2005, el año cuando cayó el proceso constitucional UE

Ocurrió entre el 7 y el 9 de julio, tras varias reuniones ministeriales donde circuló toda clase de propuestas. También primó el pesimismo en cuanto al proceso y futuros ingresos a la UE. Especialmente, los de Turquía, Rumania y Bulgaria.

20 diciembre, 2005

Varios políticos italianos secundaron a Roberto Maroni, ministro de Trabajo y acción social. Con notable imprudencia, propuso el sábado 8 llamar a referendo para ver si se sigue en el euro o se vuelve a la lira. Eso dejaría a Italia fuera de acuerdos como el de estabilidad fiscal, que viene transgrediendo desde 2004 junto con Alemania y Francia.

El dirigente pertenece a la Liga norte, el grupo más separatista de la coalición de derechas que aún sostiene al desprestigiado Silvio Berlusconi, tras varios desastres electorales o, en el último tramo del año, una ola de escándalos bancarios y empresarios. “Después de todo, la Eurozona es una ficción, con países privilegiados y todo. Por ejemplo, España defiende la disciplina fiscal, pero no dice que –desde su incorporación- ha percibido de Bruselas cuantiosos subsidios, pues es una economía aún retrasada”.

Maroni no se detuvo ahí. Comparando la situación italiana con la padecida en Argentina durante 2002, sostuvo: “Como ese país, debemos cambiar de orientación, apartarnos del Banco Central Europeo y su receta regresiva, defender en serio las industrias locales y recobrar el control de las políticas monetaria –tasas- y cambiaria”.Más o menos, lo que siempre hizo Gran Bretaña, que nunca adhirió al euro.

Naturalmente, Gianfranco Fini –canciller, jefe de la liga e incondicional de Berlusconi- restó entidad a “esas ideas personales”. Llamó la atención que un europeísta como Luca Montezemolo (Fiat, Confindustria) no abriera la boca. Pero, entretanto, encuestas publicadas en Alemania y Francia indicaban que ambos públicos también preferirían el retorno del marco (56%, según “Stern”) y del franco (60%, según “Sud-Ouest”). Hacia octubre, nuevos sondeos confirmaban esa postura de la gente común.

En el caso germano, hubo otros síntomas poco gratos al euro. Mese antes de las elecciones generales, Hans Eichel, entonces titular de Hacienda –muy ligado a la especulación financiera-, y el ortodoxo presidente del Bundesbank, Axel Weber, también analizaron los riesgos de que se rompiera la Eurozona. De inmediato, el Deutsche Bank y otros grandes bancos comerciales salieron a defender la moneda común, acaudillados por Theo Waigel, antecesor de Eichel.

El clima se puso más denso cuando el semanario “Sunday Tines” citó pronósticos de un fuerte agente bursátil londinense. Charles Sutherland anticipaba, en efecto, que “por lo menos un país abandonará el euro antes de 2007” (todos pensaron en Italia) y, además “hacia 2020 la moneda común habrá desaparecido”. Al respecto, un colega del operador esgrime un argumento atendible: “en la nueva Unión Europea, trece de los veinticinco miembros no adhieren a la moneda común y es muy factible que, en un futuro previsible, Gran Bretaña ni siquiera continúe en la UE”.

Tras el fracaso constitucional, algunos gobiernos piensan que, dejando de lado la suerte del euro (técnicamente, no está en peligro), lo sensato sería poner en la congeladora por dos años el malhadado proyecto de tratado. Eso pospondría automáticamente nuevos ingresos y, por el momento, enfriaría el problema turco.

También dejaría las manos libres para derogar o modificar el pacto fiscal de 1996, cada vez más utópico y políticamente revulsivo. Al respecto, no se descarta modificar la carta del BCE y desplazar a Jean-Claude Trichet (una idea de Nicolas Sarzoky, ministro francés de Interior). Este conjunto nada fácil de problemas le cayó entre manos a Tony Blair, que asumió en julio la presidencia rotativa de la UE. Pero el “premier” británico todavía no logra imponers sus austeras recetas para el presupuesto comunitario de 2007-13.

En aquel conflictivo julio, la decisión de congelar el plebiscito británico, mientras todos los sondeos daban un NO superior a 70%, significó la virtual interrupción del accidentado proceso constitucional. También puso en tela de juicio futuros ingresos a la Unión Europea, pues –en parte- el fracaso de la consulta se relaciona con la prematura entrada de diez países, entre los cuales sólo tres son más o menos industriales.

