En 1938, el alto mando británico concluyó que cien años de esfuerzos habían sido inútiles para retener Kabul, Kandahar y Herat, las principales plazas fuertes afganas. La aventura iniciada por Alexander Burnes (1831) desató la primera guerra angloafgana en 1838. Era en realidad un intento de asegurar la defensa de la frontera noroccidental india, exactamente la misma que separa hoy Pakistán de Afganistán y sirve de santuario a al-Qa’eda.
El lento y accidentado reemplazo de un imperio moghul (Delhi), hecho pedazos, por el naciente imperio británico tomó desde 1799 para llegar a esas fronteras. Las mismas que habían frustrado el sueño de Alejandro III de Macedonia, siglo IV antes de la era común. Al principio de la empresa afgana, las tierras indias al este y sudeste (Pundyab, Sindh) estaban aún en poder de los sij, hostiles a Gran Bretaña, que había llegado a Delhi desde Bengala, vía el Ganges, e intentará desde 1818 una maniobra de pìnzas marchando desde Bombay hacia el norte.
Pero los antiguos dominios de Ghazna (Kabul) eran otro cantar. Desde el siglo XVII, los imperios moghul (Delhi), persa (Isfahán) y uzbeko (Jiva) se disputaban Afganistán y Beluchistán –su vasallo al sur- desde adentro. En el siglo XVIII, el imperio ruso ya penetraba desde el norte y, en cien años, se apoderó de los feudos kadsajos, uzbekos, kirghizes y turcomanos. A partir de 1838, los contendientes por Kabul serán Petersburgo y Londres.
Hacia 1849, la férula británica había llegado a la frontera noroeste de India, donde perdió la primera guerra angloafgana (1838/57). Los dos siguientes, 1879/81 y 1919/23, fueron nuevos desastres. Entretanto, los rusos fracasaban en 1885, 1896 y 1907. El problema era simple: los montañeses de hablas irania –mayoría-, turca y mongol viven en perfecta anarquía, pero se unen cada vez que alguna potencia externa trata de domeñarlos.
La invasión soviética de 1975 (coincidente con la evacuación norteamericana de Vietnam) fue un completo fracaso. Pero generó dos grupos, los talibán y al Qa’eda, armados y sostenidos por Estados Unidos. La actual intervención norteamericana sigue ese camino, con un agravante: las guerrillas afganas han hecho pie en Pakistán noroccidental (aquella vieja frontera, hoy en manos de un régimen tambaleante) y los aliados de EE.UU. no aguantarán mucho tiempo más.
En 1938, el alto mando británico concluyó que cien años de esfuerzos habían sido inútiles para retener Kabul, Kandahar y Herat, las principales plazas fuertes afganas. La aventura iniciada por Alexander Burnes (1831) desató la primera guerra angloafgana en 1838. Era en realidad un intento de asegurar la defensa de la frontera noroccidental india, exactamente la misma que separa hoy Pakistán de Afganistán y sirve de santuario a al-Qa’eda.
El lento y accidentado reemplazo de un imperio moghul (Delhi), hecho pedazos, por el naciente imperio británico tomó desde 1799 para llegar a esas fronteras. Las mismas que habían frustrado el sueño de Alejandro III de Macedonia, siglo IV antes de la era común. Al principio de la empresa afgana, las tierras indias al este y sudeste (Pundyab, Sindh) estaban aún en poder de los sij, hostiles a Gran Bretaña, que había llegado a Delhi desde Bengala, vía el Ganges, e intentará desde 1818 una maniobra de pìnzas marchando desde Bombay hacia el norte.
Pero los antiguos dominios de Ghazna (Kabul) eran otro cantar. Desde el siglo XVII, los imperios moghul (Delhi), persa (Isfahán) y uzbeko (Jiva) se disputaban Afganistán y Beluchistán –su vasallo al sur- desde adentro. En el siglo XVIII, el imperio ruso ya penetraba desde el norte y, en cien años, se apoderó de los feudos kadsajos, uzbekos, kirghizes y turcomanos. A partir de 1838, los contendientes por Kabul serán Petersburgo y Londres.
Hacia 1849, la férula británica había llegado a la frontera noroeste de India, donde perdió la primera guerra angloafgana (1838/57). Los dos siguientes, 1879/81 y 1919/23, fueron nuevos desastres. Entretanto, los rusos fracasaban en 1885, 1896 y 1907. El problema era simple: los montañeses de hablas irania –mayoría-, turca y mongol viven en perfecta anarquía, pero se unen cada vez que alguna potencia externa trata de domeñarlos.
La invasión soviética de 1975 (coincidente con la evacuación norteamericana de Vietnam) fue un completo fracaso. Pero generó dos grupos, los talibán y al Qa’eda, armados y sostenidos por Estados Unidos. La actual intervención norteamericana sigue ese camino, con un agravante: las guerrillas afganas han hecho pie en Pakistán noroccidental (aquella vieja frontera, hoy en manos de un régimen tambaleante) y los aliados de EE.UU. no aguantarán mucho tiempo más.