Bush parece encaminarse a un cambio de políticas y actitudes

Poco después de un “estado de la nación” sin muchos indicios, George W.Bush produjo un “bis” informal. No sin antes felicitar telefónicamente a Evo Morales por su triunfo en Bolivia, gesto que descolocó gurúes conservadores argentinos.

3 febrero, 2006

Más tarde, el presidente admitió que Estados Unidos está demasiado aislado en la escena mundial y eso se contradice con su extrema dependencia de hidrocarburos importados. Pero fue bastante más lejos. “El proteccionismo comercial nos hará perder la guerra contra el terrorismo”, reiteró en declaraciones formuladas a diversos medios entre martes y jueves.

No parece casual que Hamás se manifieste ahora, de pronto, dispuesto a hablar con Israel y otros interlocutores. En cuanto a la Casa Blanca, la moderación de Condoleezza Rice (y su asesor privado, Colin Powell) parece abrir por fin una brecha entre el primer mandatario y sus tres eminencias grises: el vicepresidente Richard Cheney, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld –comparó a Hugo Chávez con Adolf Hitler- y el predicador Karl Rove.

A primera vista, varios observadores de la Unión Europea creen que Bush va dejando de lado la ambiciosa estrategia imperial, lanzada en septiembre de 2001 y empantanada en Irak, Afganistán y Latinoamérica. Por ende, el gobierno –viendo su caída ante la opinión pública y el riesgo de verse derrotado en los comicios parlamentarios de este año- se vuelve al plano interno –o sea, al “verdadero” partido Republicano- y, casi, al esquema propuesto en 2000 por Rice (vía un artículo en “Foreign Affairs”).

Por entonces, George W. le había pedido a Rice formular una estrategia internacional distinta a la “construcción de naciones” practicada por el aún presidente William J.Clinton, con resultados disímiles. Pero Rice no tuvo nada que ver con la tergiversación de esa presunta estrategia, por parte de los “nuevos halcones”, o sea la ultraderecha patriotera. Ésta tenía, desde 1997, su propio manual para “un siglo XXI dominado por la alianza entre ambos lados del Atlántico anglófono, sin la vieja Europa” (Paul Wolfowitz, 1999).

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No obstante, hasta el doble ataque del 11 de septiembre de 2001, Bush tenía una política exterior modesta, esquiva, más orientada al Pacífico que al Atlántico y el Índico. Al Qa’eda cambió todo y ayudó al parto de un proyecto geopolítico megalómano, en el fondo parecido “pari passu” al de bin Laden, az-Zarkawí y sus acólitos.

Al principio, todos parecían triunfos. Desde la derrota de los talibán en Afganistán y la caída de Saddam en Irak hasta los vientos democráticos en Ucrania, Líbano, etc. Hoy día, empero, Vladyímir Putin promueve su propio proyecto, cifrado en una “Eurasia” repartida con la UE, China, Japón e India. Moscú busca reconstruir la Unión Soviética, pero como área de influencia rusa en el continente del cual Europa es apenas una península. Gerhard Schröder es uno de los pocos que entendió las cosas desde el principio, como Wilhelm Brandt en otra fase de la historia.

Ahora, la victoria electoral de Hamás y la nueva política desafiante de Irán, que han puesto en segundo plano al propio bloque islámico, dan vuelta el tablero. Mientras tanto, EE.UU. se reduce a mera potencia militar, embretada en una doble guerra que le cuesta ya más de US$ 350.,000 millones (diez veces las ganancias de Exxon Mobil en 2005), no los 60.000 millones que se pensaba gastar al principio. Su hegemonía económica se limita a mercados financieros, no al mundo macro, donde pesa su prodigioso endeudamiento externo e interno.

La impunidad norcoreana (a diferencia de Tehrán, Pyongyang sí tiene cabezas nucleares y las ha ensayado en el mar del Japón), la persistencia iraní o la alianza antonorteamericana armada por Venezuela –quinto proveedor de crudos a EE.UU.- se suman al avance de Putin y la capacidad china de crecer sin convertirse en estado capitalista ni, mucho menos, democrático. Esos factores se combinan con escándalos que rozan al poder político (“Plamegate”, fraudes y lavado de dinero por Thomas DeLay y su mafioso favorito, Jack Abramoff) y el copamiento de la Corte Suprema por jueces cuyo único mérito es un torpe conservadurismo rural. En síntesis, el precio político por tantos desaguisados está desplazando al Bush de 2001 en favor del Bush de 2000.

