viernes, 27 de diciembre de 2024

Para el futuro papa sobrarán los problemas propios y globales

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El sucesor de Juan Pablo II afrontará desafíos tales que, para lideres de la iglesia, teólogos y analistas, ni siquiera la energía de otro Karol Wojtyla alcanzaría a resolver. Algunos, inclusive, derivan de su estilo conservador.

Para empezar, los países prósperos plantean cuestiones espinosas. Por ejemplo, la Iglesia Católica Romana languidece en Europa occidental, área que solía abundar en clérigos, teólogos, pensadores y catedrales. En Estados Unidos, donde no es dominante, la iglesia debe transmirle su mensaje a una sociedad materialista, donde la religión es más bien cosa de marketing o instrumento político.

Así lo demuestra el actual triángulo en el poder: fundamentalismo evangélico, ultraortodoxia judía y gobierno neoconservador. Los intelcuales ligados al sistema son vagamente racistas o abiertamente xenófobos y los tres sectores detestan el catolicismo romano.

Los países pobres y en desarrollo plantea otro tipo de preocupaciones. En Latinoamérica, donde viven cuatro de cada diez católicos del mundo, los curas no pueden ya competir bien con sectras evangélicas y pentecostales tan exhuberantes como omnipresentes. Hay países, como Argentina o Uruguay, donde apenas uno de cada cuatro bautizados es practicante. En África y Asia, poblaciones católicas en expansión chocan con musulmanes, también en crecimiento, hindúes, budistas, etc.

La iglesia romana es, más que nunca, una entidad global con problemas globales. Cuenta con más de mil millones de fieles en teoría, o sea la mitad de los cristianos del mundo y 17% de su población total. Es la iglesia más rica y la organización caritativa más grande del planeta. También es un poder político de bastante influencia sobre muchos gobiernos.

Pero su cabeza durante 26 años, el papa, no prestaba atención a varios grandes problemas del siglo XX y del XXI. Verbigracia, el malestar del mundo islámico (otros mil millones, mucho más practicantes que los católicos), la globalización capitalista o la creciemnte influencia de China e India, donde viven 2.300 millones de no cristianos. Como muestra la experiencia de Wojtyla, un liderazgo fuerte pero conservador puede cambiar la historia geopolítica –aliándose a una superpotencia-, pero no sus aspectos sociales ni económicos. Su incapacidad de influir en la guerra iraquí ilustra la dicotomía.

Hoy, Roma afronta opciones de hierro. “Algo que la dirigencia debe preguntarse –apunta Christopher Bellitto, director de una influyente- es si estádispuesta a invertir más tiempo, dinero y esfuerzos qne lo que sol´piamo llamar Tercer Mund. O, por el contrario, tratará que Europa y América de norte -cuyo reducto católico es Quebec- abandonen ese materialismo que, según Juan Pablo II, es el pecado capitalista”.

Leonardo Boff, el teólogo progresista brasileño, y su equivalente suizo, Hans Küng, temer que el sego en extremo conservador o reaccionario impuesto por Wojtyla, Josef Ratzinger y Angelo Sodano ha ido demasiado lejos. Tal vez, entonces, el próximo para sea un conservador transicional y las tareas reals recaigas en su sucesor. Los tiempos de la iglesia no son, claro, los del mundo.

Durante los días previos al cónclave, los cardenales debatirán entre ellos no sólo quién será papa o cuanto durará eventualmente, sino también cuáles serán la priorodades de la propia iglesia. Si optan por un candidato africano (¿Francis Arinze?) o latinoamericano, habrán transferiod al hemisferio sur el foco de sus preocupaciones. Si prefieren un europeo, italiano o no, es porque prefieren centrarse en la creciente neutralidad o indiferencia religiosa de los países prósperos. Quizás elijan una figura transicional, para darles tiempo a cardenales –y tal vez a obispos, si se les restituyen facultades a los sínodos- para planear el futuro a largo plazp.

Gerald Kicanas, obispo de Tucson, admite que, “como hombres de la iglesia, estamos algo cansados y hemos perdido un poco de confianza en nosotros mismos. La institución en EE.UU., Austria e Irlanda todavía no se repone de las denuncias sobre abusos sexuales contra niños”. Su propia diócesis pidió la quiebra debido a demandas asociadas a esos casos.

En el Tercer Mundo, la iglesia no tiene el problema de devolver relevancia al cristianismo. Atendiendo pobres, refugiados o gente castigada por epidemias (cólera) o endemias (sida), denunciando la corrupción –salvo en Latinoamérica- y los abusos de países acreedores o sus entidades adictas contra países endeudados, las iglesias locales dan testimonio. Excepto las jerarquías conservadoras de Colombia, Argentina o Méjico.

