La enésima misión de 2002 del FMI llegó a Buenos Aires y apenas sus hombres pusieron pie en tierra, volvió a ser catalogada como insaciable. Esta vez, el grupo que pilotea el economista inglés John Thornton dejó trascender que sus primeras exigencias giraban en torno a la derogación de la ley de Subversión Económica, los artículos que se vetaron, los que introducen cambios en el Código Penal y lo que se eliminó en el Congreso.
Pero detrás de estas peticiones el problema de fondo sigue siendo el que HOJA DE RUTA adelantó hace algunas semanas: para que el acuerdo deje de ser una permanente posibilidad, como ha sido hasta ahora, el organismo internacional requiere seguridad en la política monetaria argentina.
Es que en este terreno, el FMI amerita más de una desencuentro cercano al absurdo. Anne Krueger, la número dos del organismo no puede olvidar (aunque estuvo al margen de la negociación) lo sucedido en Turquía hace algo más de un año y medio. La entidad envió una masa considerable de fondos para sostener un programa económico poco creíble, “como el que tenía la Argentina cuando recibió el blindaje, a principios de 2001”, recordó un economista.
Aquel marasmo turco terminó cuando el organismo que entonces piloteaba Michel Camdessus debió triplicar la ayuda y cargó sobre sus espaldas la imposición de un programa de ajuste mucho más duro. Hoy Krueger no quiere ser responsable de una experiencia similar, además de mantener a rajatabla su dura ortodoxia.
Por otro lado, y más allá de que en algunos círculos se descarte la posibilidad de una hiperinflación (debido a que el déficit público es bajo en relación al PBI y no hay demanda que la genere), el FMI no quiere ser socio en caso de que el aumento de precios se salga de madre. Por eso pone la lupa sobre cuentas fiscales. La idea de sus técnicos es monitorear el ritmo de la creación monetaria, una tarea nada sencilla. Si bien la inflación actual y las retenciones a las exportaciones contribuyen al control de estas cuentas, la sangría monetaria originada en la falta de confianza en el sistema bancario resulta, hasta ahora, incontenible para el Gobierno y en este sentido podría causar problemas.
La brecha no se cierra
Además de un descreimiento en el sistema financiero, la costumbre de hacerse de un dólar con un peso, vigente durante 11 años, lleva a que una parte considerable del dinero que sale del corralito transaccional se vuelque a la compra de la divisa. Esta conducta es la que reina entre los pequeños y grandes ahorristas, exportadores, bancos y empresas con diversas metodologías. Desde los primero días de enero la caída de depósitos no ha cesado y las reservas internacionales del Banco Central ya están por debajo de los US$ 10.000 millones.
Por su lado, Roberto Lavagna quiere achicar esta brecha con su esquema de canje voluntario de depósitos reprogramados por bonos.
La tarea no es fácil. Porque si son pocos los ahorristas que optan por los bonos los bancos seguirán perdiendo depósitos a través de los pagos de los primeros vencimientos, que se inician en enero del año que viene, y que conforman una masa de algo más de $ 30.000 millones.
Lavagna tiene una postura: asegura que las instituciones financieras cumplirán con sus obligaciones para con los ahorristas sin que el Central las auxilie con redescuentos.
Los bancos, por su parte, dicen que en el estado actual de sus carteras, no tendrán liquidez para afrontar esos pagos. Y argumentan que de los $ 23.000 millones que hay en el corralito transaccional, $ 10.000 millones se fugarán en el curso del año que viene.
Es que el ministro de Economía quiere que los bancos extranjeros traigan fondos del exterior para cumplir con los ahorristas. Como contrapartida, las entidades financieras arguyen que la ausencia de reglas no los alentará para que las casa matrices recapitalicen sus filiales.
Hay que tener en cuenta lo que sucede en el otro extremo. Si el canje de depósitos es exitoso, los bancos se quedarían sin depósitos reprogramados. En ese caso su situación se aliviaría notablemente, tanto como la presión sobre el Banco Central para obtener redescuentos, tema que ha generado una polémica entre el titular del Central, Mario Blejer, y Lavagna, acerca de la posibilidad de los actos en materia de redescuentos de los integrantes del directorio de la autoridad monetaria sean judiciables. Por ahora, en su negativa de auxiliar a los bancos en sus problemas de liquidez, Lavagna está ganando la pulseada.
¿Temor en Washington
Hay un punto en que las opiniones han sido pendulares. En un extremo del arco se dijo que en el FMI y en el corazón de la Casa Blanca había una gran preocupación con respecto a la irradiación del contagio argentino en América latina. Hasta ahora, en el gobierno de Bush, dicen, predominó la idea de que los países con problemas financieros eran responsables de su suerte debido a los errores cometidos. Sin embargo, los defensores de la teoría del temor al contagio insisten con que el gobierno estadounidense advirtió en las últimas semanas que la Argentina puede ser causante de una epidemia regional.
