Chen Zhongrui fue el primero en salir. Desde el módulo Wentian, se impulsó hacia la punta del brazo robótico de la estación. Lo acompañaba, desde el interior, el comandante Chen Dong, quien más tarde se uniría a la actividad extravehicular. Un tercer tripulante, Wang Jie, supervisaba los sistemas desde el centro de control interno.
La caminata duró poco más de seis horas. En ese tiempo, los astronautas instalaron escudos protectores contra desechos espaciales —el enemigo invisible que orbita a más de 28.000 km/h— y ajustaron nuevos adaptadores para operaciones futuras. La eficiencia no era un objetivo abstracto: cada minuto ahorrado fuera de la estación reduce riesgos y amplía márgenes de operación.
En esta oportunidad, los ingenieros habían logrado simplificar el sistema del brazo robótico. Antes, los astronautas debían ensamblar manualmente plataformas y sujeciones antes de cada misión externa. Ahora, los nuevos adaptadores automatizados prometen reducir en un 40 % el tiempo necesario para preparar una EVA. Es decir, más trabajo en menos tiempo y con menor exposición.
No era la primera caminata de la misión. Semanas antes, la misma dupla había salido al exterior desde el módulo Tianhe. En ambas ocasiones, instalaron blindajes y probaron componentes clave de la arquitectura modular de Tiangong, una estación diseñada para permanecer activa en órbita durante al menos una década.
Chen Zhongrui, ex piloto de la fuerza aérea y debutante en el espacio, avanzó con precisión milimétrica sobre la estructura metálica. Chen Dong, veterano de vuelos anteriores, coordinaba con él los movimientos desde el extremo opuesto. A cada paso —o impulso—, consolidaban una arquitectura que China ha construido en silencio, sin alardes, pero con constancia.
La caminata concluyó con éxito. No hubo emergencias ni imprevistos. Las imágenes, difundidas más tarde por la televisión estatal, mostraban la serenidad de quienes operan sobre el abismo con entrenamiento y convicción.
Lo que comenzó como una demostración tecnológica se ha convertido en rutina. Y en el espacio, la rutina es sinónimo de madurez.
Una afirmación en la órbita baja
La existencia misma de Tiangong es un dato político. Desde que Estados Unidos vetó a China del programa de la Estación Espacial Internacional, Beijing optó por construir su propia vía: independiente, sostenible, autónoma. Tiangong no busca reemplazar a la ISS; busca coexistir como testimonio de que el acceso al espacio ya no es monopolio de Occidente.
Cada caminata, cada módulo añadido, cada maniobra en microgravedad reafirma una tesis geopolítica: China no solo participa del siglo XXI, sino que pretende estructurarlo. En la nueva carrera espacial —menos vistosa que la del siglo XX, pero acaso más decisiva—, el dominio de la órbita terrestre baja equivale al dominio de una plataforma estratégica desde la cual se proyectan poder, ciencia, y diplomacia.
Lo que está en juego no es solo la instalación de equipos, sino la legitimidad de una arquitectura global multipolar. La rutina técnica que exhibe Tiangong es también una afirmación política: China no se integra a reglas ajenas, las reescribe desde la órbita.