Amazon decidió pisar el acelerador en su proyecto de conectividad satelital global. Lo hizo con una inversión de 139,5 millones de dólares en el Centro Espacial Kennedy (Florida), destinada a montar su propia infraestructura de procesamiento para los satélites del Project Kuiper. La instalación, inaugurada en abril de este año, puede manejar simultáneamente hasta tres campañas de lanzamiento y más de cien satélites por mes. La decisión no es aislada: responde a una triple presión que combina atrasos operativos, una competencia agresiva en el mercado de órbita baja, y una exigencia regulatoria que amenaza con poner en riesgo la viabilidad del proyecto.
El cronograma original contemplaba el inicio del despliegue satelital durante 2024. Sin embargo, el primer lanzamiento operativo de satélites de producción recién tuvo lugar en abril de 2025. A la fecha, Amazon ha colocado en órbita menos de 80 satélites de los más de 3.200 que contempla su constelación. Esa demora se explica por múltiples factores: la dependencia de proveedores de lanzadores con cronogramas saturados —como United Launch Alliance (ULA)—, fallos técnicos en cohetes, cancelaciones por condiciones meteorológicas y demoras en la cadena de integración terrestre.
Uno de los ejemplos más claros fue el caso de la misión Kuiper-2, que debió posponerse repetidamente en junio por clima adverso y, luego, por una anomalía térmica en el sistema de purga del cohete Atlas V, que obligó a abortar el despegue minutos antes del lanzamiento. Si bien la situación fue resuelta y las siguientes misiones se completaron con éxito, los analistas observan que el margen de error de Amazon se reduce a medida que se acerca la fecha clave: la empresa está obligada por la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) de Estados Unidos a tener al menos el 50 % de la constelación operativa —es decir, 1.618 satélites— antes del 30 de julio de 2026.
Esa presión regulatoria se combina con el peso de la competencia. Starlink, la red satelital de SpaceX, ya cuenta con más de 6.000 satélites operativos y cobertura global activa. Mientras Elon Musk lanza nuevos lotes semanalmente, Amazon aún transita su etapa inicial. Aunque la empresa fundada por Jeff Bezos ha contratado más de 80 lanzamientos (incluidos 38 con cohetes Vulcan de ULA y varios con SpaceX y Blue Origin), su principal desafío es logístico: producir, integrar y lanzar los satélites a un ritmo suficiente para cumplir con los plazos regulatorios y ganar participación en un mercado cada vez más competitivo.
En ese contexto, la decisión de construir una infraestructura propia en Florida aparece como una jugada clave. Hasta ahora, Amazon dependía de instalaciones de terceros —como Astrotech— para preparar sus cargas útiles. Pero la creciente demanda de lanzamientos comerciales y gubernamentales generó cuellos de botella. Con su nuevo centro, la empresa puede acelerar el procesamiento previo al lanzamiento, reducir riesgos logísticos y coordinar múltiples misiones simultáneamente.
Además, la fábrica de satélites ubicada en Kirkland, Washington, ya opera a una cadencia de hasta cinco satélites por día. Con la instalación de Florida como nodo intermedio, Amazon puede mantener un flujo continuo desde la producción hasta el lanzamiento, eliminando los cuellos logísticos que provocaron los atrasos iniciales. Se trata, en los hechos, de construir una cadena de suministro verticalmente integrada para el acceso al espacio.
Según datos oficiales, la nueva instalación ha generado más de 130 empleos y contribuye al desarrollo industrial de la Space Coast. La inversión incluye una segunda fase, con un centro logístico de 42.000 pies cuadrados adicionales, que estará terminado hacia fin de año. En paralelo, Amazon mantiene conversaciones para diversificar aún más sus proveedores de lanzamiento, incluyendo al cohete europeo Ariane 6.
La iniciativa refleja un cambio de ritmo. El despliegue satelital de Amazon no puede permitirse nuevos contratiempos. Si no logra alcanzar la meta impuesta por la FCC, podría perder el permiso para operar la constelación completa, comprometiendo una inversión total proyectada de más de 10.000 millones de dólares. A su vez, en un mercado donde el primero que llega establece barreras de entrada —especialmente en mercados rurales, de defensa o conectividad corporativa—, cada mes de atraso implica perder participación frente a Starlink o incluso frente a nuevas constelaciones como Spacesail, impulsada por China.
El nuevo centro operativo en Florida no solo busca acelerar los tiempos. Es también una señal: Amazon está dispuesta a apostar fuerte para competir en la economía espacial, aunque llegue tarde al juego. Lo que está en juego no es solo un negocio de conectividad, sino el control de una infraestructura crítica para la próxima década. En ese tablero, quedarse atrás no es una opción.