La plaza financiera uruguaya, laboriosamente construida, sufre el Efecto Tango. En Paraguay y en Ecuador los bonos públicos caen día a día y en Brasil las exportaciones bajan debido a la caída de la demanda argentina. Entonces, la Argentina recibirá ayuda, según dicen quienes mantienen este punto de vista, porque Estados Unidos no quiere perder a América latina por culpa de esta enfermedad.
Sin embargo, desde el otro lado del arco surgen sorpresas que transforman al primer razonamiento en algo, por lo menos, observable.
No sólo Estados Unidos –también la Unión Europea– se mantiene firme en la posición de que la Argentina debe acordar primero con el FMI antes de pedir ayuda a los países del Norte. Hay quienes van más allá y afirman que Washington se aleja de la Argentina, lo mismo que Europa. “Están hartos de escuchar que la Argentina está en problemas”, reconoció hace muy poco tiempo un legislador opositor a la actual alianza de gobierno. “Tan hartos como de enviar ayuda para nada”, reconoció a HOJA DE RUTA un renombrado politólogo.
Bastan un par de ejemplos. Luego de una negociación que en el tiempo insumido se asemejó a la compra de un viejo electrodoméstico, Brasil acordó con el FMI un préstamo de entre US$ 10.000 y US$ 15.000 millones para aventar el contagio argentino: el dólar bajó y el riesgo país se redujo en 100 puntos básicos. Y el financieramente vapuleado Uruguay acordó hace pocos días otro crédito de US$ 3.000 millones. Proporcionalmente y de acuerdo a su escala, en la Argentina esta cantidad equivaldría a una ayuda de unos US$ 15.000 millones, según recocieron varios analistas.
¿Hay temor al contagio? ¿O a Washington, que contribuyó con su peso en el FMI para que Uruguay y Brasil reciban sus créditos, dejó de interesarle, aunque sea coyunturalmente, este lejano arrabal del mundo?
Vale un razonamiento en favor de la Argentina. A un tipo de cambio de casi $ 4 por dólar, ¿no es barato llegar a un módico acuerdo y abrir el grifo financiero del Banco Mundial y el BID para colocarle un piso a la crisis y contener, según quienes hablan del efecto contagio, los efectos secundarios. El interrogante podría dilucidarse en los próximas semanas.
La enésima misión de 2002 del FMI llegó a Buenos Aires y apenas sus hombres pusieron pie en tierra, volvió a ser catalogada como insaciable. Esta vez, el grupo que pilotea el economista inglés John Thornton dejó trascender que sus primeras exigencias giraban en torno a la derogación de la ley de Subversión Económica, los artículos que se vetaron, los que introducen cambios en el Código Penal y lo que se eliminó en el Congreso.
Pero detrás de estas peticiones el problema de fondo sigue siendo el que HOJA DE RUTA adelantó hace algunas semanas: para que el acuerdo deje de ser una permanente posibilidad, como ha sido hasta ahora, el organismo internacional requiere seguridad en la política monetaria argentina.
Es que en este terreno, el FMI amerita más de una desencuentro cercano al absurdo. Anne Krueger, la número dos del organismo no puede olvidar (aunque estuvo al margen de la negociación) lo sucedido en Turquía hace algo más de un año y medio. La entidad envió una masa considerable de fondos para sostener un programa económico poco creíble, “como el que tenía la Argentina cuando recibió el blindaje, a principios de 2001”, recordó un economista.
Aquel marasmo turco terminó cuando el organismo que entonces piloteaba Michel Camdessus debió triplicar la ayuda y cargó sobre sus espaldas la imposición de un programa de ajuste mucho más duro. Hoy Krueger no quiere ser responsable de una experiencia similar, además de mantener a rajatabla su dura ortodoxia.
Por otro lado, y más allá de que en algunos círculos se descarte la posibilidad de una hiperinflación (debido a que el déficit público es bajo en relación al PBI y no hay demanda que la genere), el FMI no quiere ser socio en caso de que el aumento de precios se salga de madre. Por eso pone la lupa sobre cuentas fiscales. La idea de sus técnicos es monitorear el ritmo de la creación monetaria, una tarea nada sencilla. Si bien la inflación actual y las retenciones a las exportaciones contribuyen al control de estas cuentas, la sangría monetaria originada en la falta de confianza en el sistema bancario resulta, hasta ahora, incontenible para el Gobierno y en este sentido podría causar problemas.
La brecha no se cierra
Además de un descreimiento en el sistema financiero, la costumbre de hacerse de un dólar con un peso, vigente durante 11 años, lleva a que una parte considerable del dinero que sale del corralito transaccional se vuelque a la compra de la divisa. Esta conducta es la que reina entre los pequeños y grandes ahorristas, exportadores, bancos y empresas con diversas metodologías. Desde los primero días de enero la caída de depósitos no ha cesado y las reservas internacionales del Banco Central ya están por debajo de los US$ 10.000 millones.
