¿A qué juega Moyano?

El comportamiento político del líder de los camioneros es curioso. Pero no es nuevo: lleva más de un lustro. Y se enmarca en otro hábito aún más antiguo: trasladar a la CGT la interna del Partido Justicialista. Por Alejandro J. Lomuto*

24 febrero, 2000

Que la CGT haya dispuesto convocar a un paro general para el día número 77 de un nuevo gobierno resultó llamativo, sobre todo en épocas en que esa clase de protestas ha perdido casi toda posibilidad de sentido.

La década de los ’90 demostró que cada vez cuesta más encontrar justificación para una medida semejante y que son inexorablemente decrecientes tanto el nivel de adhesión popular como la probabilidad de influir sobre las decisiones que se cuestionan.

Por lo tanto, que la CGT haya vuelto sobre sus pasos y acordara dejar sin efecto la huelga, especialmente después de haber negociado –con algún éxito– con el gobierno los alcances de la reforma laboral, suena sensato.

Lo curioso, sin embargo, es que ello haya generado una división en la central obrera. No tanto porque la escisión sea el producto de la existencia de opiniones divergentes, lo cual, al fin y al cabo, es perfectamente válido dentro del juego de la democracia.

Sí, en cambio, porque quien encabeza el cisma es quien ya había sido designado para dirigir, dentro de muy poco, los destinos de la CGT. Se trata, como es notorio, de Hugo Moyano, el líder de los camioneros.

O acaso no deba sorprender, si fuera, como muchos interpretaron el miércoles, que la interna de la CGT no hace otra cosa que reflejar –como tantas veces durante los últimos 50 años– la interna del Partido Justicialista.

La interna justicialista

De hecho, el justicialismo se encuentra hoy dividido básicamente entre el menemismo ortodoxo y una corriente que muchos analistas comparan con lo que fue, en los ’80, la renovación peronista.

A despecho de la sensación térmica de la opinión pública, que hoy es en general favorable al gobierno, el menemismo –que controla el Consejo Nacional partidario– eligió el camino de la confrontación con el oficialismo, apostando a que la administración De la Rúa se desgaste rápidamente.

En ese caso, dentro de un año, cuando ya estén cerca las próximas elecciones legislativas, el menemismo podría exhibirse como el sector que mejor visualizó que las cosas no eran tan buenas como parecían. En otras palabras, como el mejor intérprete de la realidad.

Es comprensible: es casi la única posibilidad de supervivencia política que tiene el menemismo. Asestarle a la Alianza un golpe en las legislativas de 2001 lo pondrá en carrera para las presidenciales de 2003.

Al contrario, si la Alianza se consolidara en 2001, quedaría con grandes probabilidades de retener la Presidencia. Si sucediera esto último, para el menemismo sería la segunda derrota presidencial consecutiva. Y en 2007, Carlos Menem tendrá 77 años de edad.

Del otro lado, los renovadores –que controlan el Congreso Nacional del PJ– aspiran a hegemonizar la conducción partidaria y demostrar que la época del liderazgo de Menem ya pasó.

A diferencia del menemismo, sus principales referentes tienen responsabilidades públicas, ya que gobiernan varias de las principales provincias. Por lo tanto, para ganar espacio no sólo deben ser hábiles en el manejo del aparato partidario, sino también demostrar que son buenos gobernantes.

Ello no será posible sin un buen entendimiento con el gobierno nacional, dado el delicado estado de las finanzas provinciales. De allí que su principal preocupación no sea hoy diferenciarse del gobierno nacional sino del menemismo. Por otro lado, sus principales figuras son más jóvenes que Menem, por lo que la vida política no se les agota en 2003.

La interna de Moyano

A ese contexto partidario no parece resultar ajeno Moyano. Para comprenderlo mejor vale la pena revisar rápidamente su historia reciente.

En 1994, dos años después de la última reunificación de la CGT, lideró junto a Juan Manuel Palacios (de la UTA, el sindicato de los choferes de colectivos) la formación del Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA), un nucleamiento que agrupó a otros sindicatos pero que jamás aspiró a convertirse en una central obrera independiente, como sí lo hizo la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) que dirige el estatal Víctor De Gennaro.

Desde entonces, el MTA se alejó temporariamente de la CGT en más de una oportunidad. Incluso, alguna vez llegó a coquetear con la CTA. Y para las elecciones presidenciales de 1995 apoyó al Frepaso.

Los encontronazos más fuertes tuvieron lugar hacia fines de 1996, cuando militantes de la CGT y el MTA se enfrentaron a tiros en Ezeiza, en septiembre, y protagonizaron violentos disturbios en una marcha a la Aduana, en noviembre.

Entonces, el secretario general de la CGT era el líder de los obreros de la construcción, Gerardo Martínez, a quien el tiroteo de sus seguidores contra los de Moyano le costó el puesto. Hoy, Martínez está encolumnado detrás de Moyano.

En aquella época, en los corrillos políticos era vox populi –aunque siempre off the record– que los zigzagueantes movimientos de Moyano y Palacios eran alentados por el gobierno de Menem para impedir la hegemonía del Grupo de los 15, que nucleaba informalmente a los verdaderos pesos pesados del sindicalismo.

La maniobra era atribuida al entonces secretario de Inteligencia del Estado, Hugo Anzorreguy, quien años atrás había sido abogado de la UTA, el sindicato de Palacios.

El final del episodio de la CGT está abierto. Como queda visto, en estos casos conocer la historia no necesariamente torna previsibles las conductas de los protagonistas. Si efectivamente se formalizara la fractura, no será la primera. Y, acaso, tampoco la última.

