A criterio de John Pender, analista londinense, el segundo punto es quizás
el más trascendente. Se trata del convenio entre Microsoft y JP Morgan
Chase, por el cual éste recomprará a precio bajo opciones próximas
a vencer, en poder del personal. Ello significa que el sector tecnológico
desinfla el mito de las opciones como incentivos de alta motivación, capaces
de identificar los intereses de la gente con los de los accionistas de la empresa.
"La triste realidad -sostiene el experto- es que, por años, las opciones
accionarias han ejercido perversa influencia en los negocios. Para empezar, alumbraron
una generación de managers dedicados a saquear activos o a traicionar accionistas".
Tangencialmente, a menudo también se vaciaban fondos jubilatorios del personal.
Pender admite que "los abusos no eran tanto premeditados como promovidos
por una contabilidad laxa. Dado que las empresas no estaban obligadas a registrar
esas opciones entre los gastos, muchos ejecutivos acabaron creyendo que eran gratis".
Ese equívoco permitió otorgar opciones como caramelos a directores,
gerentes, profesionales y técnicos. Es más: se convertían
esos costos invisibles en ingresos, porque eran deducibles a fines tributarios.
Por ende, el abuso de opciones remuneratorias y la falta de transparencia contable
contribuyeron a la burbuja bursátil (puntocom, vanguardia tecnológica,
telecomunicaciones) de 1997 en adelante. Hoy, cuando el pago con opciones se elimina
o se asienta como gasto, resulta mucho más difícil sostener burbujas,
tipo la desencadenada el trimestre anterior, centradas en paneles tecnológicos.
De ahí la "politización" -apoyo bursátil a la reelección
de George W. Bush- y la consiguiente batería de indicadores, pronósticos
y análisis a medida del mercado, no de la realidad económica.
Pero el recurso tenía otro aspecto peligroso, que surgió cuando
las empresas norteamericanas -especialmente las tecnológicas- se dedicaron
a recomprar acciones. ¿Para qué? Para compensar la sobreemisión
implícita en la entrega masiva de opciones, que significaba un exceso de
papeles que descapitalizaba el paquete y su valor para los accionistas verdaderos.
De acuerdo con estimaciones privadas, más de 90% de los US$ 150.000 millones
en acciones recompradas durante el año pico de la burbuja (2000) fue a
manos de ejecutivos y empleados.
El tercer factor de riesgo fue aun menos advertido: "las recompras de acciones
originadas en opciones -explica Pender- se financiaban vía endeudamiento.
Ergo, ahora los balances sufren las consecuencias de un apalancamiento excesivo
y el abuso de opciones remuneratorias como incentivos". En este aspecto,
WorldCom, Vivendi Universal o Enron fueron sólo casos patológicos,
pero no excepciones.
En suma, las opciones accionarias fueron tan estimulantes en la burbuja como desmotivadoras
al desinflarse los mercados. Su empleo "es un excelente ejemplo de incentivos
aplicados por comités de remuneración y consultores con una charlatanería
y un amateurismo increíbles". Al respecto, el columnista se detiene
en la banca, "cuyos gerentes de créditos eran premiados por prestar
a cualquiera. Así estallaron crisis de solvencia en Latinoamérica,
el negocio inmobiliario en Estados Unidos, las redes de fibra óptica, etc.
Ahora, tenemos operadores, analistas y medios incentivados para promover otra
manía de fusiones y adquisiciones". Para peor, bancas de inversión
y firmas de valores "no ajustan bonificaciones según riesgos y esto
eriza los pelos".
En verdad, casi nadie se fija en algo capaz de provocar enormes daños económicos:
el desfase entre riesgos y recompensas que los CEO afrontan al adoptar decisiones
claves. En las opciones accionarias, el grupo ve una mina de oro, pues un alza
bursátil aumentará exponencialmente las opciones en su poder. Si
las cosas marchan mal, disponen de una red de salvamento. Por consiguiente, las
opciones remuneratorias crean adicción al riesgo, aunque la persona no
se dé cuenta. Se explica, pues, que tantos CEO se embarquen en F&A
que terminan en desastres.