Por su lado, Roberto Lavagna quiere achicar esta brecha con su esquema de canje voluntario de depósitos reprogramados por bonos.
La tarea no es fácil. Porque si son pocos los ahorristas que optan por los bonos los bancos seguirán perdiendo depósitos a través de los pagos de los primeros vencimientos, que se inician en enero del año que viene, y que conforman una masa de algo más de $ 30.000 millones.
Lavagna tiene una postura: asegura que las instituciones financieras cumplirán con sus obligaciones para con los ahorristas sin que el Central las auxilie con redescuentos.
Los bancos, por su parte, dicen que en el estado actual de sus carteras, no tendrán liquidez para afrontar esos pagos. Y argumentan que de los $ 23.000 millones que hay en el corralito transaccional, $ 10.000 millones se fugarán en el curso del año que viene.
Es que el ministro de Economía quiere que los bancos extranjeros traigan fondos del exterior para cumplir con los ahorristas. Como contrapartida, las entidades financieras arguyen que la ausencia de reglas no los alentará para que las casa matrices recapitalicen sus filiales.
Hay que tener en cuenta lo que sucede en el otro extremo. Si el canje de depósitos es exitoso, los bancos se quedarían sin depósitos reprogramados. En ese caso su situación se aliviaría notablemente, tanto como la presión sobre el Banco Central para obtener redescuentos, tema que ha generado una polémica entre el titular del Central, Mario Blejer, y Lavagna, acerca de la posibilidad de los actos en materia de redescuentos de los integrantes del directorio de la autoridad monetaria sean judiciables. Por ahora, en su negativa de auxiliar a los bancos en sus problemas de liquidez, Lavagna está ganando la pulseada.
¿Temor en Washington
Hay un punto en que las opiniones han sido pendulares. En un extremo del arco se dijo que en el FMI y en el corazón de la Casa Blanca había una gran preocupación con respecto a la irradiación del contagio argentino en América latina. Hasta ahora, en el gobierno de Bush, dicen, predominó la idea de que los países con problemas financieros eran responsables de su suerte debido a los errores cometidos. Sin embargo, los defensores de la teoría del temor al contagio insisten con que el gobierno estadounidense advirtió en las últimas semanas que la Argentina puede ser causante de una epidemia regional.
La plaza financiera uruguaya, laboriosamente construida, sufre el Efecto Tango. En Paraguay y en Ecuador los bonos públicos caen día a día y en Brasil las exportaciones bajan debido a la caída de la demanda argentina. Entonces, la Argentina recibirá ayuda, según dicen quienes mantienen este punto de vista, porque Estados Unidos no quiere perder a América latina por culpa de esta enfermedad.
Sin embargo, desde el otro lado del arco surgen sorpresas que transforman al primer razonamiento en algo, por lo menos, observable.
No sólo Estados Unidos –también la Unión Europea– se mantiene firme en la posición de que la Argentina debe acordar primero con el FMI antes de pedir ayuda a los países del Norte. Hay quienes van más allá y afirman que Washington se aleja de la Argentina, lo mismo que Europa. “Están hartos de escuchar que la Argentina está en problemas”, reconoció hace muy poco tiempo un legislador opositor a la actual alianza de gobierno. “Tan hartos como de enviar ayuda para nada”, reconoció a HOJA DE RUTA un renombrado politólogo.
Bastan un par de ejemplos. Luego de una negociación que en el tiempo insumido se asemejó a la compra de un viejo electrodoméstico, Brasil acordó con el FMI un préstamo de entre US$ 10.000 y US$ 15.000 millones para aventar el contagio argentino: el dólar bajó y el riesgo país se redujo en 100 puntos básicos. Y el financieramente vapuleado Uruguay acordó hace pocos días otro crédito de US$ 3.000 millones. Proporcionalmente y de acuerdo a su escala, en la Argentina esta cantidad equivaldría a una ayuda de unos US$ 15.000 millones, según recocieron varios analistas.
¿Hay temor al contagio? ¿O a Washington, que contribuyó con su peso en el FMI para que Uruguay y Brasil reciban sus créditos, dejó de interesarle, aunque sea coyunturalmente, este lejano arrabal del mundo?
Vale un razonamiento en favor de la Argentina. A un tipo de cambio de casi $ 4 por dólar, ¿no es barato llegar a un módico acuerdo y abrir el grifo financiero del Banco Mundial y el BID para colocarle un piso a la crisis y contener, según quienes hablan del efecto contagio, los efectos secundarios. El interrogante podría dilucidarse en los próximas semanas.