En los años sesenta, claro, el régimen militar brasileño contaba con el apyo de Estados Unidos. Todavía en 1974, Washington y Santiago de Chile acariciaban la idea de dividir “la inviable Bolivia” (definición del semanario “Time”).
Nuevamente, el poderoso sector privado “blanco” del oriente se preparara para ganar otro refrendo, abiertamente autonomista. Por su parte, el presidente Evo Morales –otro caso de inepcia típica de ese país- estatiza con desprolijidad hidrocarburos y teléfonos. Asumió hace dos años y no ha podido encarrilar las cosas; en verdad, las ha empeorado y el matete podría forzar un arbitraje brasileño. En cuanto a la Argentina, su propia crisis de “doble comando” (fogoneada por Néstor Kirchner) la deja fuera de cuadro.
En verdad, el referendo boliviano del domingo no se limita a Santa Cruz (370.000 km2, 2.400.000 habitantes) y su producto bruto “per caput” de US$ 1.250. También puede activar situaciones similares en Tarija, Beni y Pando; en total, más de media Bolivia, cuyas fronteras dan a Brasil y Paraguay. Cabe apuntar al respecto, que la triple frontera, en el rincón norte del Chaco boreal, es quizá más peligrosa –drogas, armas, terrorismo- que la de Brasil-Paraguay-Argentina. Tarija y los departamentos “vacíos” (Pando, Beni) celebran sus propias consultas entre este mes y el próximo.
Todo eso encuentra al centro regional de poder, Brasil, en un punto axial. Por una parte, está en vísperas de convertirse en potencia petrolera mundial. Por la otra, acaba de adoptar una decisión que afectará a Estados Unidos y Argentina: ante la crisis de alimentos, elevará la producción agroganadera, en vez de reducir exportaciones (como ha hecho Guillermo Moreno en Buenos Aires). Naturalmente, los brasileños –al igual que los indios- no creen en la beneficencia del Banco Mundial o Naciones Unidas, cuyos funcionarios expertos en hambre cobran por mes sumas que mantendrían varias familias haitianas un año entero.
En los años sesenta, claro, el régimen militar brasileño contaba con el apyo de Estados Unidos. Todavía en 1974, Washington y Santiago de Chile acariciaban la idea de dividir “la inviable Bolivia” (definición del semanario “Time”).
Nuevamente, el poderoso sector privado “blanco” del oriente se preparara para ganar otro refrendo, abiertamente autonomista. Por su parte, el presidente Evo Morales –otro caso de inepcia típica de ese país- estatiza con desprolijidad hidrocarburos y teléfonos. Asumió hace dos años y no ha podido encarrilar las cosas; en verdad, las ha empeorado y el matete podría forzar un arbitraje brasileño. En cuanto a la Argentina, su propia crisis de “doble comando” (fogoneada por Néstor Kirchner) la deja fuera de cuadro.
En verdad, el referendo boliviano del domingo no se limita a Santa Cruz (370.000 km2, 2.400.000 habitantes) y su producto bruto “per caput” de US$ 1.250. También puede activar situaciones similares en Tarija, Beni y Pando; en total, más de media Bolivia, cuyas fronteras dan a Brasil y Paraguay. Cabe apuntar al respecto, que la triple frontera, en el rincón norte del Chaco boreal, es quizá más peligrosa –drogas, armas, terrorismo- que la de Brasil-Paraguay-Argentina. Tarija y los departamentos “vacíos” (Pando, Beni) celebran sus propias consultas entre este mes y el próximo.
Todo eso encuentra al centro regional de poder, Brasil, en un punto axial. Por una parte, está en vísperas de convertirse en potencia petrolera mundial. Por la otra, acaba de adoptar una decisión que afectará a Estados Unidos y Argentina: ante la crisis de alimentos, elevará la producción agroganadera, en vez de reducir exportaciones (como ha hecho Guillermo Moreno en Buenos Aires). Naturalmente, los brasileños –al igual que los indios- no creen en la beneficencia del Banco Mundial o Naciones Unidas, cuyos funcionarios expertos en hambre cobran por mes sumas que mantendrían varias familias haitianas un año entero.