Agua: también será objeto de disputas entre EE.UU. y Canadá

Cada vez más, los recursos hídricos son víctimas propiciatorias del recalentamiento global Así sostienen expertos de Naciones Unidos, a poco de haber actualizado pronósticos sobre el resto del planeta.

14 abril, 2007

A su juicio, las alteraciones climáticas pueden generar disputan dentro de la América anglosajona, “primer mundo” si los hay, por sus efectos negativos al materia agrícola, industrial y social. Semejante prognosis es lo peor que podrían temer la Casa Blanca, los republicanos, Detroit –ya en decadencia- y quienes dependen de subsidios agrícolas. Canadá también está expuesto pero, como Alaska, es una reserva de hielos continentales que sus poderosos vecinos al sur (Estados Unidos) y al noroeste (Rusia) eventualmente apetecerán.

Para los norteamericanos, el futuro puede deparar nuevas olas de calor superiores a 45 grados –como la de 2006-, frío extremo fuera de temporada, incendios masivos (desde 2005 en adelante) y huracanes como los sufridos en la zona del golfo de México en 2005/6. El informe sobre la región complementa el documento actualizado, días atrás en Bruselas, con el sello del panel intergubernamental de expertos (creado por el protocolo de Kyoto, 2001).

Las anomalías climáticas les cuestan ya miles de millones anuales a ambos países en términos de daños urbanos, vidas productividad. Esto tiene visos de seguir incrementándose en años venideros. Pero, en esencia, el mayor peligro lo corren los recursos hídricos básicos, desde los grandes lagos hasta el archipiélago ártico.

Fuera de las economías centrales unos mil millones carecen de agua potable. Otro tanto padece por mala calidad del servicio. Peligran dos millones de niños por año y los problemas aumentan por crecimiento vegetativo, hacinamiento, contaminación y cambios climáticos.

Hacia 2050, estima la ONU, quizá 5.000 millones de habitantes estén en riesgo. Por una parte, el agua ha desatado guerras desde la antigüedad más remota. Por la otra, hoy sus problemas son manejables. Pero, como se veía ya en Kyoto, existen demasiados desacuerdos sobre represas, papel del sector privado, destino de inversiones y tarifas justas. Entretanto, hay un compromiso internacional de reducir a la mitad, hacia 2015, la población sin agua potable segura. Kyoto y, ahora, Bruselas no sirvieron para aclarar cómo se hará.

Por cierto, “cada año, 400.000 personas debieran acceder a servicios sanitarios y 300.000 a agua potable”, admitió el panel científico intergubernamental en febrero. Igual sostenia hace dos años Michel Camdessus, ex director gerente del Fondo Monetario Internacional y luego presidente del panel mundial pro financiamiento de una infraestructura global de aguas. Pero ambas fuentes no suenan creíbles en cuanto a recursos: se limitan a pedir que los estados inviertan más, en alianza con sectores privados y organizaciones no gubernamentales. El gasto total deberá subir de US$ 15.000 millones a 30.000 millones anuales y los fondos tendrían que ir a países con planes viables.

Obviamente, “los acuerdos estado/empresas funcionarán mejor en áreas urbanas. En las rurales, sin atractivos para el sector privado, las obras quedarían en manos del sector público y las ONG”. La filosofía de Camdessus sigue tan cerca del FMI que lo lleva a recomendar “tarifas apropiadas para recobrar inversiones y afrontar costos del servicio”.

Este planteo fue recibido entonces con escepticismo. “Sin posibilidades de pagarse conexiones, los sectores de bajos ingresos parecen condenados a usar aguas de dudosa calidad o contaminadas”, sostenía Friends of earth international.

De un modo un otro, en Kyoto hubo una coincidencia: “las soluciones deben ser a medida de cada región y sus habitantes”, señalaba Ian Johnson, ex vicepresidente para desarrollo sustentable en el BM. Pero algunos expertos no están de acuerdo. Ravi Narayanan (WaterAid, una ONG con sede en Gran Bretaña) afirma que los fondos deben concentrarse en tecnologías adecuadas y disponibles para sectores de bajos ingresos (villas miseria, zonas rurales), que representan 80% de la población sin servicios básicos.

