El ministro de Economía, Domingo Cavallo, y sus colaboradores están avanzando en un conjunto de medidas que constituirán la última bala para reactivar la economía. La más difundida es el largamente discutido canje de deuda, orientado –a diferencia del anterior canje– a aliviar la carga de intereses en el presupuesto.
El ministro comienza la operación en el mercado financiero doméstico –AFJP y bancos–, ya que en ese segmento está en posición de ejercer presión. Los bonos de la deuda pública tendrán que esperar a que las autoridades argentinas reúnan un volumen más importante de garantías. De todas maneras, aunque parcial, el canje podría ayudar –sin que eso agregue más presión contractiva– a que durante el 2002 se cumpla el déficit cero. Más difícil es aventurar cómo hará el Gobierno para alcanzar esa meta fiscal durante noviembre y diciembre de 2001.
Más allá del discurso político preelectoral, la política de déficit cero está siendo cuestionada desde una óptica técnica. Hoy, se argumenta, una trampa 22. Es cierto que si el país enfrenta un escenario de racionamiento financiero no puede tener desequilibrio fiscal, pero alcanzar el equilibrio fiscal es inevitablemente recesivo si hay racionamiento financiero.
La ausencia completa de crédito a la Argentina no se revertirá aun cuando el Gobierno cumpla a rajatabla con su objetivo. Eso significa que el presunto círculo virtuoso: ajuste fiscal – reducción de la tasa de interés – reactivación – mayor solidez fiscal, no existe bajo las actuales condiciones. Esto abre un debate: ¿no debería la política de déficit cero acompañarse de algún componente anticíclico para no fracasar? La respuesta a esta pregunta ha constituído la hendija por la que, después de mucho tiempo, se ha colado la política monetaria y cambiaria.
La tercera en entra en juego
No se trata de propiciar la devaluación, aunque en la mayor reserva son cada vez más amplios los círculos académicos que la juzgan inevitable. Se trata de la introducción de una tercera moneda que conviva con el peso y el dólar. A diferencia de un bono, esa moneda no debería ser redimible. A diferencia del peso, no debería ser convertible y por lo tanto tendría un tipo de cambio flexible con el dólar.
¿Cómo actuaría la nueva moneda y de qué modo afectaría el funcionamiento de la economía? Su emisión, en el actual contexto depresivo, haría lugar a un mayor volumen de transacciones, estimularía el empleo y la recaudación. Si su uso se extendiera a las actividades privadas, podría, en tanto se desvalorice respecto del peso, abaratar los costos de producción y mejorar la competitividad de la producción argentina.
El secreto para que la tercera moneda funcione eficazmente es que la desvalorización no termine en hiperinflación, ya que en ese caso la sociedad la rechazaría, declinaría su uso y la experiencia habría fracasado. Es por eso que la tercera moneda no es un sustituto de la disciplina fiscal, sino su complemento.
Un escenario flotante
La diferencia más importante entre la introducción de la nueva moneda y la desvalorización del peso aparece en el sistema financiero. Con la tercera moneda, los créditos y los débitos de los bancos registrados hasta ahora se mantienen en pesos y en dólares, tal como fueron pactados.
Esto tiene la ventaja de que se respetan los contratos y no se expropia a los depositantes. Pero tiene el defecto de que no alivia la carga financiera sobre los deudores, que en muchos casos se ha tornado impagable. Es en este punto en el que vuelven a la carga los partidarios de la devaluación lisa y llana del peso. Según ellos, hay que sanear al sistema financiero, alejarlo del riesgo de insolvencia. Y para ello –argumentan– hay que pasar a pesos todos los depósitos y todos los préstamos de los bancos y luego devaluar. Si –a partir de ello– la sociedad decide una dolarización espontánea de sus activos financieros, es un costo que habrá que pagar.
Desde la perspectiva de los partidarios de la devaluación, si las reglas del juego vigentes no sirven para crecer, tarde o temprano serán abandonadas. Y es mejor abandonarlas dentro de un cierto orden y no en medio del caos.
No existe ningún partidario de la devaluación en el equipo económico de Cavallo. Pero, al parecer, tampoco de la tercera moneda. Los esfuerzos están concentrados en el déficit cero y en el canje de deuda. Sin embargo, ello no quiere decir que no estén atentos al problema de la sobrevaluación del peso. En este aspecto, la preocupación es específica: la relación peso-real, tema que por estos días abrió una negociacion, con algunas coincidencias entre los gobiernos de la Argentina y Brasil. El ministro busca mecanismos de compensación automática a la devaluación del real que sean aceptados por las autoridades brasileñas.
Algún interlocutor en Brasilia le sugirió que tanto Brasil como Argentina deberían fijar bandas de flotación de sus propias monedas, Brasil revaluando y Argentina devaluando. Un ejemplo: entre 2,20 y 2,50 para el real contra el dólar y entre 1,20 y 1,40 para el peso contra el dólar. Según ese calificado interlocutor, la medida podría ser presentada como el primer paso serio hacia la moneda única del Mercosur y quizás sirva para obtener recursos externos para constituir un fondo de intervención que disuada a los especuladores. La primera reacción de Cavallo fue un rotundo no. Pero sólo fue la primera. El final está abierto.
