Desde 1900, en efecto, el Dow Jones industrial suele ceder no menos de 1,2% durante septiembre. Ese mes es el único que muestra declives importantes en los promedios de los demás paneles. Pero también octubre es inquietante, pues en general ha registrado rebotes casi nulos y, por otra parte, ha sido el mes de los peores desastres (1907, 1929, 1987).
Hasta hace poco, inversores y accionistas –no son la misma cosa, aunque esté de moda confundirlos- creían que la Reserva Federal apuntalaría el mercado suspendiendo los aumentos de tasas básicas en agosto y septiembre. Pero los especuladores son víctimas de su propio “optimismo fundamentalista”, compartido o fomentados por la Casa Blanca y Alan Greenspan, a quien esta semana se lo despide entre elogios formales y suspiros de alivio.
La última reunión del comité monetario, en efecto, frustró las ilusiones bursátiles, anunciado que los ajustes proseguirán porque subsisten señales inflacionarias. Especialmente, una burbuja inmobiliaria que lleva cuatro años y recién hoy parece en vísperas de pincharse. Terminando agosto, surgen analistas a cuyo juicio las alzas de tasas referenciales pueden continuar en 2006.
Esto es preocupante, no sólo para quienes juegan en Wall Street y otros casinos; sobre todo en el más irresponsable, Londres. Con el tipo básico de cortísimo plazo en 3,5, hay escasa diferencia respecto de la tasa larga típica, la de letras federales a diez años, que no llega a 4,2% anual. Con los ajustes casi seguros de septiembre, octubre y diciembre, la tasa referencial cerrará el año en 4,25%. Ahora, bien, si la RF prosiguiera en esa tesitura, el primer trimestre de 2006 cerraría a 4,75%; o sea, el actual nivel británico. En otras palabras, la política monetaria federal comenzaría a fomentar tanto crédito caro como inflación.
Antes de llegar a esos extremos, Wall Street cree que bonos, crudos y ganancias empresarias sostendrán la burbuja accionaria. Pero esto puede ser ilusorio. En particular, porque el mercado imagina expectativas de crecimiento global sin asidero. Primero, porque el petróleo –dicen los saudíes- amenaza con alcanzar US$ 100 el barril en unos meses (le bastaría con mantener el ritmo registrado en cuanto va de 2005).
Segundo, porque el auge de la economía de mercado está ensanchando peligrosamente la brecha global entre ricos y pobres. Un reciente estudio de Naciones Unidas indica que 2.300 millones de personas viven con menos de dos dólares diarios. A ese informe, descalificado por la Casa Blanca, algunos marketineros responden que “uno de cada once africanos tiene ya celular”. Parece un mal chiste en un continente donde la gente se muere de hambre y la langosta todavía arrasa millones de kilómetros cuadrados.
Desde 1900, en efecto, el Dow Jones industrial suele ceder no menos de 1,2% durante septiembre. Ese mes es el único que muestra declives importantes en los promedios de los demás paneles. Pero también octubre es inquietante, pues en general ha registrado rebotes casi nulos y, por otra parte, ha sido el mes de los peores desastres (1907, 1929, 1987).
Hasta hace poco, inversores y accionistas –no son la misma cosa, aunque esté de moda confundirlos- creían que la Reserva Federal apuntalaría el mercado suspendiendo los aumentos de tasas básicas en agosto y septiembre. Pero los especuladores son víctimas de su propio “optimismo fundamentalista”, compartido o fomentados por la Casa Blanca y Alan Greenspan, a quien esta semana se lo despide entre elogios formales y suspiros de alivio.
La última reunión del comité monetario, en efecto, frustró las ilusiones bursátiles, anunciado que los ajustes proseguirán porque subsisten señales inflacionarias. Especialmente, una burbuja inmobiliaria que lleva cuatro años y recién hoy parece en vísperas de pincharse. Terminando agosto, surgen analistas a cuyo juicio las alzas de tasas referenciales pueden continuar en 2006.
Esto es preocupante, no sólo para quienes juegan en Wall Street y otros casinos; sobre todo en el más irresponsable, Londres. Con el tipo básico de cortísimo plazo en 3,5, hay escasa diferencia respecto de la tasa larga típica, la de letras federales a diez años, que no llega a 4,2% anual. Con los ajustes casi seguros de septiembre, octubre y diciembre, la tasa referencial cerrará el año en 4,25%. Ahora, bien, si la RF prosiguiera en esa tesitura, el primer trimestre de 2006 cerraría a 4,75%; o sea, el actual nivel británico. En otras palabras, la política monetaria federal comenzaría a fomentar tanto crédito caro como inflación.
Antes de llegar a esos extremos, Wall Street cree que bonos, crudos y ganancias empresarias sostendrán la burbuja accionaria. Pero esto puede ser ilusorio. En particular, porque el mercado imagina expectativas de crecimiento global sin asidero. Primero, porque el petróleo –dicen los saudíes- amenaza con alcanzar US$ 100 el barril en unos meses (le bastaría con mantener el ritmo registrado en cuanto va de 2005).
Segundo, porque el auge de la economía de mercado está ensanchando peligrosamente la brecha global entre ricos y pobres. Un reciente estudio de Naciones Unidas indica que 2.300 millones de personas viven con menos de dos dólares diarios. A ese informe, descalificado por la Casa Blanca, algunos marketineros responden que “uno de cada once africanos tiene ya celular”. Parece un mal chiste en un continente donde la gente se muere de hambre y la langosta todavía arrasa millones de kilómetros cuadrados.