Una cuestión por demás delicada para el próximo papa es la relación con el Islam, que atraviesa una fase de aguda militancia. Bajo Wojtyla, el Vaticano se dedicó a iniciativs ecuménicas respecto de católicos orientales y judíos. Pero ahora es momento de un diálogo con los musulmanes. Pero a éstos –y a los judíos- los separa de los cristianos un rasgo decisivo: carecen de una organización centralizada y con jerarquías explícitas. Una virtual teocracía que preserva demasiadas características del Imperio Romano y sus sucesores al este o al oeste.

Existen muchas zonas donde cristiano y musulmanes se enfrentan. En Filipinas, el extremo sur islámico está rebelado contra el resto del psís, cristiano. En Nigeria, el sur cristiano, minoritario, pugna con el norte musulmán e inclusive hay división en las fuerzas armadas. También hay disidencias entre teólogos católicos sobre cómo tratar con el Islam.

Algunos reconmocen “una historia de agresiones y violencia contra musulanes en nombre de la cristiandad”, cuyo caso emblemático es España desde 1492. Otros sostienen que no debe olvidarse el actual terrorismo musulmán contra cristianos (y judíos), pese a su naturaleza política, no religiosa. De una forma u otra, el futuro pontífice tendrá que dar orientaciones claras.

La iglesia lucha, asimismo, por responder al veloz desarrollo de ciencias y tecnologías. Clonación, céluklas matrices y nuevas posibilidades de selección genética ponen en tela de juicio el derecho natural, ya un anacronismo. La
próxima cabez de la iglesia romana deberá adaptar sus enseñanzas al siglo XXI.

Cabe puntualizar, empero, que los católicos no son libres de interpretar ls Biblia a su propio criterio. Esto los ha librado del creacionismo y otras dilstes hou nuevamente de boga entre los fundamentalistas evangélicos norteamericanos. La explosión primigenia (“big bang”) y la teoría de la evolución, pues, no están en el Index, como lo están donde cualquier predicador ignorante lee las escrituras y las toma al pie de la letra o no las entiende.

Muchos cardenales electores tienen la impresión de que el mundo les dará, como máximo, diez a veinte años para reconstruir doctrinas y estructuras necesarias si deben encauzar los avances genéticos y tecnológicos en dirección positiva. No en las marcadas por George Orwell, Aldous Huxley, Philip Dick o la película “Matrix”.

En Latinoamérica y la colectiva hispanófona de EE.UU., el problema es distinto y reside en la proliferación de sectas pentecostales y evangelistas fanáticos, cuyp mensaje fácil e insistente seduce a creyentes de bajo nivel educativo. Pero estos grupos carecen de cuerpo teológico y sus predicadores son simplistas, cuando no directamente ignorantes (a menudo, su castelllano es torpe, elemental). Al mismo tiempo, les falta el carisma mágico de los cultos simbióticos de origen africano o indio.

Mary Gautier (Center for Applied Research, universidad de Georgetown) señala que la escasez mundial de sacerdotes es un problema de creciente gravedad. Si bien EE.UU. esta relativamente bien en ese plano, Latinoamérica reúne gran cantidad de poblaciones católicas donde la gente debe esperar años para bautizar sus hijos, recibir la comunión u ser casada. Tampoco tiene un acceso mínimamente aceptable a otros sacramentos, extraunción inclusive, y la enseñaza del catecismto depende de padres o abuelos que lo hayan aprendido de chicos.

En tanto la población católica ha aumentado en 250 millones durante los 26 años del último pontificado –a causa del crecimiento vegetativo, no de la gestión papal-, la cantidad de curas en el mundo orilla 400.000. Casi igual que en 1979. De hecho, en el mismo lapso “se han creado más santos y beatos que los diecinueve siglos anteriores juntos, pero no logró lo mismo con las vocaciones” (Küng dixit).

Otro tema clave es cuánta autonomía deben tener sacerdotes y obispos para adaptar doctrinas, liturgias y enseñanzas a sus cultiuras locales. El conciclio Vaticano II (1960/1) dispuo mayor automomían local respecto de Roman, pewro Wojtyla y Ratzinger virtualmente volvieron al rígido sistema anterior y fomenaron una recentralización no vista desde el concilio de Trento (1545/63).

Cuando los obispos de Asia oriental y meridional celebraron un sínodo en 1998, algunos plantearon ese problema, recuerda Peter Phan (universidad de Georgetown. Los japoneses citaron un ejemplo: los textos litúrgicos se enviaban allá en latín, se traducían al japonés y volvían al Vatinado, donde gente sin nociones de ese idioma debía aprobarlos. Nadie les dio explicaciones.