“Se gasta mucho en tecnologías caras y centros urbanos. Las metas para 2015 podrían cumplirse sin grandes erogaciones, si se optase por sistemas de aguas corrientes menos complejos y costosos”, opina el experto. Por de pronto, los parámetros de la Organización Mundial de la Salud y Unicef son ambiguos. Definen “acceso razonable” a la provisión de 20 litros diarios por persona de fuentes en un kilómetro a la redonda. Pero veinte litros no alcanza para casi nada y, en zonas densamente pobladas o hacinadas, diez cuadras es una enorme distancia.

La demanda sube y el abastecimiento baja. En los dieciocho años venideros, el volumen de agua por habitante se achicará en un tercio, según una evaluación dela ONU, difundida en Kyoto y reiterada en Bruselas. En cuanto al promedio de gente afectada por falta o escasez hacia 2050, la misma fuente es ahora llamativamente laxa, pues estima de 3.000 a 4.000 millones la futura población en riesgo.

No obstante, el agua es la substancia más abundante en la superficie terrestre, así como el hidrógeno es el elemento predominante en el universo. Tampoco hay un proceso mundial de desecamiento; por ejemplo, las lluvias se han intensificado 2% durante el siglo XX. El problema real es, por tanto, la distribución y la purificación, pues apenas 0,01% de los recursos acuíferos mundiales es de fácil disponibilidad y mucho menos de eso es potable. Entretanto, la población de mayor crecimiento vegetativo vive generalmente en áreas donde abundan sequías o inundaciones. Ambos factores se ven agravados por recalentamiento global y contaminación.

Aun así, el peor déficit es de sistemas que extraigan o canalicen aguas y las distribuyan ya aptas para uso humano. “Es incongruente que, cada año, millones de etíopes afronten la hambruna porque sus cultivos carecen de agua, cuando la meseta abisinia origina 2/3 del Nilo, uno de los ríos más caudalosos del planeta, que irrigaba Nubia y Egipto cuando aún no había faraones”. Así reflexionaba William Cosgrove, vicepresidente del consejo mundial del agua (Marsella).

Las grandes obras también acarrean grandes problemas, particularmente fuera de las economías centrales, de tipo financiero, social, ambiental y hasta legal. La comisión mundial de represas, que funciona dentro del BM, subraya que “en demasiados casos, se pagaron precios innecesariamente altos y hasta sobornos para llevar a cabo ambiciosos proyectos”. A menudo, una presa puede perjudicar vidas y haciendas de quienes viven aguas abajo, al cambiar el régimen de un río. Esto sin contar el anegamiento de tierras –ciudades también, como ocurrió en Entre Ríos décadas atrás- al generarse lagos artificiales. Todos estos efectos fomentan o exacerban conflictos entre intereses, cuando no entre países.

Este aspecto tiene una carga geopolítica, pues esos roces bien pueden llegar –como en el pasado- a guerras abiertas. Un tercio de las 260 cuencas hídricas multinacionales está compartido por tres o cuatro estados y diecinueve abarcan cinco o más. Gran parte de África, Levante y Sudamérica depende de recursos compartidos por varios países. Así ocurre con ríos como Amazonas, Paraná-Paraguay-Plata, Congo, Níger, Nilo, Tigris-Éufrates o Danubio.

Los optimistas vislumbran tendencias alentadoras. Por ejemplo, se han reducido notablemente los costos de desalinizar y potabilizar aguas marinas. Si bien estos procesos representan todavía menos de 1% del consumo mundial, ya son relevantes en Levante, norte de África, áreas en EE.UU. y Méjico. Según un informe de la ONU (2004), estas técnicas insumen ya US$ 35.000 millones, inversión que puede doblarse en doce años.

Sin duda, subsisten fenómenos tan persistentes como adversos. Uno es la contaminación originada en desechos que se arrojan o vierten en ríos, lagos y mares, cuyo volumen mundial decuplica el de las diez mayores cuencas hídricas juntas. Otro factor negativo es la sobrexplotación de aguas subterráneas; máxime en China, India, Pakistán, África del norte y el oeste de EE.UU.

Durante los cien años hasta 2005, el consumo mundial de agua se sextuplicó, mientras la población “sólo” se triplicaba. Impulsada esencialmente por el crecimiento vegetativo y el desarrollo rural e industrial, la demanda seguramente seguirá elevándose. En Kyoto, se señalaba que el consumo podría subir 40% entre 20065 y 2025. Las dificultades contingentes de abastecimiento tendrán efectos sumamente dañinos, pronostica el programa ambiental de la ONU, porque la proporción de gente en áreas de riesgo –escasez o falta de agua y servicios sanitarios- pasará del actual 40% a 70% de la población mundial hacia 2025.

