<p>Según estimaciones a 2008, el país genera 70% de la heroína en el mundo. O sea, ha desalojado a Indochina. En esas tres regiones, un campo de cada tres está sembrado de amapolas, algo embarazoso para la Organización del Tratado Nortlántico y su componente dominante, Estados Unidos. Según otra fuente, Naciones Unidas, talibán y al-Qa’eda cobran un “oshch” (diezmo) a cultivadores, procesadores y otros intermediarios.<br />
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La firme oferta de opio y derivados ha hecho ceder el precio por kilo de US$ 121 (marzo de 2007) a 85 (enero último). Entretanto, el Pentágono tiene una lista de cincuenta traficantes mayoristas que se propone destruir. Pero ¿lo logrará antes de que el negocio penetre también en el noroeste pakistaní? <br />
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El contexto social no ayuda. En Afganistán, la expectativa de vida es de 42 años, 25% de la población sobrevive con un dólar diario, hay 75% de analfabetos y la mortalidad infantil llega a 165 sobre mil. Pero el país es un paraíso de opiáceas. En áreas controladas por el movimiento talibán, al-Qa’eda o señores de la guerra, los cultivos de amapolas van de mil a 12.500 hectáreas. El total bajo siembra a fin de 2008 se estimaba en algo más de 150.000 ha. Los derivados más comercializados son heroína, morfina, tebaína, noscapina y codeína; todos tienen viejos usos médicos.<br />
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Igual que la producción, el cultivo mundial está dominado por Afganistán (70%) y Birmania (21%, incluyendo el triángulo de oro indochino). Pero el rinde es superior en el primero, de ahí la brecha productiva. La segunda, en cambio, aporta la forma más refinada y cara de heroína, la H4 en gotas, que no se inyecta y presupone por ende menos riesgos de sida.<br />
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De acuerdo con la ONU, la producción afgana seguirá aumentado este año y superará el récord de 2006 (6.200 toneladas), ya 50% mayor que la cifra de 2005. “La economía del opio, particularmente al oeste y sudoeste, es más un problema de insurgencia que de narcotráfico”, sostiene Antonio Costa, director de la oficina contra la droga y el delito.<br />
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Esto sería cierto si la cultura del opio no se extendiese con complicidad o participación de caudillos étnicos y funcionarios del endeble gobierno instalado en Kabul. Así ocurrió antes en Colombia, donde la mezcla de guerrillas izquierdistas, paramilitares y corrupción gubernamental ha creado una economía triple: cocaína, marihuana y heroína. El papel desempeñado en Colombia por Estados Unidos les cabía hasta 1988 a la ex Unión Soviética y, nuevamente hoy, a EE.UU. Hay una diferencia: la intervención de al-Qa’eda, grupo creado por Washington contra Moscú en los años 70, ahora autónomo e internacional.<br />
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Pero, contra la idea de Costa, el mayor incentivo de los opiáceos es económico o comercial. Eso incluye la densa red de rutas exportadoras, que cruzan Asia central, Pakistán, India e Irán. También explica un proceso de difusión y abaratamiento de subproductos cada vez más puros, orientados a la exportación.</p>
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Afganistán, Pakistán, opio y malos momentos para la OTAN
Shindad, noroeste de Afganistán, es clave para el negocio. De ahí salen los ladrillitos que, vía Türkmenistán, alcanzan Europa occidental. Al sur, las provincias de Farah, Kandahar y Helmand -controladas por los talibanes- producen 85% del opio.