Antony Blair, primer ministro británico. Éste acaba de aplaudir expresiones de Bush, formuladas el lunes, en cuanto a que “todos los vecinos de Irak deben ayudar”. Rusia y la Unión Europea –salvo quizá Polonia y Lituania- tampoco acompañarán a Estados Unidos por semejante camino.

Peter Pace, el jefe de estado mayor conjunto que hace poco exaltaba la “misión divina” de Bush, ha solicitado hasta 10.000 nuevos reclutas, 145.000 reservistas y los 345.000 efectivos de la Guardia nacional, dejando la seguridad interna en manos de las policías estaduales y municipales. Pero afrontar los costos de medio millón en refuerzos será imposible sin apoyo parlamentario (salvo saliéndose de la legalidad). Por otra parte, el planteo de Pace contradice el proyecto de ir dejando en manos de Bagdad las operaciones militares y de seguridad.

El clima sociopolítico norteamericano tampoco permitiría algo que, de un modo u otro, agrave la derrota en Irak. Esta semana, tres sondeos de opinión señalan que 70% de las muestras se opone a seguir allá, 72% exige que se retiren las tropas, 55% da la guerra por perdida, 64% pide negociar con Siria e Irán y 54% cree que Bush es uno de los peores presidentes de la historia (junto con Richard Nixon, cuya política exterior era de calidad superior, merced a Henry Kissinger, si se excluye Latinoamérica).

El marco internacional es asimismo complicado. El rey saudí Abdullá advirtió a Cheney que acudiría en ayuda de los sunníes si Washington retirasen de pronto las tropas. Pero, simultáneamente, insistió en un diálogo con todos lo vecinos, inclusive sirios, iraníes y turcos. Esto era secreto, pero los reveló al congreso el propio embajador saudí, que fue removido de inmediato (lo cual apunta a una interna en Riyadh).

“Sin posibilidades constitucionales de reelección, Bush se abroquelará en sus posturas más extremas, no hará caso a la mayoría de norteamericanos que quiere salir de Bagdad y tratará de manejarse al margen del futuro congreso, controlado por la oposición”. Así temen columnistas como Paul Krugman, Niall Ferguson o Jeffrey Sachs.

En otras palabras, la Casa Blanca piensa tirar al cesto el documento del panel bipartidario conducido por James Baker y Lee Hamilton (en realidad, dirigido al congreso). Su nueva idea es elevar considerablemente el número de tropas y atacar directamente a las milicias majdí de Mohámmed as-Sadr. Vale decir, terciar en la guerra civil sosteniendo a la minoría sunní.

Existe un obstáculo: como ha señalado Hamilton, “prolongar o intensificar el compromiso militar puede costarnos casi un billón de dólares, que el fisco no tiene”. Esta perspectiva aterra a los republicanos moderados y podría trabar todo intento del presidente por obtener legalmente fondos adicional o, en la eventualidad, hacer aprobar el presupuesto 2008 dentro de poco meses.

“La violencia es horrenda, pero me niego a aceptar la derrota y pretendo completar mi misión. Daré a los comandantes todos los medios necesarios y este empeño es inamovible”. Así sostuvo públicamente Bush el miércoles, lo cual genera especulaciones sobre la renuncia de Robert Gates como secretario de defensa, dada su oposición a esa tesitura. Ello provocaría una crisis de gabinete que pondría en delicada posición a los titulares de hacienda (Henry Paulson, de visita en China) y estado, Condoleezza Rice. En particular si, como suponen algunos en Washington, Rove pasa a defensa.

Previsto ahora para nochevieja, el “paquete heroico” de Bush (definición de Thomas Friedman) será inaceptable inclusive para Antony Blair, primer ministro británico. Éste acaba de aplaudir expresiones de Bush, formuladas el lunes, en cuanto a que “todos los vecinos de Irak deben ayudar”. Rusia y la Unión Europea –salvo quizá Polonia y Lituania- tampoco acompañarán a Estados Unidos por semejante camino.

Peter Pace, el jefe de estado mayor conjunto que hace poco exaltaba la “misión divina” de Bush, ha solicitado hasta 10.000 nuevos reclutas, 145.000 reservistas y los 345.000 efectivos de la Guardia nacional, dejando la seguridad interna en manos de las policías estaduales y municipales. Pero afrontar los costos de medio millón en refuerzos será imposible sin apoyo parlamentario (salvo saliéndose de la legalidad). Por otra parte, el planteo de Pace contradice el proyecto de ir dejando en manos de Bagdad las operaciones militares y de seguridad.

El clima sociopolítico norteamericano tampoco permitiría algo que, de un modo u otro, agrave la derrota en Irak. Esta semana, tres sondeos de opinión señalan que 70% de las muestras se opone a seguir allá, 72% exige que se retiren las tropas, 55% da la guerra por perdida, 64% pide negociar con Siria e Irán y 54% cree que Bush es uno de los peores presidentes de la historia (junto con Richard Nixon, cuya política exterior era de calidad superior, merced a Henry Kissinger, si se excluye Latinoamérica).

El marco internacional es asimismo complicado. El rey saudí Abdullá advirtió a Cheney que acudiría en ayuda de los sunníes si Washington retirasen de pronto las tropas. Pero, simultáneamente, insistió en un diálogo con todos lo vecinos, inclusive sirios, iraníes y turcos. Esto era secreto, pero los reveló al congreso el propio embajador saudí, que fue removido de inmediato (lo cual apunta a una interna en Riyadh).

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