En semejante contexto, las respuestas convencionales (elevar provisión de agua potable construyendo o ampliando represas) sólo surten efectos parciales. Por ende, tiende a ubicarse en primer plano el manejo de la demanda y el mejor uso de recursos existentes vía esquemas que combinen soluciones técnicas, políticas y de gestión. Para un grupo de expertos y funcionarios esto incluye un imposible: tarifas económicamente viables.

La cuestión es complicada. Los agrónomos sostienen que es difícil cultivar granos y criar ganado para alimentar poblaciones en veloz crecimiento, dado que quedan pocas tierras de pan llevar y, como ocurre con la soya en varios países, la siembra directa las destruye. En esta dimensión, hay un planteo utilitario –apelar a biotecnologías- y uno “maltusiano”, aplicado con éxito en China desde los años 70: desalentar la procreación humana. Al margen de esos extremos, la Organización de Naciones Unidos para alimentos y agricultura (FAO, hoy tan silenciosa) insistía hace años en ampliar superficies irrigadas. Esto funcionaría en el África subsahariana, cuya superficie bajo riego podría expandirse de doce a cuarenta millones de hectáreas.

Lo malo es que tantos proyectos fracasen en menos de burócratas ineficientes o tecnócratas corruptos. Algunas ONG y el BM coinciden, al respecto, en promover mayor participación de comunidades rurales. Por supuesto, tarifas y derechos hídricos son métodos de administración útiles pero controvertidos. Tradicionalmente, el agua ha sido subsidiada por el estado –así lo prescribían el código de Hammurabí, el Viejo testamento o las leyes confucianas en China-, por lo cual siempre se tendió a malgastarla.

En los últimos años, algunos definen el agua como “capital natural” y “un servicio ecosistémico”. Según esta concepción, el recurso es limitado y su valor real no se refleja en los precios y tarifas que se pagan por él. Amén del trasfondo mercantilista de esta planteo, quienes lo promueven pasan por alto una contradicción: si la explotación de recursos hídricos requiere capital ¿por qué no generarlo, en las economías periféricas más afectadas, simplemente eliminando las trabas comerciales impuestas por los países líderes? Después de todo, los US$ 350.000 millones anuales que EE.UU., la Unión Europea y Japón gastan en su ineficiente sector rural serían más rentables en manos de competidores eficientes.

Mejorar las redes de distribución en escala global exige un esquema múltiple para desarrollo y manejo de recursos hídricos. Existen cinco áreas claves:
1. Conservación – Mediante innovaciones tecnológicas y prácticas responsables, casi todos los usos del agua (agro, industria, comercio, familias) pueden racionalizarse con efectividad. Ello requiere esfuerzos coordinados por parte del gobierno, el sector privado y los consumidores, con una meta básica: evitar el derroche del recurso.
2. Reciclaje – Mucha agua se va por las cañerías tras su primer uso, especialmente en las casas. No obstante, “reciclar agua” es factible y económico en varios sectores: aprovechar agua “usada” en casa para regar, emplear varias veces el mismo líquido para irrigar plazas, parques y otros espacios comunes o –en un plano más complejo- imitar a la fábrica Chrysler en Toluca, que recicla agua empleada en procesos industriales.
3. Recolección y almacenamiento – Aplicadas en forma combinada, extensiva e intensiva, generan reservas pluviales para épocas de sequía o para atender picos de demanda. Estas aguas pueden recogerse en techos (las viejas canaletas siguen haciéndolo en muchos lugares) y otras superficies no absorbentes. Particularmente en ciudades y zonas donde el asfalto interfiere en la recarga natural de acuíferos (de paso, ello atenuaría inundaciones urbanas provocadas por lluvia que no escurre).
4. Transferencias inter/intracuenca – Esta práctica tiene rasgos controvertidos y, a menudo, involucra construcciones en gran escala. No obstante, el Programa Hidrológico Internacional (en un informe al foro de Kyoto) sostiene que determinadas cuencas hídricas requieren esas transferencias, como vehículos de planeamiento hídrico a largo plazo.
5. Escurrimientos mayores – A diferencia del reciclaje urbano, es un proceso en enorme escala que afecta al ecosistema, pues su objeto es aprovechar el drenaje de ríos, arroyos y otras fuentes de agua dulce que desembocan en los mares. Si bien su volumen es apenas una fracción de los depósitos totales existentes en el planeta, se trata de una fuente inmediata nada despreciable. Basta recordar que, tras alcanzar el Atlántico, la corriente del Amazonas se mantiene dulce hasta 400 kilómetros mar adentro.

