Starlink transita una transformación relevante: deja de ser solo un proveedor de acceso a internet satelital (ISP) para avanzar hacia una figura cercana a la de operador móvil satelital (MNO). La apuesta se apoya en la tecnología Direct to Cell —que conecta teléfonos 4G convencionales con satélites en órbita baja— y en acuerdos con empresas de telefonía móvil en América, Europa y Asia. El cambio altera el modo en que las telecomunicaciones integran la capacidad satelital dentro de sus redes.
De la banda ancha fija al celular
En su primera etapa, Starlink se posicionó como un servicio de banda ancha satelital para hogares, pymes y usuarios corporativos en zonas rurales o con mala infraestructura terrestre. Vendía kits de usuario y abonos mensuales, en paralelo a las redes fijas y móviles tradicionales. En varios mercados, la compañía compitió con las telefónicas en el segmento de acceso a internet.
La introducción de Direct to Cell modifica este enfoque. En lugar de ofrecer un servicio “por fuera” del ecosistema móvil, la compañía firma acuerdos de cooperación con operadores como T-Mobile en Estados Unidos, Rogers en Canadá, compañías en Japón, Australia, Europa y socios en América Latina. El usuario conserva su número, su plan y su interfaz habitual; la constelación de satélites se integra como una extensión de la red móvil.
En la práctica, el teléfono se conecta a la red satelital cuando no encuentra señal terrestre. Al comienzo, la oferta se concentra en mensajería de texto y aplicaciones de baja demanda de datos. El objetivo declarado es cerrar las “zonas muertas” de cobertura, tanto en áreas rurales como en corredores logísticos o espacios marítimos.
El modelo de roaming satelital
Con este esquema, Starlink deja de limitarse a la venta directa de conectividad. La compañía administra una red compatible con estándares celulares, que se conecta con múltiples operadores móviles y ofrece una capa adicional de acceso. La lógica se acerca a la de un modelo de roaming global, pero desde el espacio.
Para las empresas de telecomunicaciones, la propuesta funciona como una forma de ampliar cobertura sin desplegar nuevas torres en zonas de baja densidad poblacional. La inversión principal recae en la constelación y en los acuerdos mayoristas. El operador móvil continúa al frente de la relación comercial con el cliente y conserva la gestión del servicio, mientras la infraestructura satelital se incorpora como insumo de red.
Este enfoque presenta una diferencia importante frente al esquema original de Starlink como ISP satelital de consumo masivo. En lugar de competir por el mismo usuario final, la compañía se integra al negocio de las telcos como proveedor estratégico de cobertura y resiliencia, con ingresos recurrentes atados a contratos de largo plazo.
Regulación, competencia y tensiones emergentes
El giro hacia un rol de operador móvil satelital abre oportunidades, pero también tensiones. Por un lado, la integración de satélites y redes móviles promete mejoras en cobertura, redundancia ante desastres naturales y continuidad de servicio en entornos críticos, incluidas operaciones de emergencia, minería, energía y transporte.
Por otro lado, surgen interrogantes regulatorios y competitivos. La convergencia entre espectro móvil, órbita baja y licencias nacionales de telecomunicaciones obliga a revisar normas sobre uso de frecuencias, interferencias y obligaciones de servicio. Los reguladores deben definir si el componente satelital se considera parte de la red móvil existente o una capa independiente, y cómo se fiscaliza esa integración.
Además, Starlink no es la única compañía que explora la conectividad directa al dispositivo. Proyectos como AST SpaceMobile y otros acuerdos entre operadores móviles y constelaciones alternativas buscan soluciones similares. Ese escenario anticipa un mercado más disputado, en el que la combinación de escala en órbita, acuerdos comerciales y respuesta regulatoria será decisiva.
Lo que se juega en América Latina
América Latina aparece como un terreno de prueba particularmente relevante. La región exhibe brechas de cobertura significativas, extensos territorios con baja densidad poblacional y alta dependencia de servicios móviles de calidad irregular. En ese contexto, un operador satelital asociado a las telcos puede acelerar la expansión de conectividad sin inversiones masivas en infraestructura terrestre.
Los primeros anuncios de pruebas Direct to Device en países de la región apuntan en esa dirección. Los gobiernos observan el potencial para llevar servicios básicos a comunidades aisladas y reforzar la conectividad en situaciones de emergencia. Al mismo tiempo, evalúan los riesgos de concentración de poder en pocos proveedores globales y la posible dependencia tecnológica de constelaciones controladas desde el exterior.
Las definiciones clave pasarán por el diseño de los contratos entre satélite y telcos, la distribución de ingresos, el tratamiento de la portabilidad numérica, las obligaciones de calidad de servicio y los criterios de competencia. También por la capacidad de los reguladores de coordinar políticas de espectro y de supervisar un ecosistema donde la frontera entre red terrestre y red satelital se vuelve difusa.
El movimiento estratégico de Starlink desde ISP hacia operador móvil satelital no es un ajuste táctico, sino un cambio de escala. Para las empresas de telecomunicaciones y para los reguladores, el desafío ya no consiste en elegir entre fibra óptica, torres o satélites, sino en integrar esas capas de infraestructura en un sistema coherente, que preserve la competencia y mantenga incentivos a la inversión de largo plazo. En esa transición se juega una parte central de la próxima etapa de la conectividad global.












