<p> No obstante, durante mucho tiempo –apunta un estudio del Economist- y como otros países de tamaño continental, estilo Rusia o China, Brasil miró para adentro. Se dedicaba a su propio desarrollo y descuidaba al resto del mundo, un pecado para la concepción conservadora típica de las economías anglosajonas. Uno de sus adalides, la ex primera ministra Margaret Thatcher, quedó muda de asombro en 2002, al contemplar desde el aire San Pablo y sus rascacielos. Ese mismo año, el gigante pasaba a observador en el grupo de los 8.<br />
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Por cierto, Leslie Bethell (historiador británico especializado en Latinoamérica), “recién en los últimos veinte o veinticinco años, Brasil empezó a influir en cuestiones regionales y mundiales proporcionalmente a tamaño geopolítico, recursos naturales, peso económico y financiero. El fenómeno refleja algo nuevo en su historia: estabilidad”. <br />
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Por ejemplo, empresas otrora remisas a aventurarse en el exterior van cambiando de perfil. Así, Vale do rio Dôce –la mayor productora mundial de hierro- se quedó en 2009 con una de las minas más grandes que subsistían. JBS, primer grupo frigorífico internacional, tomó la procesadora de pollos tejana Pilgrim’s Pride. Casi al mismo tiempo, la siderúrgica Gerado copó por US$ 1.600 millones su propia subsidiaria en Estados Unidos. <br />
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En materia financiera, Banco do Brasil –líder sudamericano en el sector- comenzó a expandirse afuera. No para acumular activos, sino para respaldar firmas locales en proyectos orientados al exterior. Por ejemplo, adquiriendo por US$ 740 millones el control del argentino Banco Patagonia.<br />
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Por otra parte, señala Bethell, “las compañías extranjeras se vuelcan a Brasil no sólo por el mero volumen del mercado interno. También lo ven como plataforma hacia los vecinos, dada la extrema afinidad entre castellano y portugués”. También África subsahariana es un campo donde el portugués (virtual lingua franca en Angola, Mozambique, Cabo Verde, Guinea-Bissáu) juega con claras ventajas. Bastan dos casos ilustrativos: el centro técnico de General Motors –diseña vehículos aptos para mercados emergentes- y la planta de Fiat, segunda en el mundo.<br />
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Por supuesto, analistas más afines a Zweig que a Thatcher encuentran que la renovada confianza se vincula al ex presidente Luiz Inácio da Silva y ocho años de gestión poco convencional. En particular, respecto a mantener medidas de su antecesor Fernando Henrique Cardoso ajenas a la ideología de Lula y su gobierno. La clave fueron dos resultados: aproximadamente once millones de brasileños (sobre un total de 192 millones) ingresaron a la clase media en 2004/09 y, desde 1990, la pobreza se redujo a la mitad. Dilma Rousseff hereda todo esto.<br />
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Sin duda, “el peso internacional del país es indiscutible”, admite Bethell. “Será interesante ver si la nueva presidente mantiene las buenas relaciones con Irán o Venezuela, dos cucos esgrimidos por EE.UU. y Gran Bretaña, si bien no tanto por la Unión Europea ni Sudamérica”.<br />
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En la visión conservadora, se subraya la persistencia de un sector público ineficaz –federal, estadual- cuya burocracia traba negocios, aun contra las necesidades del gobierno nacional o los locales. Según el informe 2010 sobre negocios (lleva el sello del Banco Mundial, pero lo confecciona el sector privado occidental), Brasil se ubica en el 129º lugar, o sea peor que Nigeria. Naturalmente, el gobierno y sus colegas emergentes no lo toman en serio. <br />
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Brasil, fruto de una saga a veces contradictoria
Desde antiguo, el país se creía destinado a cosas grandes tras separarse de Portugal y hacerse imperio (1822). En el exterior, muchos coincidían. El más brillante fue el austríaco Stefan Zweig. Su libro, Brasil, tierra del futuro, se publicó en 1941.