A su juicio, las alteraciones climáticas pueden generar disputan dentro de la América anglosajona, “primer mundo” si los hay, por sus efectos negativos al materia agrícola, industrial y social. Semejante prognosis es lo peor que podrían temer la Casa Blanca, los republicanos, Detroit –ya en decadencia- y quienes dependen de subsidios agrícolas. Canadá también está expuesto pero, como Alaska, es una reserva de hielos continentales que sus poderosos vecinos al sur (Estados Unidos) y al noroeste (Rusia) eventualmente apetecerán.

Para los norteamericanos, el futuro puede deparar nuevas olas de calor superiores a 45 grados –como la de 2006-, frío extremo fuera de temporada, incendios masivos (desde 2005 en adelante) y huracanes como los sufridos en la zona del golfo de México en 2005/6. El informe sobre la región complementa el documento actualizado, días atrás en Bruselas, con el sello del panel intergubernamental de expertos (creado por el protocolo de Kyoto, 2001).

Las anomalías climáticas les cuestan ya miles de millones anuales a ambos países en términos de daños urbanos, vidas productividad. Esto tiene visos de seguir incrementándose en años venideros. Pero, en esencia, el mayor peligro lo corren los recursos hídricos básicos, desde los grandes lagos hasta el archipiélago ártico.

Fuera de las economías centrales unos mil millones carecen de agua potable. Otro tanto padece por mala calidad del servicio. Peligran dos millones de niños por año y los problemas aumentan por crecimiento vegetativo, hacinamiento, contaminación y cambios climáticos.

Hacia 2050, estima la ONU, quizá 5.000 millones de habitantes estén en riesgo. Por una parte, el agua ha desatado guerras desde la antigüedad más remota. Por la otra, hoy sus problemas son manejables. Pero, como se veía ya en Kyoto, existen demasiados desacuerdos sobre represas, papel del sector privado, destino de inversiones y tarifas justas. Entretanto, hay un compromiso internacional de reducir a la mitad, hacia 2015, la población sin agua potable segura. Kyoto y, ahora, Bruselas no sirvieron para aclarar cómo se hará.

Por cierto, “cada año, 400.000 personas debieran acceder a servicios sanitarios y 300.000 a agua potable”, admitió el panel científico intergubernamental en febrero. Igual sostenia hace dos años Michel Camdessus, ex director gerente del Fondo Monetario Internacional y luego presidente del panel mundial pro financiamiento de una infraestructura global de aguas. Pero ambas fuentes no suenan creíbles en cuanto a recursos: se limitan a pedir que los estados inviertan más, en alianza con sectores privados y organizaciones no gubernamentales. El gasto total deberá subir de US$ 15.000 millones a 30.000 millones anuales y los fondos tendrían que ir a países con planes viables.

Obviamente, “los acuerdos estado/empresas funcionarán mejor en áreas urbanas. En las rurales, sin atractivos para el sector privado, las obras quedarían en manos del sector público y las ONG”. La filosofía de Camdessus sigue tan cerca del FMI que lo lleva a recomendar “tarifas apropiadas para recobrar inversiones y afrontar costos del servicio”.

Este planteo fue recibido entonces con escepticismo. “Sin posibilidades de pagarse conexiones, los sectores de bajos ingresos parecen condenados a usar aguas de dudosa calidad o contaminadas”, sostenía Friends of earth international.

De un modo un otro, en Kyoto hubo una coincidencia: “las soluciones deben ser a medida de cada región y sus habitantes”, señalaba Ian Johnson, ex vicepresidente para desarrollo sustentable en el BM. Pero algunos expertos no están de acuerdo. Ravi Narayanan (WaterAid, una ONG con sede en Gran Bretaña) afirma que los fondos deben concentrarse en tecnologías adecuadas y disponibles para sectores de bajos ingresos (villas miseria, zonas rurales), que representan 80% de la población sin servicios básicos.

“Se gasta mucho en tecnologías caras y centros urbanos. Las metas para 2015 podrían cumplirse sin grandes erogaciones, si se optase por sistemas de aguas corrientes menos complejos y costosos”, opina el experto. Por de pronto, los parámetros de la Organización Mundial de la Salud y Unicef son ambiguos. Definen “acceso razonable” a la provisión de 20 litros diarios por persona de fuentes en un kilómetro a la redonda. Pero veinte litros no alcanza para casi nada y, en zonas densamente pobladas o hacinadas, diez cuadras es una enorme distancia.