A criterio de John Pender, analista londinense, el segundo punto es quizás
el más trascendente. Se trata del convenio entre Microsoft y JP Morgan
Chase, por el cual éste recomprará a precio bajo opciones próximas
a vencer, en poder del personal. Ello significa que el sector tecnológico
desinfla el mito de las opciones como incentivos de alta motivación, capaces
de identificar los intereses de la gente con los de los accionistas de la empresa.
"La triste realidad -sostiene el experto- es que, por años, las opciones
accionarias han ejercido perversa influencia en los negocios. Para empezar, alumbraron
una generación de managers dedicados a saquear activos o a traicionar accionistas".
Tangencialmente, a menudo también se vaciaban fondos jubilatorios del personal.
Pender admite que "los abusos no eran tanto premeditados como promovidos
por una contabilidad laxa. Dado que las empresas no estaban obligadas a registrar
esas opciones entre los gastos, muchos ejecutivos acabaron creyendo que eran gratis".
Ese equívoco permitió otorgar opciones como caramelos a directores,
gerentes, profesionales y técnicos. Es más: se convertían
esos costos invisibles en ingresos, porque eran deducibles a fines tributarios.
Por ende, el abuso de opciones remuneratorias y la falta de transparencia contable
contribuyeron a la burbuja bursátil (puntocom, vanguardia tecnológica,
telecomunicaciones) de 1997 en adelante. Hoy, cuando el pago con opciones se elimina
o se asienta como gasto, resulta mucho más difícil sostener burbujas,
tipo la desencadenada el trimestre anterior, centradas en paneles tecnológicos.
De ahí la "politización" -apoyo bursátil a la reelección
de George W. Bush- y la consiguiente batería de indicadores, pronósticos
y análisis a medida del mercado, no de la realidad económica.
Pero el recurso tenía otro aspecto peligroso, que surgió cuando
las empresas norteamericanas -especialmente las tecnológicas- se dedicaron
a recomprar acciones. ¿Para qué? Para compensar la sobreemisión
implícita en la entrega masiva de opciones, que significaba un exceso de
papeles que descapitalizaba el paquete y su valor para los accionistas verdaderos.
De acuerdo con estimaciones privadas, más de 90% de los US$ 150.000 millones
en acciones recompradas durante el año pico de la burbuja (2000) fue a
manos de ejecutivos y empleados.
El tercer factor de riesgo fue aun menos advertido: "las recompras de acciones
originadas en opciones -explica Pender- se financiaban vía endeudamiento.
Ergo, ahora los balances sufren las consecuencias de un apalancamiento excesivo
y el abuso de opciones remuneratorias como incentivos". En este aspecto,
WorldCom, Vivendi Universal o Enron fueron sólo casos patológicos,
pero no excepciones.
En suma, las opciones accionarias fueron tan estimulantes en la burbuja como desmotivadoras
al desinflarse los mercados. Su empleo "es un excelente ejemplo de incentivos
aplicados por comités de remuneración y consultores con una charlatanería
y un amateurismo increíbles". Al respecto, el columnista se detiene
en la banca, "cuyos gerentes de créditos eran premiados por prestar
a cualquiera. Así estallaron crisis de solvencia en Latinoamérica,
el negocio inmobiliario en Estados Unidos, las redes de fibra óptica, etc.
Ahora, tenemos operadores, analistas y medios incentivados para promover otra
manía de fusiones y adquisiciones". Para peor, bancas de inversión
y firmas de valores "no ajustan bonificaciones según riesgos y esto
eriza los pelos".
En verdad, casi nadie se fija en algo capaz de provocar enormes daños económicos:
el desfase entre riesgos y recompensas que los CEO afrontan al adoptar decisiones
claves. En las opciones accionarias, el grupo ve una mina de oro, pues un alza
bursátil aumentará exponencialmente las opciones en su poder. Si
las cosas marchan mal, disponen de una red de salvamento. Por consiguiente, las
opciones remuneratorias crean adicción al riesgo, aunque la persona no
se dé cuenta. Se explica, pues, que tantos CEO se embarquen en F&A
que terminan en desastres.