viernes, 5 de diciembre de 2025

¿Hasta dónde llegarán los planes rusos para una constelación LEO de banda ancha?

Rusia acelera su proyecto satelital para ofrecer internet global y se suma a la competencia tecnológica que ya enfrentan Estados Unidos, China, Canadá, Reino Unido y la Unión Europea. La geopolítica del espacio se redefine con la aspiración de Moscú de no quedar rezagada en un mercado estratégico.

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El director de Roscosmos, Dmitri Bakanov, aseguró la semana pasada que Rusia avanza “a pasos rápidos” en el desarrollo de una constelación de satélites de órbita baja destinada a brindar servicios de internet de banda ancha. El anuncio confirma que Moscú busca posicionarse en un terreno dominado por empresas privadas y agencias estatales de Occidente y Asia, donde la capacidad de desplegar redes satelitales equivale a tener soberanía digital y autonomía estratégica.

Una promesa ambiciosa

Según Bakanov, el programa contempla dos etapas: una inicial de unos 300 satélites y una posterior que elevaría la cifra a 900. El proyecto está a cargo de Bureau 1440, empresa privada que opera bajo la supervisión de Roscosmos. Se trata de un objetivo ambicioso, considerando que los prototipos apenas han superado sus primeras pruebas en órbita y que la fabricación en serie se prevé recién para 2027.

La pregunta que surge es si Rusia dispone de la capacidad tecnológica, industrial y financiera para sostener un despliegue de esa magnitud en un contexto de sanciones internacionales, dificultades presupuestarias y aislamiento de cadenas de suministro críticas.

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Estados Unidos y la vara de Starlink

La comparación inevitable es con SpaceX, la compañía estadounidense que ha desplegado más de 6.000 satélites Starlink y que presta servicio comercial en más de 100 países. A diferencia del esquema ruso, el proyecto de Elon Musk ha contado con una combinación de capital privado y contratos gubernamentales, especialmente con el Pentágono, lo que garantiza tanto financiación como demanda.

El modelo estadounidense, además, se apoya en un ecosistema tecnológico robusto, con acceso a componentes, lanzadores reutilizables y un mercado abierto. Para Moscú, replicar ese ritmo luce difícil sin socios internacionales ni una base industrial comparable.

China y la constelación 

Por su parte, China avanza con Spacesail (también conocida como Qianfan), una red de miles de satélites que opera bajo control estatal y que se concibe como parte de la estrategia de “soberanía digital” de Pekín. El plan chino tiene un fuerte respaldo financiero y se articula con empresas tecnológicas nacionales, lo que permite acelerar la fabricación y garantizar la integración con infraestructuras terrestres propias.

El desafío ruso es distinto: debe compensar limitaciones de capital y de escala productiva con una apuesta más gradual, aunque igualmente estratégica. Desde la perspectiva de Moscú, no contar con una red satelital propia implicaría quedar subordinado a proveedores extranjeros en un área crítica de la seguridad nacional.

Canadá, Reino Unido y Europa: alianzas híbridas

Otros actores intermedios también se mueven con rapidez. Canadá, a través de Telesat Lightspeed, impulsa una constelación de órbita baja orientada a clientes corporativos y gobiernos, aunque con retrasos financieros que han demorado su implementación.

El Reino Unido, tras el Brexit, apostó por OneWeb, ahora fusionada con la europea Eutelsat, para consolidar un actor regional capaz de disputar mercado a Starlink. El consorcio europeo, además, ha anunciado la creación de IRIS², una constelación propia que busca asegurar conectividad segura para los países de la Unión Europea.

En conjunto, estas iniciativas muestran que el control de la infraestructura satelital se percibe como un activo estratégico en el siglo XXI, al mismo nivel que la energía o los recursos naturales.

La mirada geopolítica rusa

En este contexto, el anuncio de Roscosmos debe leerse como una declaración política además de tecnológica. Para el Kremlin, desarrollar una red de internet satelital no solo es un negocio de telecomunicaciones, sino un instrumento de soberanía frente a Occidente.

La guerra en Ucrania demostró la relevancia estratégica de estas constelaciones: Starlink se convirtió en una herramienta militar y logística de gran impacto, lo que reforzó la percepción en Moscú de que depender de actores extranjeros implica un riesgo inaceptable.

Desde esa óptica, el proyecto ruso puede entenderse como un intento de reducir vulnerabilidades, garantizar acceso a comunicaciones seguras y proyectar influencia sobre países aliados que podrían suscribirse al sistema.

Interrogantes abiertos

Quedan dudas fundamentales. ¿Podrá Rusia sostener la inversión necesaria en un escenario de sanciones y restricciones tecnológicas? ¿Logrará desplegar cientos de satélites en un plazo competitivo frente a Estados Unidos y China? ¿O el proyecto quedará limitado a un esfuerzo más simbólico que funcional?

Lo cierto es que la declaración oficial de Roscosmos marca una dirección clara: Moscú no quiere quedar fuera de la nueva carrera por el dominio digital del espacio. En esa competencia, el poder no solo se mide en cohetes y satélites, sino en la capacidad de articular industria, financiamiento y geopolítica.

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