Afganistán: vanguardias talibán, a una hora de Kabul

Con 75% de territorio afgano en manos de la guerrilla fundamentalista sunní y su aliada, Al Qa’eda, se tambalea la coalición de 38 países. Mientras la capital se apresta al sitio, no se sabe cómo saldrán EE.UU. y Naciones Unidas del pantano.

27 noviembre, 2007

Al otro lado de una frontera volátil, el general Pervez Musharraf apela a torpes maniobras para retener el poder. Pero esta virtual guerra civil puede acabar en un régimen fundamentalista. Mientras, los talibán matan soldados italianos y la alianza con George W.Bush arriesga acelerar la caída del primer ministro Romano Prodi.

Nada de cuanto sucede en ambos países es novedad. Mucho antes que Irak, Afganistán ha frustrado desde 1838 a ingleses, rusos y ahora norteamericanos, que se estrellan entre sus montañas. Lo que ocurre en Pakistán es potencialmente más grave: si Islamabad cae en manos fundamentalista, se reconstruirá el imperio afgano de los siglos XVII y XVIII.

En realidad, una violenta ofensiva pakistaní sobre áreas talibán en la frontera inició esta guerra abierta. En otras palabras, Pakistán –un país inventado en 1947- ya juega en un complejo ajedrez secular. Guerrillas de habla pashtú amenazan Peshawar, clave de la ruta entre Rawalpindi (otra capital paki) y el legendario paso de Jaiber, que desemboca en Kabul. Ahí, Alejandro III de Macedonia tuvo que detenerse en el siglo IV antes de la era común.

Mucho después, en 1938, el alto mando británico concluyó que cien años de esfuerzos habían sido inútiles para retener Kabul, Kandahar y Herat, las principales plazas fuertes afganas. Una aventura iniciada por Alexander Burnes (1831) desató la primera guerra angloafgana en 1838. Era en realidad un intento de asegurar la frontera noroccidental india, la misma que separa hoy Pakistán de Afganistán y sirve de santuario para al-Qa’eda.

El lento y accidentado reemplazo de un imperio moghul (Delhi), hecho pedazos, por el “raj” (reino) británico tomó desde 1799 para llegar a esas fronteras. Al principio de la esa empresa, las tierras indias al este y sudeste (Pundyab, Sindh) estaban aún en poder de los sij, hostiles a Gran Bretaña, que había llegado a Delhi (1818) desde Bengala, vía el Ganges.

Pero los antiguos dominios de Ghazna (Kabul) eran otro cantar. Desde el siglo XVII, los imperios moghul (Delhi), persa (Isfahán) y uzbeko (Jiva) se disputaban Afganistán y Beluchistán –su vasallo sur, que llegaba al mar- desde adentro. En el siglo XVIII, el imperio ruso penetraba desde el norte y, en cien años, se apoderó de los feudos kadsajos, uzbekos, kirghizes y turcomanos. A partir de 1838, los contendientes por Kabul serán santa Petersburgo y Londres.

Hacia 1830, la férula británica había llegado a la frontera noroeste de India, donde perdió la primera guerra angloafgana (1838/57). Los dos siguientes, 1879/81 y 1919/23, fueron nuevos desastres. Entretanto, los rusos fracasaban en 1885, 1896 y 1907. El problema era simple: los montañeses de habla irania –mayoría-, turca y mongol viven en perfecta anarquía, pero se unen cada vez que alguna potencia externa no musulmana trata de domeñarlos. Sus reductos están entre montañas de 4.000 metros para arriba.

La invasión soviética de 1975 (coincidente con la evacuación norteamericana de Vietnam) fue un completo fiasco. Pero generó dos grupos, los talibán y al Qa’eda, armados y sostenidos por Estados Unidos y Saudiarabia. La actual intervención norteamericana sigue ese camino, con un agravante: las guerrillas afganas han hecho pie en Pakistán noroccidental (hoy en manos de un régimen en crisis) y los 37 aliados de EE.UU., empezando por Italia, no aguantarán mucho más.

Recientes, amargas palabras del primer comandante norteamericano en Irak reflejan otro aspecto del desastre. Este militar de obvio origen hispano no trepida en afirma que “Estados Unidos vive una pesadilla sin final a la vista. Tras más de cuatro años de guerra, continuamos sin una estrategia capaz de lograr victorias o, al menos, evitar una derrota lisa y llana. La nueva actitud turca dificulta aún más las cosas, en tanto Afganistán esin caos”.