La cuestión de integrar el cristianismo a las culturas locales es tan antigua como la iglesia misma. Pablo de Tarso es un claro predecente que Roma ha olvidado: para transformar una secta esenia en religión de un imperio, dejó de lago huecos rituales judíos, entre ellos la circuncisión, la sumisión femenina o ciertos tabúes cotidianos. Además consagró la autonoimía de los obispos. Agustín de Hipona siguió ese ejemplo. No ya Tomás de Aquino que inyectó racionalismo aristotélico –netamente ateo- en el cristianismo y tenía una concepción eurocéntrica. Hoy, sólo los franciscanos y, hasta cierto punto, los jesuitas tienen un pensamiento paulino.

La irrupción iubérica en las Américas replanteo el asunto. De hecho, Madrid y Lisboa –regímenes regalistas- ignoraron a Roma y permitieron bastante flexibilidad eclesiástica. Ni siquiera la Inquisición, fuerte en España desde fines del siglo XV, tuvo mucha vigencia. “Mientras la Iglesia Católica Romana fue sólo mediterránea o europea occidental –señala Ian Douglas, teólogo episcopal de Cambridge, Massachusetts-, eran claros los límites de la autoridad. Creencias, cultura, dogmas, idiomas y concepciones formaban parte del mismo contexto social”.

No obstante, quizás el peligro supremo para la iglesia sea lo que un teólogo uruguayo, Alberto M.Ferré, definee en “La Nación” como “ateísmo libertino o hedonista”. Enquistado en el núcleo de la sociedad euronorteamericana, consiste en “buscar la gratificación de los deseos terrenos. Ésa es la propaganda que irradian el capitalismo, sus nuevas formas de comunicación y la publicidad, cifrada en el Eros como valor fundamental”.

Por tanto, el ateísmo mesiánico de un Stalin “se convirtió en una rueda que va del placer al poder y del poder al placer, como nunca antes ocurriera”. Esta máquina a lo Huxley “multiplica paraísos artificiales –sobre todo en países pobres-, corrupción, drogas, etc., en un mundo donde todo es posible”. El fenómeno resulta difícil de identificar, porque, a diferencia del ateísmo político, carece de “estados, partidos, instituciones e ideologías claras” Como decía el politicólogo de origen polaco (tan luego) Zbigniew Brzezinski, “la cornucopia permisiva y el apogeo del poder occiental son síntomas de decadencia”.

Para empezar, los países prósperos plantean cuestiones espinosas. Por ejemplo, la Iglesia Católica Romana languidece en Europa occidental, área que solía abundar en clérigos, teólogos, pensadores y catedrales. En Estados Unidos, donde no es dominante, la iglesia debe transmirle su mensaje a una sociedad materialista, donde la religión es más bien cosa de marketing o instrumento político.

Así lo demuestra el actual triángulo en el poder: fundamentalismo evangélico, ultraortodoxia judía y gobierno neoconservador. Los intelcuales ligados al sistema son vagamente racistas o abiertamente xenófobos y los tres sectores detestan el catolicismo romano.

Los países pobres y en desarrollo plantea otro tipo de preocupaciones. En Latinoamérica, donde viven cuatro de cada diez católicos del mundo, los curas no pueden ya competir bien con sectras evangélicas y pentecostales tan exhuberantes como omnipresentes. Hay países, como Argentina o Uruguay, donde apenas uno de cada cuatro bautizados es practicante. En África y Asia, poblaciones católicas en expansión chocan con musulmanes, también en crecimiento, hindúes, budistas, etc.

La iglesia romana es, más que nunca, una entidad global con problemas globales. Cuenta con más de mil millones de fieles en teoría, o sea la mitad de los cristianos del mundo y 17% de su población total. Es la iglesia más rica y la organización caritativa más grande del planeta. También es un poder político de bastante influencia sobre muchos gobiernos.

Pero su cabeza durante 26 años, el papa, no prestaba atención a varios grandes problemas del siglo XX y del XXI. Verbigracia, el malestar del mundo islámico (otros mil millones, mucho más practicantes que los católicos), la globalización capitalista o la creciemnte influencia de China e India, donde viven 2.300 millones de no cristianos. Como muestra la experiencia de Wojtyla, un liderazgo fuerte pero conservador puede cambiar la historia geopolítica –aliándose a una superpotencia-, pero no sus aspectos sociales ni económicos. Su incapacidad de influir en la guerra iraquí ilustra la dicotomía.

