Argentina versus los acreedores del exterior

Joseph Stiglitz recomienda a Brasil no adherir al ALCA. Poco antes, recordaba que Washington sugiere a la Argentina y otros deudores políticas nunca aplicadas en EE.UU. Ahora, aparecen analistas locales con similar mensaje.

4 noviembre, 2003

"Ciertos formadores de opinión, bastiones de la ortodoxia financiera,
viven una fase de optimismo y proyectan tasas de crecimiento altas. Así
-apunta la Fundación de Investigaciones y Desarrollo Económico,
FIDE-, ya superaron la cota de 7,5% para el producto bruto interno 2003 y el piso
de 4% para 2004".

Llamativamente, en los 90 esos gurúes fomentaban "el miedo a las
catástrofes que sobrevendrían si Argentina abandonase la convertibilidad".
A principios de 2002, tras el derrumbe, predecían el apocalipsis y un
dólar a cinco o diez pesos, si el país "demoraba en llegar
a acuerdo con el FMI, algo que juzgaban políticamente incorrecto".

Ya en la actualidad y sin haber hecho autocrítica, forman "un coro
de pronósticos alentadores. Pero adjudican la incipiente reactivación
a las reformas de los 90. Por ende, aconsejan complacencia con los acreedores
privados y un rápido arreglo".

Por supuesto, sugieren que el superávit fiscal primario no se use en
gastos, sino en amortizar deuda externa. Exactamente, lo que hace Brasil y desaconseja
Stiglitz (recordando que "los países centrales nunca hacen estas
cosas"). Al respecto, como recuerda el columnista Daniel Muchnik en "Clarín",
para el gobierno "los organismos financieros multilaterales son acreedores
privilegiados porque existe consenso en la comunidad de negocios".

También debe priorizárselos porque "otorgaban crédito
durante la crisis de 1998/2001". Pero -sostiene el analista-, el primer
argumento es tautológico, por los estrechos vínculos entre el
sector financiero y el FMI, el Banco Mundial y el BID".

La segunda explicación es "insostenible, pues la crisis y el colapso
se deben, en gran parte, a préstamos brindados cuando el desenlace era
evidente". En verdad, esos créditos prolongaron la convertibilidad
y la paridad rígida aun tras el "tequila" (1994/5) y la crisis
sistémica internacional de 1997/8.

Desde otro ángulo, Muchnik señala que "esos fondos financiaron
la fuga de capitales, calculada en más de US$ 20.000 millones, en 2000-1.
Sin el ´blindaje´ y la ayuda extraordinaria del FIM, eso no habría sido
posible". Justamente, el argumento esgrimido por Charles Calomiris, Alan
Meltzer y Adam Lerrick, partidarios de que EE.UU. abandone el FMI, pues "fomenta
el endeudamiento en economías periféricas".

Por un lado, el entorno fundamentalista de George W. Bush demoniza al FMI como
"instrumento de prestamistas irresponsables" (William Kristol). Por
el otro, los voceros de esos mismos banqueros presionan para que Argentina (y
Brasil) privilegien al Fondo y a intermediarios que colocaban bonos externos
sin explicar que su emisor estaba al borde del colapso.

"Se trata, sin duda, de posturas capciosas. Lamentablemente -apunta FIDE-,
ganarán espacio ante la opinión pública cuanto más
dure la ausencia de un programa económico integral en Argentina".
Tampoco lo hay todavía en Brasil pero, al revés del contexto local,
allá existe una burguesía capitalista de mentalidad industrial
que puede cubrir baches de planificación oficial.

"Ciertos formadores de opinión, bastiones de la ortodoxia financiera,
viven una fase de optimismo y proyectan tasas de crecimiento altas. Así
-apunta la Fundación de Investigaciones y Desarrollo Económico,
FIDE-, ya superaron la cota de 7,5% para el producto bruto interno 2003 y el piso
de 4% para 2004".

Llamativamente, en los 90 esos gurúes fomentaban "el miedo a las
catástrofes que sobrevendrían si Argentina abandonase la convertibilidad".
A principios de 2002, tras el derrumbe, predecían el apocalipsis y un
dólar a cinco o diez pesos, si el país "demoraba en llegar
a acuerdo con el FMI, algo que juzgaban políticamente incorrecto".

Ya en la actualidad y sin haber hecho autocrítica, forman "un coro
de pronósticos alentadores. Pero adjudican la incipiente reactivación
a las reformas de los 90. Por ende, aconsejan complacencia con los acreedores
privados y un rápido arreglo".

Por supuesto, sugieren que el superávit fiscal primario no se use en
gastos, sino en amortizar deuda externa. Exactamente, lo que hace Brasil y desaconseja
Stiglitz (recordando que "los países centrales nunca hacen estas
cosas"). Al respecto, como recuerda el columnista Daniel Muchnik en "Clarín",
para el gobierno "los organismos financieros multilaterales son acreedores
privilegiados porque existe consenso en la comunidad de negocios".

También debe priorizárselos porque "otorgaban crédito
durante la crisis de 1998/2001". Pero -sostiene el analista-, el primer
argumento es tautológico, por los estrechos vínculos entre el
sector financiero y el FMI, el Banco Mundial y el BID".

La segunda explicación es "insostenible, pues la crisis y el colapso
se deben, en gran parte, a préstamos brindados cuando el desenlace era
evidente". En verdad, esos créditos prolongaron la convertibilidad
y la paridad rígida aun tras el "tequila" (1994/5) y la crisis
sistémica internacional de 1997/8.

Desde otro ángulo, Muchnik señala que "esos fondos financiaron
la fuga de capitales, calculada en más de US$ 20.000 millones, en 2000-1.
Sin el ´blindaje´ y la ayuda extraordinaria del FIM, eso no habría sido
posible". Justamente, el argumento esgrimido por Charles Calomiris, Alan
Meltzer y Adam Lerrick, partidarios de que EE.UU. abandone el FMI, pues "fomenta
el endeudamiento en economías periféricas".

Por un lado, el entorno fundamentalista de George W. Bush demoniza al FMI como
"instrumento de prestamistas irresponsables" (William Kristol). Por
el otro, los voceros de esos mismos banqueros presionan para que Argentina (y
Brasil) privilegien al Fondo y a intermediarios que colocaban bonos externos
sin explicar que su emisor estaba al borde del colapso.

"Se trata, sin duda, de posturas capciosas. Lamentablemente -apunta FIDE-,
ganarán espacio ante la opinión pública cuanto más
dure la ausencia de un programa económico integral en Argentina".
Tampoco lo hay todavía en Brasil pero, al revés del contexto local,
allá existe una burguesía capitalista de mentalidad industrial
que puede cubrir baches de planificación oficial.

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