La demanda sube y el abastecimiento baja. En los dieciocho años venideros, el volumen de agua por habitante se achicará en un tercio, según una evaluación dela ONU, difundida en Kyoto y reiterada en Bruselas. En cuanto al promedio de gente afectada por falta o escasez hacia 2050, la misma fuente es ahora llamativamente laxa, pues estima de 3.000 a 4.000 millones la futura población en riesgo.

No obstante, el agua es la substancia más abundante en la superficie terrestre, así como el hidrógeno es el elemento predominante en el universo. Tampoco hay un proceso mundial de desecamiento; por ejemplo, las lluvias se han intensificado 2% durante el siglo XX. El problema real es, por tanto, la distribución y la purificación, pues apenas 0,01% de los recursos acuíferos mundiales es de fácil disponibilidad y mucho menos de eso es potable. Entretanto, la población de mayor crecimiento vegetativo vive generalmente en áreas donde abundan sequías o inundaciones. Ambos factores se ven agravados por recalentamiento global y contaminación.

Aun así, el peor déficit es de sistemas que extraigan o canalicen aguas y las distribuyan ya aptas para uso humano. “Es incongruente que, cada año, millones de etíopes afronten la hambruna porque sus cultivos carecen de agua, cuando la meseta abisinia origina 2/3 del Nilo, uno de los ríos más caudalosos del planeta, que irrigaba Nubia y Egipto cuando aún no había faraones”. Así reflexionaba William Cosgrove, vicepresidente del consejo mundial del agua (Marsella).

Las grandes obras también acarrean grandes problemas, particularmente fuera de las economías centrales, de tipo financiero, social, ambiental y hasta legal. La comisión mundial de represas, que funciona dentro del BM, subraya que “en demasiados casos, se pagaron precios innecesariamente altos y hasta sobornos para llevar a cabo ambiciosos proyectos”. A menudo, una presa puede perjudicar vidas y haciendas de quienes viven aguas abajo, al cambiar el régimen de un río. Esto sin contar el anegamiento de tierras –ciudades también, como ocurrió en Entre Ríos décadas atrás- al generarse lagos artificiales. Todos estos efectos fomentan o exacerban conflictos entre intereses, cuando no entre países.

Este aspecto tiene una carga geopolítica, pues esos roces bien pueden llegar –como en el pasado- a guerras abiertas. Un tercio de las 260 cuencas hídricas multinacionales está compartido por tres o cuatro estados y diecinueve abarcan cinco o más. Gran parte de África, Levante y Sudamérica depende de recursos compartidos por varios países. Así ocurre con ríos como Amazonas, Paraná-Paraguay-Plata, Congo, Níger, Nilo, Tigris-Éufrates o Danubio.

Los optimistas vislumbran tendencias alentadoras. Por ejemplo, se han reducido notablemente los costos de desalinizar y potabilizar aguas marinas. Si bien estos procesos representan todavía menos de 1% del consumo mundial, ya son relevantes en Levante, norte de África, áreas en EE.UU. y Méjico. Según un informe de la ONU (2004), estas técnicas insumen ya US$ 35.000 millones, inversión que puede doblarse en doce años.

Sin duda, subsisten fenómenos tan persistentes como adversos. Uno es la contaminación originada en desechos que se arrojan o vierten en ríos, lagos y mares, cuyo volumen mundial decuplica el de las diez mayores cuencas hídricas juntas. Otro factor negativo es la sobrexplotación de aguas subterráneas; máxime en China, India, Pakistán, África del norte y el oeste de EE.UU.

Durante los cien años hasta 2005, el consumo mundial de agua se sextuplicó, mientras la población “sólo” se triplicaba. Impulsada esencialmente por el crecimiento vegetativo y el desarrollo rural e industrial, la demanda seguramente seguirá elevándose. En Kyoto, se señalaba que el consumo podría subir 40% entre 20065 y 2025. Las dificultades contingentes de abastecimiento tendrán efectos sumamente dañinos, pronostica el programa ambiental de la ONU, porque la proporción de gente en áreas de riesgo –escasez o falta de agua y servicios sanitarios- pasará del actual 40% a 70% de la población mundial hacia 2025.