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Más tarde, el presidente admitió que Estados Unidos está demasiado aislado en la escena mundial y eso se contradice con su extrema dependencia de hidrocarburos importados. Pero fue bastante más lejos. “El proteccionismo comercial nos hará perder la guerra contra el terrorismo”, reiteró en declaraciones formuladas a diversos medios entre martes y jueves.

No parece casual que Hamás se manifieste ahora, de pronto, dispuesto a hablar con Israel y otros interlocutores. En cuanto a la Casa Blanca, la moderación de Condoleezza Rice (y su asesor privado, Colin Powell) parece abrir por fin una brecha entre el primer mandatario y sus tres eminencias grises: el vicepresidente Richard Cheney, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld –comparó a Hugo Chávez con Adolf Hitler- y el predicador Karl Rove.

A primera vista, varios observadores de la Unión Europea creen que Bush va dejando de lado la ambiciosa estrategia imperial, lanzada en septiembre de 2001 y empantanada en Irak, Afganistán y Latinoamérica. Por ende, el gobierno –viendo su caída ante la opinión pública y el riesgo de verse derrotado en los comicios parlamentarios de este año- se vuelve al plano interno –o sea, al “verdadero” partido Republicano- y, casi, al esquema propuesto en 2000 por Rice (vía un artículo en “Foreign Affairs”).

Por entonces, George W. le había pedido a Rice formular una estrategia internacional distinta a la “construcción de naciones” practicada por el aún presidente William J.Clinton, con resultados disímiles. Pero Rice no tuvo nada que ver con la tergiversación de esa presunta estrategia, por parte de los “nuevos halcones”, o sea la ultraderecha patriotera. Ésta tenía, desde 1997, su propio manual para “un siglo XXI dominado por la alianza entre ambos lados del Atlántico anglófono, sin la vieja Europa” (Paul Wolfowitz, 1999).

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No obstante, hasta el doble ataque del 11 de septiembre de 2001, Bush tenía una política exterior modesta, esquiva, más orientada al Pacífico que al Atlántico y el Índico. Al Qa’eda cambió todo y ayudó al parto de un proyecto geopolítico megalómano, en el fondo parecido “pari passu” al de bin Laden, az-Zarkawí y sus acólitos.

Al principio, todos parecían triunfos. Desde la derrota de los talibán en Afganistán y la caída de Saddam en Irak hasta los vientos democráticos en Ucrania, Líbano, etc. Hoy día, empero, Vladyímir Putin promueve su propio proyecto, cifrado en una “Eurasia” repartida con la UE, China, Japón e India. Moscú busca reconstruir la Unión Soviética, pero como área de influencia rusa en el continente del cual Europa es apenas una península. Gerhard Schröder es uno de los pocos que entendió las cosas desde el principio, como Wilhelm Brandt en otra fase de la historia.

Ahora, la victoria electoral de Hamás y la nueva política desafiante de Irán, que han puesto en segundo plano al propio bloque islámico, dan vuelta el tablero. Mientras tanto, EE.UU. se reduce a mera potencia militar, embretada en una doble guerra que le cuesta ya más de US$ 350.,000 millones (diez veces las ganancias de Exxon Mobil en 2005), no los 60.000 millones que se pensaba gastar al principio. Su hegemonía económica se limita a mercados financieros, no al mundo macro, donde pesa su prodigioso endeudamiento externo e interno.

La impunidad norcoreana (a diferencia de Tehrán, Pyongyang sí tiene cabezas nucleares y las ha ensayado en el mar del Japón), la persistencia iraní o la alianza antonorteamericana armada por Venezuela –quinto proveedor de crudos a EE.UU.- se suman al avance de Putin y la capacidad china de crecer sin convertirse en estado capitalista ni, mucho menos, democrático. Esos factores se combinan con escándalos que rozan al poder político (“Plamegate”, fraudes y lavado de dinero por Thomas DeLay y su mafioso favorito, Jack Abramoff) y el copamiento de la Corte Suprema por jueces cuyo único mérito es un torpe conservadurismo rural. En síntesis, el precio político por tantos desaguisados está desplazando al Bush de 2001 en favor del Bush de 2000.

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