A lo largo de treinta años en la historia reciente de Brasil dos nombres se destacaron en la vida política. El primero fue Fernando Henrique Cardoso, que estabilizó la economía y sentó las bases para el boom económico de los años 2000. El segundo, su sucesor, Luiz Inácio Lula da Silva, quien expandió los programas sociales y proyectó una nueva confianza en el exterior.
En apenas ocho años esa confianza desapareció. Después de la peor recesión que haya atravesado el país y del mayor escándalo de corrupción, lo que hay es indignación popular. Esto va a tener su momento culminante en las elecciones presidenciales de octubre.
La campaña por las elecciones tiene inquietos a los inversores, que ya están muy preocupados por los mercados emergentes. En muchas aspectos, Brasil tiene suerte en haber tenido a dos líderes tan notables. Aunque fueron feroces adversarios, a lo largo de cuatro gobiernos consecutivos consolidaron la democracia y mejoraron la vida de millones de personas. Lamentablemente, también dejaron una sombra política que impidió el crecimiento de nuevos líderes para reemplazarlos.
Esto no es raro en América latina, donde los ex presidente suelen tener un papel magnificado. Pero en Brasil el efecto ha sido especialmente pronunciado. Un posible líder, Eduardo Campo., murió en 2014 en un accidente de avión. Luego llegó la investigación por el Lava Jato.
Una de las consecuencias es la casi total ausencia de candidatos creíbles en la campaña que arrancó este mes. Los desencantados votantes buscan, entonces, alternativas anti-establishment. Y eso inquieta a los inversores. Cuando una encuesta reciente demostró que no va bien Gerardo Alckmin, un centrista blandoconsiderado el candidato que favorecen los mercados, el real cayó.
La moneda brasileña ocupa hoy el tercer puesto entre las de peor desempeño en el mundo, después de la lira turca y el peso argentino. Aumentaron los incumplimientos en el repago de los créditos. Lo que vaya a pasar en los mercados brasileños depende en gran medida de lo que pase en su política. Lula da Silva, quien apuesta a un tercer gobierno, encabeza las encuestas desde la cárcel.
El ex sindicalista denuncia que es víctima de un complot de la derecha. Cardoso llama a eso una “grave distorsión de la realidad”. The former union leader has claimed in the New York Times to be the victim of a rightwing plot. Mr Cardoso, arguing in this newspaper, has called this account a “grave distortion of reality”. En cualquier caso, es altamente probable que Lula da Silva no se pueda presentar por la ley de anticorrupción.
Eso deja el foco puesto en Jair Bolsonaro, un ex capitán del ejército que va segundo en las encuestas. Su estridente plataforma de ley u orden goza del apoyo de los brasileños que están hastos de los crímenes. Bolsonaro es muy antipopular.
Con todo, las encuestas sugieren que le ganaría al candidato de Lula, quien asumiría la candidatura del ex presidente si éste es obligado a retirarse. La furia anti-establishment, junto con los escándalos criminales con implicancias constitucionales, conforman el manual de estrategias, como ocurrió ercientemente con la política y las elecciones en México y Estados Unidos.
La diferencia en Brasil es que su economía en peligro necesita una corrección urgente por parte de quienquiera que sea el presidente, y ninguno de los candidatos probables parecen capaces o despuestos a hacerlo.
El último detalle: la tercera parte de los votantes dice que no saben a quién van a vocar o si van a presentarse a votar. Todo esto explica por qué los inversores escapan asustados.