En semejante contexto, las respuestas convencionales (elevar provisión de agua potable construyendo o ampliando represas) sólo surten efectos parciales. Por ende, tiende a ubicarse en primer plano el manejo de la demanda y el mejor uso de recursos existentes vía esquemas que combinen soluciones técnicas, políticas y de gestión. Para un grupo de expertos y funcionarios esto incluye un imposible: tarifas económicamente viables.

La cuestión es complicada. Los agrónomos sostienen que es difícil cultivar granos y criar ganado para alimentar poblaciones en veloz crecimiento, dado que quedan pocas tierras de pan llevar y, como ocurre con la soya en varios países, la siembra directa las destruye. En esta dimensión, hay un planteo utilitario –apelar a biotecnologías- y uno “maltusiano”, aplicado con éxito en China desde los años 70: desalentar la procreación humana. Al margen de esos extremos, la Organización de Naciones Unidos para alimentos y agricultura (FAO, hoy tan silenciosa) insistía hace años en ampliar superficies irrigadas. Esto funcionaría en el África subsahariana, cuya superficie bajo riego podría expandirse de doce a cuarenta millones de hectáreas.

Lo malo es que tantos proyectos fracasen en menos de burócratas ineficientes o tecnócratas corruptos. Algunas ONG y el BM coinciden, al respecto, en promover mayor participación de comunidades rurales. Por supuesto, tarifas y derechos hídricos son métodos de administración útiles pero controvertidos. Tradicionalmente, el agua ha sido subsidiada por el estado –así lo prescribían el código de Hammurabí, el Viejo testamento o las leyes confucianas en China-, por lo cual siempre se tendió a malgastarla.

En los últimos años, algunos definen el agua como “capital natural” y “un servicio ecosistémico”. Según esta concepción, el recurso es limitado y su valor real no se refleja en los precios y tarifas que se pagan por él. Amén del trasfondo mercantilista de esta planteo, quienes lo promueven pasan por alto una contradicción: si la explotación de recursos hídricos requiere capital ¿por qué no generarlo, en las economías periféricas más afectadas, simplemente eliminando las trabas comerciales impuestas por los países líderes? Después de todo, los US$ 350.000 millones anuales que EE.UU., la Unión Europea y Japón gastan en su ineficiente sector rural serían más rentables en manos de competidores eficientes.

Mejorar las redes de distribución en escala global exige un esquema múltiple para desarrollo y manejo de recursos hídricos. Existen cinco áreas claves:
1. Conservación – Mediante innovaciones tecnológicas y prácticas responsables, casi todos los usos del agua (agro, industria, comercio, familias) pueden racionalizarse con efectividad. Ello requiere esfuerzos coordinados por parte del gobierno, el sector privado y los consumidores, con una meta básica: evitar el derroche del recurso.
2. Reciclaje – Mucha agua se va por las cañerías tras su primer uso, especialmente en las casas. No obstante, “reciclar agua” es factible y económico en varios sectores: aprovechar agua “usada” en casa para regar, emplear varias veces el mismo líquido para irrigar plazas, parques y otros espacios comunes o –en un plano más complejo- imitar a la fábrica Chrysler en Toluca, que recicla agua empleada en procesos industriales.
3. Recolección y almacenamiento – Aplicadas en forma combinada, extensiva e intensiva, generan reservas pluviales para épocas de sequía o para atender picos de demanda. Estas aguas pueden recogerse en techos (las viejas canaletas siguen haciéndolo en muchos lugares) y otras superficies no absorbentes. Particularmente en ciudades y zonas donde el asfalto interfiere en la recarga natural de acuíferos (de paso, ello atenuaría inundaciones urbanas provocadas por lluvia que no escurre).
4. Transferencias inter/intracuenca – Esta práctica tiene rasgos controvertidos y, a menudo, involucra construcciones en gran escala. No obstante, el Programa Hidrológico Internacional (en un informe al foro de Kyoto) sostiene que determinadas cuencas hídricas requieren esas transferencias, como vehículos de planeamiento hídrico a largo plazo.
5. Escurrimientos mayores – A diferencia del reciclaje urbano, es un proceso en enorme escala que afecta al ecosistema, pues su objeto es aprovechar el drenaje de ríos, arroyos y otras fuentes de agua dulce que desembocan en los mares. Si bien su volumen es apenas una fracción de los depósitos totales existentes en el planeta, se trata de una fuente inmediata nada despreciable. Basta recordar que, tras alcanzar el Atlántico, la corriente del Amazonas se mantiene dulce hasta 400 kilómetros mar adentro.

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