Hoy, Roma afronta opciones de hierro. “Algo que la dirigencia debe preguntarse –apunta Christopher Bellitto, director de una influyente- es si estádispuesta a invertir más tiempo, dinero y esfuerzos qne lo que sol´piamo llamar Tercer Mund. O, por el contrario, tratará que Europa y América de norte -cuyo reducto católico es Quebec- abandonen ese materialismo que, según Juan Pablo II, es el pecado capitalista”.

Leonardo Boff, el teólogo progresista brasileño, y su equivalente suizo, Hans Küng, temer que el sego en extremo conservador o reaccionario impuesto por Wojtyla, Josef Ratzinger y Angelo Sodano ha ido demasiado lejos. Tal vez, entonces, el próximo para sea un conservador transicional y las tareas reals recaigas en su sucesor. Los tiempos de la iglesia no son, claro, los del mundo.

Durante los días previos al cónclave, los cardenales debatirán entre ellos no sólo quién será papa o cuanto durará eventualmente, sino también cuáles serán la priorodades de la propia iglesia. Si optan por un candidato africano (¿Francis Arinze?) o latinoamericano, habrán transferiod al hemisferio sur el foco de sus preocupaciones. Si prefieren un europeo, italiano o no, es porque prefieren centrarse en la creciente neutralidad o indiferencia religiosa de los países prósperos. Quizás elijan una figura transicional, para darles tiempo a cardenales –y tal vez a obispos, si se les restituyen facultades a los sínodos- para planear el futuro a largo plazp.

Gerald Kicanas, obispo de Tucson, admite que, “como hombres de la iglesia, estamos algo cansados y hemos perdido un poco de confianza en nosotros mismos. La institución en EE.UU., Austria e Irlanda todavía no se repone de las denuncias sobre abusos sexuales contra niños”. Su propia diócesis pidió la quiebra debido a demandas asociadas a esos casos.

En el Tercer Mundo, la iglesia no tiene el problema de devolver relevancia al cristianismo. Atendiendo pobres, refugiados o gente castigada por epidemias (cólera) o endemias (sida), denunciando la corrupción –salvo en Latinoamérica- y los abusos de países acreedores o sus entidades adictas contra países endeudados, las iglesias locales dan testimonio. Excepto las jerarquías conservadoras de Colombia, Argentina o Méjico.

Una cuestión por demás delicada para el próximo papa es la relación con el Islam, que atraviesa una fase de aguda militancia. Bajo Wojtyla, el Vaticano se dedicó a iniciativs ecuménicas respecto de católicos orientales y judíos. Pero ahora es momento de un diálogo con los musulmanes. Pero a éstos –y a los judíos- los separa de los cristianos un rasgo decisivo: carecen de una organización centralizada y con jerarquías explícitas. Una virtual teocracía que preserva demasiadas características del Imperio Romano y sus sucesores al este o al oeste.

Existen muchas zonas donde cristiano y musulmanes se enfrentan. En Filipinas, el extremo sur islámico está rebelado contra el resto del psís, cristiano. En Nigeria, el sur cristiano, minoritario, pugna con el norte musulmán e inclusive hay división en las fuerzas armadas. También hay disidencias entre teólogos católicos sobre cómo tratar con el Islam.

Algunos reconmocen “una historia de agresiones y violencia contra musulanes en nombre de la cristiandad”, cuyo caso emblemático es España desde 1492. Otros sostienen que no debe olvidarse el actual terrorismo musulmán contra cristianos (y judíos), pese a su naturaleza política, no religiosa. De una forma u otra, el futuro pontífice tendrá que dar orientaciones claras.

La iglesia lucha, asimismo, por responder al veloz desarrollo de ciencias y tecnologías. Clonación, céluklas matrices y nuevas posibilidades de selección genética ponen en tela de juicio el derecho natural, ya un anacronismo. La
próxima cabez de la iglesia romana deberá adaptar sus enseñanzas al siglo XXI.

Cabe puntualizar, empero, que los católicos no son libres de interpretar ls Biblia a su propio criterio. Esto los ha librado del creacionismo y otras dilstes hou nuevamente de boga entre los fundamentalistas evangélicos norteamericanos. La explosión primigenia (“big bang”) y la teoría de la evolución, pues, no están en el Index, como lo están donde cualquier predicador ignorante lee las escrituras y las toma al pie de la letra o no las entiende.

Muchos cardenales electores tienen la impresión de que el mundo les dará, como máximo, diez a veinte años para reconstruir doctrinas y estructuras necesarias si deben encauzar los avances genéticos y tecnológicos en dirección positiva. No en las marcadas por George Orwell, Aldous Huxley, Philip Dick o la película “Matrix”.

