El cielo nocturno se ha convertido en un escenario dinámico, donde el brillo fugaz de un satélite no siempre anuncia el comienzo de una misión, sino muchas veces su final. Los satélites de Starlink, desplegados por SpaceX para brindar conectividad global, viven —y mueren— a gran velocidad. Cada día, entre uno y cuatro reingresan a la atmósfera, desintegrándose casi por completo antes de tocar tierra.
El fenómeno no es accidental. A unos 550 kilómetros de altura, donde orbita la red de Starlink, todavía existe una leve fricción con las partículas de la atmósfera. Esa resistencia, imperceptible pero constante, va frenando a los satélites y reduciendo lentamente su altitud. Durante los picos de actividad solar, esa fricción se multiplica: la atmósfera se expande, aumenta la densidad del aire y acelera la caída. En 2022, una tormenta geomagnética provocó la pérdida inmediata de 38 satélites recién lanzados.
Desorbitación controlada
A diferencia de otras constelaciones, SpaceX no deja el proceso librado al azar. Cada unidad está equipada con propulsores iónicos alimentados con kriptón, que permiten modificar la trayectoria y ejecutar una desorbitación controlada. Cuando un satélite muestra fallas o alcanza el final de su vida útil, se programa un descenso paulatino hasta unos 300 kilómetros, donde la atmósfera se encarga del resto.
Más del 95 % del material se desintegra al reingresar entre los 80 y 100 kilómetros de altitud. Solo una mínima fracción metálica puede alcanzar la superficie. La empresa sostiene que todos los satélites cumplen con las normas internacionales de mitigación de desechos espaciales y que el tiempo promedio entre el final de la misión y la reentrada no supera un año.
Renovación constante
La alta tasa de reingresos refleja también la velocidad de renovación tecnológica del sistema. Con más de 6.000 satélites operativos, SpaceX reemplaza continuamente modelos obsoletos por versiones mejoradas, equipadas con enlaces láser y mayor capacidad de transmisión. La estrategia responde a la necesidad de mantener competitividad y eficiencia, pero también a evitar la saturación orbital.
En paralelo, la compañía aprovecha cada lanzamiento para ajustar su infraestructura en órbita. Los satélites que presentan anomalías son retirados de forma preventiva. Los lotes nuevos ocupan las posiciones liberadas, garantizando la cobertura global sin interrupciones.
Impacto ambiental y desafíos futuros
La política de renovación rápida no está exenta de cuestionamientos. Investigadores advierten que las reentradas masivas liberan partículas de aluminio y óxidos metálicos que podrían alterar la composición de la mesosfera. Además, el constante flujo de objetos en órbita baja aumenta el riesgo de colisiones y complica la labor de observatorios astronómicos.
SpaceX defiende su modelo como un estándar de responsabilidad. “El diseño de Starlink minimiza el riesgo de basura espacial y permite la sustitución continua de unidades, garantizando seguridad y sostenibilidad”, señaló la compañía en un comunicado reciente.
El equilibrio entre expansión tecnológica y preservación ambiental es, por ahora, un desafío abierto. En los próximos años, con el despliegue de la nueva generación Starlink V3 y la irrupción de competidores como Amazon Kuiper y OneWeb, la carrera por el espacio cercano seguirá escribiendo su historia a miles de kilómetros sobre la Tierra —y en los segundos que tardan los satélites en arder al regresar.












