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Desde la perspectiva estadounidense, Hinrichs enumera una gama de productos expuesta a la competencia de precios chinos más bajos, que contribuye a disminuir presiones inflacionarias vía integración. Entre los costos, cita un substancial déficit comercial, dependencia externa –China acumula una enorme masa de deuda pública norteamericana- y pérdidas en cuenta corriente. Precisamente estos factores son razones primarias para que, en EE.UU., haya presiones contra la integración. <br />
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<strong>Puntos dificultosos</strong> <br />
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Definir pro y contra de la integración tal vez no sea lo más difícil, sugiere Prestowitz. A su criterio, “buena parte del problema es cómo integrar, sobre todo mientras se esfuma la globalización convencional, basada en mercados de riesgo, a raíz de la crisis sistémica internacional. <br />
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El analista cree que “los problemas actuales son similares a los de otras etapas históricas. De ese modo, en el siglo XIX y parte del XX, Estados Unidos planteaba la integración en sus propios términos, aplicando políticas tendientes al proteccionismo. Abraham Lincoln elevó 60% los gravámenes aduaneros y Theodore Roosevelt decía que, gracias a dios, no era librecambista.” <br />
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Por entonces, el proteccionismo le sirvió a EE.UU. para desarrollarse al nivel de Gran Bretaña, la superpotencia económica del momento. Por supuesto, ella y Holanda –líderes de la primera revolución industrial- se sentían muy cómodas con el “laissez faire, laissez passer” (Robert-Jacques Turgot, 1727/81). Las políticas seguidas hasta la megainflación alemana de 1922/5 le permitieron al PB por habitante de EE.UU. subir de 85% del británico en 1889 a 195% en vísperas de la Gran Guerra. Después, paulatinamente, Washington se plegó al libre comercio, salvo en materia agrícola. <br />
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Era inevitable pues que en 1946, el país emergiera de la Segunda guerra mundial como potencia dominante en comercio, industria y tecnología. Más tarde, imitó a Gran Bretaña: en lo interno, fomentó el consumo para estimular exportaciones del resto del mundo. En lo externo, promovió el libre comercio. Las presentes contradicciones entre EE.UU. y China son el problema de integración que Prescott trata de resolver. <br />
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<strong>¿Más integrados, mejor?</strong> <br /><br />Por cierto, la idea de que la integración funciona bien sólo en uno de los dos países involucrados directamente es tan común para Estados Unidos o China como para Rusia y la Comunidad de Estados Independientes o el “interior” de Latinoamérica. Al menos en el primer caso, Prescott sostiene que la integración opera bien para todas las partes. <br /><br />Con una dosis algo desmedida de optimismo, el Nobel 2004 pronostica que “hacia 2100, todo el planeta será más opulento debido a la integración económica”. Pero eso implica arriesgar predicciones para más allá de noventa años. <br /><br />“Al revés de lo que suele creerse –apunta, la torta se agranda cuando más comensales se sientan a la mesa. Ya el grupo de economías industriales se expande y, una vez que reclutas como China, India o Brasil están dentro, ahí se quedan. En otras palabras, el avance chino no perjudicará a EE.UU., pues, entre las economías integradas, cuanto más, mejor. <br /><br /><strong>Divergencias <br /></strong><br />Sin embargo, entre los participantes del foro se produjeron debates significativos. Particularmente, sobre la idea de que la integración beneficia a todos y no se limita a la expansión de unos países a expensas de otros, como insiste Prescott. Algunos objetores que el desarrollo, en términos de PBI, tal vez sea insostenible para los recursos finitos de la Tierra, máxime en esa proyección a 2100. <br /><br />“Es más fácil calcular utilidades que costos en materia de integración económica o comercial. Los ajustes asociados con ambas suelen estar estadísticamente mal presentados”. Eso piensa Clyde Prestowitz, presidente del Economic Strategic Institute. Otro experto, Paul Schiff Berman, observa que, “en lo tocante al intercambio, debiéramos concebirlo en un marco regulatorio más amplio. En el caso China-EE.UU., sería cuestión de perseguir desde ambos lados modelos económicos estables, sostenibles y socialmente positivos”. <br /><br />Merle Hinrichs (consultora Global Sources) articula ciertos costos y beneficios desde las perspectivas de empresarios y clientes tanto norteamericanos como chinos. Entre las ventajas de una integración para Beijing incluye inversiones de capital y transferencia de conocimientos, desde tecnología hasta management. Entre los costos chinos aparecen efectos lesivos en el empleo –vía importaciones- y el ambiente. <br />
Otra advertencia algo estridente pero no sin asidero, da a entender el reciente foro KnowledgeWharton/WPCarey, orientado por Edward Prescott. Este Nobel económico (compartido en 2004) de formación monetarista, exponiendo ante un grupo de universitarios y profesionales en la escuela de negocios WP Carey, sostuvo que “la integración es el camino apropiado para crear riqueza, siempre que reemplacemos ‘intercambio’ por conceptos e interrelaciones más complejas”. <br />
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Según su planteo, “países como Japón, Surcorea o Taiwán, que se desarrollaron en la posguerra inmediata o mediata abriéndose a Estados Unidos, han avanzado mucho en términos de producto bruto interno, especialmente desde los años 60”. Ese grupo y parte del sudeste asiático reunía el equivalente a 30% del PBI norteamericano en 1961, rozaba 65% cuarenta años después y representaba casi 70% hacia 2006. <br />
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Pero, puntualiza el académico del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), “lo opuesto también se ha dado. Por ejemplo, en América latina, donde los países demoran en alcanzar a los emergentes líderes –para no hablar de EE.UU. o la Eurozona- porque no se han integrado económicamente en grados aptos para competir”. <br />
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En el planteo de Prescott, la integración promueve desarrollo por tres motivos. Primero, ese camino significa para una economía en transición (como China) obtener acceso a capitales y tecnologías del exterior. “La compañías multinacionales –afirma- emplean conocimientos y otras ventajas vía sus subsidiarias en países emergentes o periféricos. Eventualmente, sus propios intereses requieren que esas economías recipientes permanezcan abiertas”. Como lo mostró la cumbre del Grupo de los 20, hoy ocurre al revés y resurge el proteccionismo aun en países centrales. <br />
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En segundo lugar, si el desarrollo se constriñe a economía no integradas hacia fuera los aumentos de productividad ligados a nuevas tecnologías provocan desempleo. Ello se debe a que los sectores internos más eficientes requieren menos mano de obra. Por el contrario, si el desarrollo deriva de la integración, el aumento de productividad consiguiente lleva a elevar al mismo tiempo el empleo. <br />
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Finalmente, “la integración bien concebida, no cualquier tipo, fomenta la competencia –cree Prescott- como fuerte motivante del desenvolvimiento. Cuando seis países concibieron la Comunidad Europea en 1958, la mera amenaza de la formidable competencia alemana fue tornando más productivas las empresas francesas”. El expositor olvida la contraparte: por razones políticas internas, París impulsó un proteccionismo agrícola todavía subsistente en la Unión Europea (veintisiete socios), EE.UU y Japón. <br />
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