En Latinoamérica y la colectiva hispanófona de EE.UU., el problema es distinto y reside en la proliferación de sectas pentecostales y evangelistas fanáticos, cuyp mensaje fácil e insistente seduce a creyentes de bajo nivel educativo. Pero estos grupos carecen de cuerpo teológico y sus predicadores son simplistas, cuando no directamente ignorantes (a menudo, su castelllano es torpe, elemental). Al mismo tiempo, les falta el carisma mágico de los cultos simbióticos de origen africano o indio.

Mary Gautier (Center for Applied Research, universidad de Georgetown) señala que la escasez mundial de sacerdotes es un problema de creciente gravedad. Si bien EE.UU. esta relativamente bien en ese plano, Latinoamérica reúne gran cantidad de poblaciones católicas donde la gente debe esperar años para bautizar sus hijos, recibir la comunión u ser casada. Tampoco tiene un acceso mínimamente aceptable a otros sacramentos, extraunción inclusive, y la enseñaza del catecismto depende de padres o abuelos que lo hayan aprendido de chicos.

En tanto la población católica ha aumentado en 250 millones durante los 26 años del último pontificado –a causa del crecimiento vegetativo, no de la gestión papal-, la cantidad de curas en el mundo orilla 400.000. Casi igual que en 1979. De hecho, en el mismo lapso “se han creado más santos y beatos que los diecinueve siglos anteriores juntos, pero no logró lo mismo con las vocaciones” (Küng dixit).

Otro tema clave es cuánta autonomía deben tener sacerdotes y obispos para adaptar doctrinas, liturgias y enseñanzas a sus cultiuras locales. El conciclio Vaticano II (1960/1) dispuo mayor automomían local respecto de Roman, pewro Wojtyla y Ratzinger virtualmente volvieron al rígido sistema anterior y fomenaron una recentralización no vista desde el concilio de Trento (1545/63).

Cuando los obispos de Asia oriental y meridional celebraron un sínodo en 1998, algunos plantearon ese problema, recuerda Peter Phan (universidad de Georgetown. Los japoneses citaron un ejemplo: los textos litúrgicos se enviaban allá en latín, se traducían al japonés y volvían al Vatinado, donde gente sin nociones de ese idioma debía aprobarlos. Nadie les dio explicaciones.

La cuestión de integrar el cristianismo a las culturas locales es tan antigua como la iglesia misma. Pablo de Tarso es un claro predecente que Roma ha olvidado: para transformar una secta esenia en religión de un imperio, dejó de lago huecos rituales judíos, entre ellos la circuncisión, la sumisión femenina o ciertos tabúes cotidianos. Además consagró la autonoimía de los obispos. Agustín de Hipona siguió ese ejemplo. No ya Tomás de Aquino que inyectó racionalismo aristotélico –netamente ateo- en el cristianismo y tenía una concepción eurocéntrica. Hoy, sólo los franciscanos y, hasta cierto punto, los jesuitas tienen un pensamiento paulino.

La irrupción iubérica en las Américas replanteo el asunto. De hecho, Madrid y Lisboa –regímenes regalistas- ignoraron a Roma y permitieron bastante flexibilidad eclesiástica. Ni siquiera la Inquisición, fuerte en España desde fines del siglo XV, tuvo mucha vigencia. “Mientras la Iglesia Católica Romana fue sólo mediterránea o europea occidental –señala Ian Douglas, teólogo episcopal de Cambridge, Massachusetts-, eran claros los límites de la autoridad. Creencias, cultura, dogmas, idiomas y concepciones formaban parte del mismo contexto social”.

No obstante, quizás el peligro supremo para la iglesia sea lo que un teólogo uruguayo, Alberto M.Ferré, definee en “La Nación” como “ateísmo libertino o hedonista”. Enquistado en el núcleo de la sociedad euronorteamericana, consiste en “buscar la gratificación de los deseos terrenos. Ésa es la propaganda que irradian el capitalismo, sus nuevas formas de comunicación y la publicidad, cifrada en el Eros como valor fundamental”.

Por tanto, el ateísmo mesiánico de un Stalin “se convirtió en una rueda que va del placer al poder y del poder al placer, como nunca antes ocurriera”. Esta máquina a lo Huxley “multiplica paraísos artificiales –sobre todo en países pobres-, corrupción, drogas, etc., en un mundo donde todo es posible”. El fenómeno resulta difícil de identificar, porque, a diferencia del ateísmo político, carece de “estados, partidos, instituciones e ideologías claras” Como decía el politicólogo de origen polaco (tan luego) Zbigniew Brzezinski, “la cornucopia permisiva y el apogeo del poder occiental son síntomas de decadencia”.

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