Estos comicios se vivieron como un test de los sentimientos nacionalistas, anti Unión Europea y anti inmigración. Se suponía que si ganaba Wilders (tras el Brexit y el triunfo de Donald Trump) una oleada nacionalista envolvería a Francia y Alemania (donde pronto hay elecciones) e incluso a Italia.
De manera que no se cerrarán las mezquitas en Holanda, ni el país dejará la Unión Europea, pero sería un error subestimar el resultado electoral. Wilders y su gente seguirán teniendo presencia e influencia.
El actual Primer Ministro, Mark Rutte, con certeza logrará formar nuevo gobierno con su partido que salió primero, y seguramente con otros tres que le den la mayoría suficiente, de los 28 que participaron de la elección. La percepción en toda Europa es que fue un test de la temperatura alcanzada por el sentimiento nacionalista en el continente. En todo caso, como lo dijo Wilders, “el genio que salió de la botella, no vuelve a ella”.
Por ahora, Holanda ha puesto freno al ímpetu de la extrema derecha en Europa. El populismo xenófobo tuvo su primera gran derrota en Occidente.
El partido de gobierno obtuvo 31 bancas (hacen falta 76 para formar gobierno). Lo que significa que habrá alianzas con otros tres o cuatro partidos, marginando al de Wilders. El Partido por la Liberta, tuvo 19 bancas, igual cantidad que los demócrata cristianaos y los liberales de izquierda.
También respiran aliviados los numerosos musulmanes que viven en el país, y que están perfectamente integrados con la cultura loca, como Ahmed Aboutaleb, alcalde de Rotterdam y uno de los políticos más renombrados del país. No es el único caso: el portavoz del parlamento holandés también es musulmán. En los Países Bajos también hay trabajadores sociales, periodistas, comediantes, empresarios y banqueros musulmanes.
Rotterdam es la segunda ciudad más grande de los Países Bajos, tiene de 15 a 20 % de población musulmana y es hogar de inmigrantes de 174 países.