Peter Beck, ingeniero neozelandés y fundador de Rocket Lab, escribió una columna de opinión en SpaceNews titulada “The Mars Moment: Why Now Is the Time to Build the Future”, en la que plantea una idea central: la humanidad se encuentra en un punto de inflexión. El espacio —y en particular Marte— dejará de ser un territorio de exploraciones aisladas para convertirse en un ámbito de presencia continua. Esa transición, sostiene, dependerá de una decisión política: invertir ahora en la infraestructura que hará posible la permanencia humana fuera de la Tierra.
De la exploración al asentamiento
Durante décadas, la carrera espacial estuvo dominada por misiones breves: aterrizar, explorar y regresar. Beck subraya que el nuevo paradigma —representado por el programa Artemis de la NASA— busca transformar esa lógica. La Luna funcionará como banco de pruebas de tecnologías y sistemas que, en última instancia, permitirán a los astronautas operar en Marte por períodos prolongados.
El empresario explica que esa estrategia requiere una arquitectura completa de soporte, y que su piedra angular es el Mars Telecommunications Orbiter (MTO): una red de comunicaciones que reemplace al actual conjunto de sondas científicas reutilizadas como repetidoras. Sin un sistema confiable y de alta capacidad, advierte, las futuras misiones a Marte correrán riesgos de aislamiento operativo, menor retorno de datos y mayores probabilidades de emergencia para las tripulaciones.
Un proyecto ya en la agenda estadounidense
El plan no es hipotético. En su discurso inaugural, el presidente Donald Trump prometió que Estados Unidos plantaría su bandera en Marte, y esa visión se tradujo en política pública. El presupuesto de la NASA para el año fiscal 2026 asigna más de US$ 1.000 millones a programas de preparación marciana: desde la entrega comercial de cargas útiles hasta demostraciones de aterrizaje de gran escala y la creación de un relé de comunicaciones permanente.
Beck celebra que el MTO haya sido incorporado a la legislación a través del One Big Beautiful Bill Act, interpretándolo como el primer paso concreto hacia una presencia sostenible en el planeta rojo. Pero advierte que el desafío no es técnico sino político: “El riesgo no es que no pueda construirse —escribe— sino que no se le otorgue prioridad”.
La propuesta de Rocket Lab
Rocket Lab, compañía conocida por su lanzador Electron y por su expansión en misiones interplanetarias, fue una de las primeras en ofrecer una solución concreta. En 2024 presentó un diseño de orbitador de comunicaciones para Marte, anticipando la necesidad de un sistema dedicado mucho antes de que la NASA formalizara el programa.
El modelo propuesto se basa en plataformas ya probadas en vuelo, lo que reduce los tiempos de desarrollo y permite actualizaciones periódicas. Además, la empresa propone un contrato a precio fijo, con lo cual busca ofrecer previsibilidad de costos y mayor agilidad frente al esquema tradicional de contratación gubernamental.
Infraestructura como liderazgo
Beck enmarca la discusión en una lógica estratégica: quien controle las infraestructuras críticas del espacio profundo controlará el futuro de la exploración humana. Así como los cables submarinos y los satélites geoestacionarios definieron el liderazgo tecnológico del siglo XX, la red marciana definirá el del XXI.
La diferencia, sostiene, está en el enfoque. Mientras que los programas espaciales del pasado se movían por objetivos simbólicos —llegar primero, plantar una bandera—, la nueva etapa estará marcada por la capacidad de permanecer y operar de manera sostenible. En ese contexto, la infraestructura digital y logística será más determinante que los cohetes.
Una visión compartida
El texto cierra con un llamado a la acción. “Cuando el primer ser humano pise el suelo marciano —escribe Beck—, el MTO garantizará que ese momento no sea un hecho aislado, sino una experiencia compartida en tiempo real con la Tierra”.
Para el fundador de Rocket Lab, se trata de una misión que trasciende lo empresarial. Es, en sus palabras, “una de esas raras ocasiones en que la ingeniería, la política y la inspiración convergen para construir algo que realmente importa”.
En el trasfondo de su argumento se advierte una convicción: el liderazgo en el espacio profundo no se medirá por la velocidad de los lanzamientos, sino por la solidez de los sistemas que los sostienen. Y, si la humanidad decide construirlos, el “momento de Marte” podría comenzar ahora