* El autor es secretario general de redacción de MERCADO.

Que la CGT haya dispuesto convocar a un paro general para el día número 77 de un nuevo gobierno resultó llamativo, sobre todo en épocas en que esa clase de protestas ha perdido casi toda posibilidad de sentido.

La década de los ’90 demostró que cada vez cuesta más encontrar justificación para una medida semejante y que son inexorablemente decrecientes tanto el nivel de adhesión popular como la probabilidad de influir sobre las decisiones que se cuestionan.

Por lo tanto, que la CGT haya vuelto sobre sus pasos y acordara dejar sin efecto la huelga, especialmente después de haber negociado –con algún éxito– con el gobierno los alcances de la reforma laboral, suena sensato.

Lo curioso, sin embargo, es que ello haya generado una división en la central obrera. No tanto porque la escisión sea el producto de la existencia de opiniones divergentes, lo cual, al fin y al cabo, es perfectamente válido dentro del juego de la democracia.

Sí, en cambio, porque quien encabeza el cisma es quien ya había sido designado para dirigir, dentro de muy poco, los destinos de la CGT. Se trata, como es notorio, de Hugo Moyano, el líder de los camioneros.

O acaso no deba sorprender, si fuera, como muchos interpretaron el miércoles, que la interna de la CGT no hace otra cosa que reflejar –como tantas veces durante los últimos 50 años– la interna del Partido Justicialista.

La interna justicialista

De hecho, el justicialismo se encuentra hoy dividido básicamente entre el menemismo ortodoxo y una corriente que muchos analistas comparan con lo que fue, en los ’80, la renovación peronista.

A despecho de la sensación térmica de la opinión pública, que hoy es en general favorable al gobierno, el menemismo –que controla el Consejo Nacional partidario– eligió el camino de la confrontación con el oficialismo, apostando a que la administración De la Rúa se desgaste rápidamente.

En ese caso, dentro de un año, cuando ya estén cerca las próximas elecciones legislativas, el menemismo podría exhibirse como el sector que mejor visualizó que las cosas no eran tan buenas como parecían. En otras palabras, como el mejor intérprete de la realidad.

Es comprensible: es casi la única posibilidad de supervivencia política que tiene el menemismo. Asestarle a la Alianza un golpe en las legislativas de 2001 lo pondrá en carrera para las presidenciales de 2003.

Al contrario, si la Alianza se consolidara en 2001, quedaría con grandes probabilidades de retener la Presidencia. Si sucediera esto último, para el menemismo sería la segunda derrota presidencial consecutiva. Y en 2007, Carlos Menem tendrá 77 años de edad.

Del otro lado, los renovadores –que controlan el Congreso Nacional del PJ– aspiran a hegemonizar la conducción partidaria y demostrar que la época del liderazgo de Menem ya pasó.

A diferencia del menemismo, sus principales referentes tienen responsabilidades públicas, ya que gobiernan varias de las principales provincias. Por lo tanto, para ganar espacio no sólo deben ser hábiles en el manejo del aparato partidario, sino también demostrar que son buenos gobernantes.

Ello no será posible sin un buen entendimiento con el gobierno nacional, dado el delicado estado de las finanzas provinciales. De allí que su principal preocupación no sea hoy diferenciarse del gobierno nacional sino del menemismo. Por otro lado, sus principales figuras son más jóvenes que Menem, por lo que la vida política no se les agota en 2003.

La interna de Moyano

A ese contexto partidario no parece resultar ajeno Moyano. Para comprenderlo mejor vale la pena revisar rápidamente su historia reciente.

En 1994, dos años después de la última reunificación de la CGT, lideró junto a Juan Manuel Palacios (de la UTA, el sindicato de los choferes de colectivos) la formación del Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA), un nucleamiento que agrupó a otros sindicatos pero que jamás aspiró a convertirse en una central obrera independiente, como sí lo hizo la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) que dirige el estatal Víctor De Gennaro.

Desde entonces, el MTA se alejó temporariamente de la CGT en más de una oportunidad. Incluso, alguna vez llegó a coquetear con la CTA. Y para las elecciones presidenciales de 1995 apoyó al Frepaso.

Los encontronazos más fuertes tuvieron lugar hacia fines de 1996, cuando militantes de la CGT y el MTA se enfrentaron a tiros en Ezeiza, en septiembre, y protagonizaron violentos disturbios en una marcha a la Aduana, en noviembre.

Entonces, el secretario general de la CGT era el líder de los obreros de la construcción, Gerardo Martínez, a quien el tiroteo de sus seguidores contra los de Moyano le costó el puesto. Hoy, Martínez está encolumnado detrás de Moyano.

En aquella época, en los corrillos políticos era vox populi –aunque siempre off the record– que los zigzagueantes movimientos de Moyano y Palacios eran alentados por el gobierno de Menem para impedir la hegemonía del Grupo de los 15, que nucleaba informalmente a los verdaderos pesos pesados del sindicalismo.

La maniobra era atribuida al entonces secretario de Inteligencia del Estado, Hugo Anzorreguy, quien años atrás había sido abogado de la UTA, el sindicato de Palacios.

El final del episodio de la CGT está abierto. Como queda visto, en estos casos conocer la historia no necesariamente torna previsibles las conductas de los protagonistas. Si efectivamente se formalizara la fractura, no será la primera. Y, acaso, tampoco la última.

* El autor es secretario general de redacción de MERCADO.

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