La sostenibilidad debe ser comprendida como una meta colectiva, cuya consecución representa una obligación moral para con las generaciones venideras; es decir, se deben preservar los bienes ambientales globales (el capital natural). Cumpliremos los compromisos intergeneracionales creando legados, formando “capitales”. Ante la pregunta por la estructura de ese legado intergeneracional hay dos respuestas: la sostenibilidad fuerte y la sostenibilidad débil. La sostenibilidad débil exige solamente que el legado de capitales debe ser lo suficientemente grande como para que no se reduzca el valor de uso de las personas del futuro. Esta concepción se basa en el principio de que todos los tipos de capital son sustituibles; así por ejemplo, se pueden eliminar todas las especies si, al mismo tiempo, la ingeniería genética pone a disposición los conocimientos necesarios para crear nuevas especies. Los partidarios de la sostenibilidad fuerte abogan – indicando que no todo puede ser sustituido – por un legado intergeneracional estructurado, y llaman a preservar todas las formas existentes de capital.
La literatura reciente opone al optimismo de la sustitución la multifuncionalidad de muchos sistemas ecológicos, y su incertidumbre, riesgos e irreversibilidad. Me parece conveniente considerar como parte del capital natural los suelos, bosques, la atmósfera, los circuitos naturales de sustancias, el clima, la biodiversidad y los recursos de agua, así como ciertas “unidades importantes” (el “patrimonio natural de la humanidad”). De forma creciente, el capital natural será un factor limitante de la actividad económica (por ejemplo, el stock de peces). En vista de ese diagnóstico, la lógica económica exige invertir más en el capital natural. A menudo, la inversión en capital natural es sólo un sinónimo de protección ambiental. Necesitamos conceptos y estrategias inteligentes para invertir exitosamente en el capital natural. Ante los nuevos desafíos, los Estados nacionales no son suficientes: nadie puede resolver sólo los problemas ambientales globales. Pero, simultáneamente con la globalización de la economía se están formando regímenes ambientales globales, como el régimen de la biodiversidad y el régimen del clima. La labor política debe fortalecerlos, y concentrarse en las tensiones y conflictos con los regímenes económicos (FMI, Banco Mundial, GATT).
Dr. Konrad Ott
Docente de ética ambiental
Universidad de Greifswald
Revista Deutschland
La sostenibilidad debe ser comprendida como una meta colectiva, cuya consecución representa una obligación moral para con las generaciones venideras; es decir, se deben preservar los bienes ambientales globales (el capital natural). Cumpliremos los compromisos intergeneracionales creando legados, formando “capitales”. Ante la pregunta por la estructura de ese legado intergeneracional hay dos respuestas: la sostenibilidad fuerte y la sostenibilidad débil. La sostenibilidad débil exige solamente que el legado de capitales debe ser lo suficientemente grande como para que no se reduzca el valor de uso de las personas del futuro. Esta concepción se basa en el principio de que todos los tipos de capital son sustituibles; así por ejemplo, se pueden eliminar todas las especies si, al mismo tiempo, la ingeniería genética pone a disposición los conocimientos necesarios para crear nuevas especies. Los partidarios de la sostenibilidad fuerte abogan – indicando que no todo puede ser sustituido – por un legado intergeneracional estructurado, y llaman a preservar todas las formas existentes de capital.
La literatura reciente opone al optimismo de la sustitución la multifuncionalidad de muchos sistemas ecológicos, y su incertidumbre, riesgos e irreversibilidad. Me parece conveniente considerar como parte del capital natural los suelos, bosques, la atmósfera, los circuitos naturales de sustancias, el clima, la biodiversidad y los recursos de agua, así como ciertas “unidades importantes” (el “patrimonio natural de la humanidad”). De forma creciente, el capital natural será un factor limitante de la actividad económica (por ejemplo, el stock de peces). En vista de ese diagnóstico, la lógica económica exige invertir más en el capital natural. A menudo, la inversión en capital natural es sólo un sinónimo de protección ambiental. Necesitamos conceptos y estrategias inteligentes para invertir exitosamente en el capital natural. Ante los nuevos desafíos, los Estados nacionales no son suficientes: nadie puede resolver sólo los problemas ambientales globales. Pero, simultáneamente con la globalización de la economía se están formando regímenes ambientales globales, como el régimen de la biodiversidad y el régimen del clima. La labor política debe fortalecerlos, y concentrarse en las tensiones y conflictos con los regímenes económicos (FMI, Banco Mundial, GATT).
Dr. Konrad Ott
Docente de ética ambiental
Universidad de Greifswald
Revista Deutschland