En Alemania están apareciendo actitudes que se parecen a las que en los 90 comenzaron en Inglaterra a cocinar a fuego lento lo que hoy se convirtió en el Brexit. La Inglaterra de Margaret Thatcher se preocupaba por el súper-estado europeo y la pesada burocracia de Bruselas.
Los alemanes se quejan del Banco Central Europeo y la eurozona, pero el lenguaje es cada vez más ácido. Los medios hablaban de intereses punitorios y de la expropiación del ahorrista alemán.
Este clima tiene cierto paralelo con los orígenes del Brexit: el desprestigio de la organización que maneja el bloque de países por considerar que actúa en detrimento de los intereses nacionales.
Visto desde afuera, se decía que Gran Bretaña tenía un magnífico acuerdo con la Unión europea, pertenecía a la Unión Aduanera y al mercado único pero no a la Eurozona y tenía una serie de áreas donde se aseguraba la posibilidad de quedar exenta.
Hoy Alemania es vista como el país que más se beneficia con el euro. Como los británicos, los alemanes tienen poco de qué quejarse. Esto, que puede ser objetivamente cierto, no se de la misma manera en el interior de Alemania, donde se cree que la unión monetaria no está funcionando como debiera. Hay muchos debates sobre el desequilibrio el desequilibrio de pagos y las tasas de interés negativas. De esos debates, lo que vislumbra es que los alemanes no les gusta estar encerrados en una unión monetaria con países con gobiernos en los que no confían.
Pronto Alemania se verá ante una confluencia de amenazas. Durante todo el siglo 20 ha vivido de sus invenciones del siglo 19. Los campeones de la industria alemana fueron las super-estrellas de la época análoga. Ahora el futuro se ve incierto. Por ejemplo. No es líder en baterías, que son el corazón tecnológico de la próxima generación de autos. Tiene investigación en inteligencia artificial, pero nada comparable a Estados Unidos o China. Sigue teniendo los mejores ingenieros del mundo, pero no tiene suficientes científicos ni investigación.
No se sabe aun cómo va a hacer frente al doble desafío de cambio tecnológico fundamental y una unión monetaria plagada de desequilibrios. La mejor solución sería hacer lo que haga falta para hacer la unión monetaria sostenible, pero el país se está encaminando en la dirección contraria. Los euroescépticos están hablando con más claridad que los pro-europeos.