El ministro de Economía, Domingo Cavallo, y sus colaboradores están avanzando en un conjunto de medidas que constituirán la última bala para reactivar la economía. La más difundida es el largamente discutido canje de deuda, orientado –a diferencia del anterior canje– a aliviar la carga de intereses en el presupuesto.
El ministro comienza la operación en el mercado financiero doméstico –AFJP y bancos–, ya que en ese segmento está en posición de ejercer presión. Los bonos de la deuda pública tendrán que esperar a que las autoridades argentinas reúnan un volumen más importante de garantías. De todas maneras, aunque parcial, el canje podría ayudar –sin que eso agregue más presión contractiva– a que durante el 2002 se cumpla el déficit cero. Más difícil es aventurar cómo hará el Gobierno para alcanzar esa meta fiscal durante noviembre y diciembre de 2001.
Más allá del discurso político preelectoral, la política de déficit cero está siendo cuestionada desde una óptica técnica. Hoy, se argumenta, una trampa 22. Es cierto que si el país enfrenta un escenario de racionamiento financiero no puede tener desequilibrio fiscal, pero alcanzar el equilibrio fiscal es inevitablemente recesivo si hay racionamiento financiero.
La ausencia completa de crédito a la Argentina no se revertirá aun cuando el Gobierno cumpla a rajatabla con su objetivo. Eso significa que el presunto círculo virtuoso: ajuste fiscal – reducción de la tasa de interés – reactivación – mayor solidez fiscal, no existe bajo las actuales condiciones. Esto abre un debate: ¿no debería la política de déficit cero acompañarse de algún componente anticíclico para no fracasar? La respuesta a esta pregunta ha constituído la hendija por la que, después de mucho tiempo, se ha colado la política monetaria y cambiaria.
La tercera en entra en juego
No se trata de propiciar la devaluación, aunque en la mayor reserva son cada vez más amplios los círculos académicos que la juzgan inevitable. Se trata de la introducción de una tercera moneda que conviva con el peso y el dólar. A diferencia de un bono, esa moneda no debería ser redimible. A diferencia del peso, no debería ser convertible y por lo tanto tendría un tipo de cambio flexible con el dólar.
¿Cómo actuaría la nueva moneda y de qué modo afectaría el funcionamiento de la economía? Su emisión, en el actual contexto depresivo, haría lugar a un mayor volumen de transacciones, estimularía el empleo y la recaudación. Si su uso se extendiera a las actividades privadas, podría, en tanto se desvalorice respecto del peso, abaratar los costos de producción y mejorar la competitividad de la producción argentina.
El secreto para que la tercera moneda funcione eficazmente es que la desvalorización no termine en hiperinflación, ya que en ese caso la sociedad la rechazaría, declinaría su uso y la experiencia habría fracasado. Es por eso que la tercera moneda no es un sustituto de la disciplina fiscal, sino su complemento.
Un escenario flotante
La diferencia más importante entre la introducción de la nueva moneda y la desvalorización del peso aparece en el sistema financiero. Con la tercera moneda, los créditos y los débitos de los bancos registrados hasta ahora se mantienen en pesos y en dólares, tal como fueron pactados.
Esto tiene la ventaja de que se respetan los contratos y no se expropia a los depositantes. Pero tiene el defecto de que no alivia la carga financiera sobre los deudores, que en muchos casos se ha tornado impagable. Es en este punto en el que vuelven a la carga los partidarios de la devaluación lisa y llana del peso. Según ellos, hay que sanear al sistema financiero, alejarlo del riesgo de insolvencia. Y para ello –argumentan– hay que pasar a pesos todos los depósitos y todos los préstamos de los bancos y luego devaluar. Si –a partir de ello– la sociedad decide una dolarización espontánea de sus activos financieros, es un costo que habrá que pagar.
Desde la perspectiva de los partidarios de la devaluación, si las reglas del juego vigentes no sirven para crecer, tarde o temprano serán abandonadas. Y es mejor abandonarlas dentro de un cierto orden y no en medio del caos.
No existe ningún partidario de la devaluación en el equipo económico de Cavallo. Pero, al parecer, tampoco de la tercera moneda. Los esfuerzos están concentrados en el déficit cero y en el canje de deuda. Sin embargo, ello no quiere decir que no estén atentos al problema de la sobrevaluación del peso. En este aspecto, la preocupación es específica: la relación peso-real, tema que por estos días abrió una negociacion, con algunas coincidencias entre los gobiernos de la Argentina y Brasil. El ministro busca mecanismos de compensación automática a la devaluación del real que sean aceptados por las autoridades brasileñas.
Algún interlocutor en Brasilia le sugirió que tanto Brasil como Argentina deberían fijar bandas de flotación de sus propias monedas, Brasil revaluando y Argentina devaluando. Un ejemplo: entre 2,20 y 2,50 para el real contra el dólar y entre 1,20 y 1,40 para el peso contra el dólar. Según ese calificado interlocutor, la medida podría ser presentada como el primer paso serio hacia la moneda única del Mercosur y quizás sirva para obtener recursos externos para constituir un fondo de intervención que disuada a los especuladores. La primera reacción de Cavallo fue un rotundo no. Pero sólo fue la primera. El final está abierto.