Varios políticos italianos secundaron a Roberto Maroni, ministro de Trabajo y acción social. Con notable imprudencia, propuso el sábado 8 llamar a referendo para ver si se sigue en el euro o se vuelve a la lira. Eso dejaría a Italia fuera de acuerdos como el de estabilidad fiscal, que viene transgrediendo desde 2004 junto con Alemania y Francia.

El dirigente pertenece a la Liga norte, el grupo más separatista de la coalición de derechas que aún sostiene al desprestigiado Silvio Berlusconi, tras varios desastres electorales o, en el último tramo del año, una ola de escándalos bancarios y empresarios. “Después de todo, la Eurozona es una ficción, con países privilegiados y todo. Por ejemplo, España defiende la disciplina fiscal, pero no dice que –desde su incorporación- ha percibido de Bruselas cuantiosos subsidios, pues es una economía aún retrasada”.

Maroni no se detuvo ahí. Comparando la situación italiana con la padecida en Argentina durante 2002, sostuvo: “Como ese país, debemos cambiar de orientación, apartarnos del Banco Central Europeo y su receta regresiva, defender en serio las industrias locales y recobrar el control de las políticas monetaria –tasas- y cambiaria”.Más o menos, lo que siempre hizo Gran Bretaña, que nunca adhirió al euro.

Naturalmente, Gianfranco Fini –canciller, jefe de la liga e incondicional de Berlusconi- restó entidad a “esas ideas personales”. Llamó la atención que un europeísta como Luca Montezemolo (Fiat, Confindustria) no abriera la boca. Pero, entretanto, encuestas publicadas en Alemania y Francia indicaban que ambos públicos también preferirían el retorno del marco (56%, según “Stern”) y del franco (60%, según “Sud-Ouest”). Hacia octubre, nuevos sondeos confirmaban esa postura de la gente común.

En el caso germano, hubo otros síntomas poco gratos al euro. Mese antes de las elecciones generales, Hans Eichel, entonces titular de Hacienda –muy ligado a la especulación financiera-, y el ortodoxo presidente del Bundesbank, Axel Weber, también analizaron los riesgos de que se rompiera la Eurozona. De inmediato, el Deutsche Bank y otros grandes bancos comerciales salieron a defender la moneda común, acaudillados por Theo Waigel, antecesor de Eichel.

El clima se puso más denso cuando el semanario “Sunday Tines” citó pronósticos de un fuerte agente bursátil londinense. Charles Sutherland anticipaba, en efecto, que “por lo menos un país abandonará el euro antes de 2007” (todos pensaron en Italia) y, además “hacia 2020 la moneda común habrá desaparecido”. Al respecto, un colega del operador esgrime un argumento atendible: “en la nueva Unión Europea, trece de los veinticinco miembros no adhieren a la moneda común y es muy factible que, en un futuro previsible, Gran Bretaña ni siquiera continúe en la UE”.

Tras el fracaso constitucional, algunos gobiernos piensan que, dejando de lado la suerte del euro (técnicamente, no está en peligro), lo sensato sería poner en la congeladora por dos años el malhadado proyecto de tratado. Eso pospondría automáticamente nuevos ingresos y, por el momento, enfriaría el problema turco.

También dejaría las manos libres para derogar o modificar el pacto fiscal de 1996, cada vez más utópico y políticamente revulsivo. Al respecto, no se descarta modificar la carta del BCE y desplazar a Jean-Claude Trichet (una idea de Nicolas Sarzoky, ministro francés de Interior). Este conjunto nada fácil de problemas le cayó entre manos a Tony Blair, que asumió en julio la presidencia rotativa de la UE. Pero el “premier” británico todavía no logra imponers sus austeras recetas para el presupuesto comunitario de 2007-13.

En aquel conflictivo julio, la decisión de congelar el plebiscito británico, mientras todos los sondeos daban un NO superior a 70%, significó la virtual interrupción del accidentado proceso constitucional. También puso en tela de juicio futuros ingresos a la Unión Europea, pues –en parte- el fracaso de la consulta se relaciona con la prematura entrada de diez países, entre los cuales sólo tres son más o menos industriales.

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