Al otro lado de una frontera volátil, el general Pervez Musharraf apela a torpes maniobras para retener el poder. Pero esta virtual guerra civil puede acabar en un régimen fundamentalista. Mientras, los talibán matan soldados italianos y la alianza con George W.Bush arriesga acelerar la caída del primer ministro Romano Prodi.

Nada de cuanto sucede en ambos países es novedad. Mucho antes que Irak, Afganistán ha frustrado desde 1838 a ingleses, rusos y ahora norteamericanos, que se estrellan entre sus montañas. Lo que ocurre en Pakistán es potencialmente más grave: si Islamabad cae en manos fundamentalista, se reconstruirá el imperio afgano de los siglos XVII y XVIII.

En realidad, una violenta ofensiva pakistaní sobre áreas talibán en la frontera inició esta guerra abierta. En otras palabras, Pakistán –un país inventado en 1947- ya juega en un complejo ajedrez secular. Guerrillas de habla pashtú amenazan Peshawar, clave de la ruta entre Rawalpindi (otra capital paki) y el legendario paso de Jaiber, que desemboca en Kabul. Ahí, Alejandro III de Macedonia tuvo que detenerse en el siglo IV antes de la era común.

Mucho después, en 1938, el alto mando británico concluyó que cien años de esfuerzos habían sido inútiles para retener Kabul, Kandahar y Herat, las principales plazas fuertes afganas. Una aventura iniciada por Alexander Burnes (1831) desató la primera guerra angloafgana en 1838. Era en realidad un intento de asegurar la frontera noroccidental india, la misma que separa hoy Pakistán de Afganistán y sirve de santuario para al-Qa’eda.

El lento y accidentado reemplazo de un imperio moghul (Delhi), hecho pedazos, por el “raj” (reino) británico tomó desde 1799 para llegar a esas fronteras. Al principio de la esa empresa, las tierras indias al este y sudeste (Pundyab, Sindh) estaban aún en poder de los sij, hostiles a Gran Bretaña, que había llegado a Delhi (1818) desde Bengala, vía el Ganges.

Pero los antiguos dominios de Ghazna (Kabul) eran otro cantar. Desde el siglo XVII, los imperios moghul (Delhi), persa (Isfahán) y uzbeko (Jiva) se disputaban Afganistán y Beluchistán –su vasallo sur, que llegaba al mar- desde adentro. En el siglo XVIII, el imperio ruso penetraba desde el norte y, en cien años, se apoderó de los feudos kadsajos, uzbekos, kirghizes y turcomanos. A partir de 1838, los contendientes por Kabul serán santa Petersburgo y Londres.

Hacia 1830, la férula británica había llegado a la frontera noroeste de India, donde perdió la primera guerra angloafgana (1838/57). Los dos siguientes, 1879/81 y 1919/23, fueron nuevos desastres. Entretanto, los rusos fracasaban en 1885, 1896 y 1907. El problema era simple: los montañeses de habla irania –mayoría-, turca y mongol viven en perfecta anarquía, pero se unen cada vez que alguna potencia externa no musulmana trata de domeñarlos. Sus reductos están entre montañas de 4.000 metros para arriba.

La invasión soviética de 1975 (coincidente con la evacuación norteamericana de Vietnam) fue un completo fiasco. Pero generó dos grupos, los talibán y al Qa’eda, armados y sostenidos por Estados Unidos y Saudiarabia. La actual intervención norteamericana sigue ese camino, con un agravante: las guerrillas afganas han hecho pie en Pakistán noroccidental (hoy en manos de un régimen en crisis) y los 37 aliados de EE.UU., empezando por Italia, no aguantarán mucho más.

Recientes, amargas palabras del primer comandante norteamericano en Irak reflejan otro aspecto del desastre. Este militar de obvio origen hispano no trepida en afirma que “Estados Unidos vive una pesadilla sin final a la vista. Tras más de cuatro años de guerra, continuamos sin una estrategia capaz de lograr victorias o, al menos, evitar una derrota lisa y llana. La nueva actitud turca dificulta aún más las cosas, en tanto Afganistán esin caos”.

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